Palabras: Jimena Salas / Fotos: Paula Virreira
¿A qué suena una casa? En la de Mariana Bernal y Clifford Day no están encendidos los parlantes, pero igual se siente la música: las voces brillantes de los niños que ríen y juegan; la percusión de cubiertos y platos desde la cocina; incluso el sigiloso susurro de las sábanas que son sacudidas antes de tenderse sobre el colchón… todos los elementos componen una singular armonía.
Mariana y Clifford son dueños de SONAR, una boutique de diseño de sistemas de audio y video. En otras palabras, son arquitectos de sonido y su misión es hacer que los espacios se vuelvan más de quienes los habitan. Esa misma filosofía de apropiación de un hogar, de sentir que todo lo que se necesita para vivir cómodo y feliz está cerca, es la que aplican a su propio refugio.






Se mudaron aquí hace tres años, justo antes de que naciera su segundo hijo, Nolan. Por varios motivos, era el tiempo ideal para tener un espacio más ajustado a sus gustos y necesidades. Para vivir en un lugar más adecuado para el sonido, con ambientes mejor distribuidos y una cocina más espaciosa en la que se pudiera tener a los niños corriendo y gritando.
Ellos no quieren una casa de catálogo, sino un espacio habitado y que se disfrute en cada rincón. Como aman las plantas –especialmente, Mariana–, a falta de jardín, hicieron una terraza techada y la llenaron de verde. Y como es diciembre, una de sus palmeras se ha convertido temporalmente en árbol de Navidad del que penden cintas rojas y luces que colocaron con Emil y Nolan.
En su depa no tienen una sala “para invitados”, sino un estar amplísimo en el que han dispuesto un cómodo mueble seccional y su sistema de cine en casa. Mariana lo explica muy bien con un ejemplo: “Es algo típico que te regalen un jabón riquísimo y lo pongas en el baño de visitas porque es especial. A mí me gusta tenerlo en mi baño y usarlo siempre”. La casa es de ellos y para ellos.





Han preferido quitarle el exceso de formalidad al comedor poniéndolo en una esquina, con una suerte de banca acolchada que es perfecta para “chambear y tener pensamientos”, en palabras de la pareja. Luego, hay otra salita, que es el “espacio para chorrear”, ya sea en el sofá o directamente sobre la alfombra. Ahí está la chimenea que Mariana necesitaba –porque es sumamente friolenta–, y que se integra con un mueble de pared a pared que les permite tener todo a mano: el bar, el tornamesa, una superficie para poner el té caliente… esos pequeños placeres cotidianos que le dan sentido al todo.
Solamente en la sala hay trece parlantes. La mayoría de ellos están fusionados con la arquitectura; esa es la magia de Clifford y Mariana. Él se encarga de que todo suene increíble; ella, de que para lograrlo, no se sacrifique la estética. El hecho de trabajar con decoradores todo el tiempo les permitió descifrar rápidamente en quién apoyarse para su propia casa: las interioristas Daniela Ghezzi y Stephanie Michell los ayudaron a crear el área social soñada. “Las reuniones para planificar, para dibujar la chimenea con el tubo visible, los mueblecitos, los parlantes… eran divertidísimas; para mí, eran lo mejor de la semana”, cuenta Mariana.
El hecho de ser esposos y, al mismo tiempo socios, se les da muy naturalmente. Quisieron emprender juntos desde siempre. Mariana cuenta que Clifford mencionaba mucho el tema, y ella solo se preguntaba “¿qué puede ser?”. Él es músico e ingeniero; ella, marketera y publicista especializada en marcas de lujo. En serio… ¿qué podrían hacer? “Fue locazo” –menciona Mariana–. “Yo trabajaba en una empresa recontra segura, y pensaba ‘no es que pueda arriesgarme, dejarlo todo y crear una empresa…’”
– Pero lo hiciste, pues.
– Lo hice, pues.
Se miran y sonríen con complicidad. Es curioso: ellos hablan como al compás.







En su estudio, Clifford conserva una colección de aproximadamente 6 mil discos de vinilo. Muchos de ellos forman parte de una herencia especial, se los regaló un tío de Mariana al que Cliff visitaba media hora al día durante la etapa final de su vida, solo para cerrar los ojos y escuchar música en silencio. Como los discos deben estar en un ambiente con la luz y humedad controladas, no pueden estar todos en casa. Ahí, solo quedan algunas decenas, que van rotando con los de la oficina según lo que les antoje escuchar.
No obstante, no faltan otros elementos musicales en el depa. Cerca de la chimenea, sobre el tornamesa, está una obra del fotógrafo Sergio Fernández: la imagen de una pila de vinilos tomada de perfil, dispuestos de manera que solo se les ven los lomos. Luego está el piano que acompaña a Cliff desde que vivía en Boston, así como los tambores que ha ido coleccionando y un palo de lluvia ornamental apoyado en la pared.
Y como donde hay música, hay siempre más arte, Mariana y Clifford recorren sus muros mirando las piezas que los decoran; obras de Hans Stoll, Valeria Ghezzi, Gabriela Maskrey, Jesús Pedraglio y Cristina Gálvez, esta última, un regalo de matrimonio muy especial. Mariana disfruta muchísimo esos instantes de contemplación desde su salita.







Si no están en la sala, están en la cocina, donde Clifford lo pasa genial cocinando y jaraneando (porque, claro, ahí también hay un parlante). Y así, en armonía, circulan de un espacio a otro, transitan de un ambiente sonoro al siguiente. De igual manera a como lo hacen casi a diario para otros, Mariana y Clifford viven sus días diseñando la vida que calza perfecto con aquello que aman. Todo lo demás es ruido.