Palabras: Adriana Garavito / Fotos: Hilda Melissa Holguín
Cada uno de sus tres hijos llegó a un departamento distinto. Para Talía Luksic y su esposo Jose, mudarse se había convertido en un hábito no solicitado. Entonces, decidieron parar y buscar un lugar para echar raíces. La búsqueda comenzó justo antes de pandemia y Talía encontró una casa el mismo fin de semana que se anunció el encierro en Lima.






“La encontré en Internet y las fotos eran las de una casa fantasma. Se veía abandonada, con las plantas enormes y salvajes, muy descuidada”, recuerda ella. Pero cuando la vio en vivo por primera vez, se enamoró. Donde muchas personas hubiesen notado solo caos y una tarea imposible ante sí, Talía vio un proyecto fascinante. El jardín, la amplitud, los techos altos, las cornisas, el sonido del piso de madera al caminar: todos esos detalles la sedujeron instantáneamente.
Su esposo y su mamá le preguntaban una y otra vez si estaba segura de lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo, mudarse a una casa de ochenta años, que había estado abandonada buen tiempo, no es lo que muchos buscarían. Pero Talía respondió siempre con una sonrisa confiada. Estaba convencida.
Siempre le gustó decorar y el diseño en general. Su estética se refleja en Luk, la marca de bolsos, mochilas y accesorios que Talía dirige y que es hecha a mano, artesanalmente, con un look contemporáneo. Podría decirse que su casa también revela su respeto por las cosas que toman tiempo y, a la vez, por una energía actual y joven.




El primer paso fue hacer una limpieza profunda: sacar la maleza del jardín, barrer, depurar, abrir ventanas para invitar la luz en los espacios. Tuvieron que revisar la electricidad y las conexiones de agua. Luego, remodelaron los baños y crearon clósets para las habitaciones. Con eso listo, empezaron la mudanza oficial.
Talía todavía recuerda la ansiedad y la emoción que sintió en el pecho la primera noche que pasaron ahí. Aún era una casa que se sentía un poco fría, con rincones apolillados. Era suya, pero no del todo. Necesitaban llenarla de vida.
Empezaron con el jardín. Muchas de las plantas que la familia ya tenía, que estaban en macetas pequeñas, revelaron su potencial una vez que fueron sembradas. “El árbol que tenemos ahora era una plantita con tres ramas”, cuenta Talía; entre la vegetación ya ha crecido zapallito, maracuyá, hierbabuena y ají. Temprano por la mañana y antes del anochecer, Talía riega el jardín, como parte de una rutina que la calma.




Sus hijos juegan en el jardín, se embarran en la tierra, se mojan los pies, saludan a los vecinos. Desde la cocina, Talía los puede ver a través de la ventana que abrió en el muro. En la cocina todo está a la mano en canastas y repisas; es ahí que sus dos perros traen los zapatos, juguetes y trapos que se roban, y por ahí se escapan de vez en cuando a dar una vuelta por el bosque de El Olivar.
En la casa no hay intercomunicador, ni planes de tenerlo: cuando suena el timbre deben de acercarse a la puerta a preguntar quién es. Este lugar les ha devuelto la chance de ir más lento, de disfrutar las pausas. Es como vivir como se hacía antes, sin necesidad de tanta tecnología y esquemas, sino con la sensación única que regala el habitar un espacio acogedor.
Los colores cálidos ayudan a que esta calma se mantenga, así como la chimenea en la sala. La mesa y las sillas del comedor se ven pesadas y están allí porque tienen un peso más importante, el emocional. “Mi papá trabajaba en una fundición y él hizo esos muebles. Me gusta tener las cosas que hizo cerca y recordarlo de esa manera”, explica Talía.



Los otros muebles han sido recuperados de su depósito y también del de su mamá. Talía los desempolvó, los mandó a cortar y así los reutilizó para distintas funciones. La base de la cama de su hijo mayor, por ejemplo, antes era una banca. A la pañalera le puso patas y, como resultado, obtuvo un escritorio nuevo. Los inicios también se logran reviviendo el pasado.
Como era de esperarse, la casa es el nuevo punto de encuentro de la familia. Se celebran cumpleaños y todo tipo de reuniones. Talía pasa tiempo junto a su esposo frente a la chimenea, conversan, trabajan, leen un poco. Hace poco armaron una sala de estar en el segundo piso y es la zona favorita de toda la familia.






Talía confiesa que constantemente dibuja en su mente los cambios que quiere hacer. Está en su ADN, esto de remodelar, cambiar, transformar. La creatividad no es una cualidad que uno apague porque sí, ni siquiera en la calma. Y esta casa celebrará cada cambio que la siga llenando de vida.

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