Fotos: Alexandra Colmenares
Alexandra Colmenares se ríe un poco mientras dice que la historia de cómo acabó viviendo en Bélgica es “un poco cliché”, porque llegó “por amor”. Pero no es una historia trillada, sucede simplemente que el amor es uno de esos grandes sentimientos que nos movilizan, que tienen la capacidad de movernos física y mentalmente. Por eso, en marzo de 2013, Ale llegó a Gante, la pequeña y encantadora ciudad belga en la que su entonces pareja había empezado un posgrado. “Pensábamos en mudarnos a Europa desde hacía un tiempo y habíamos hecho un viaje previo para chequear qué ondas, pero no visitamos Bélgica”, cuenta la fotógrafa peruana. “Su posgrado salió de sorpresa y él viajó dos meses antes que yo. Yo me quedé en Lima postulando a una maestría y llegué a Bélgica a la loca, sin saber si me habían aceptado”.




La respuesta positiva de la maestría en Bellas Artes llegó pronto y Ale empezó a estudiar. Gante se encuentra en la región flamenca del país: está a menos de una hora en tren de Brujas, y ambas ciudades son esa Bélgica de postal. Gante no es una urbe, es un pueblo chiquito, con pocos habitantes, de cuento. Donde casi nada pasa. En un principio, Ale no se adaptaba del todo; fue poco a poco que empezó a salir sola a fotografiar, a conocer gente, a pasear de un lado al otro de la ciudad en bicicleta. Cuando terminó la maestría, consiguió trabajo en un restaurante; se sentía un poco frustrada porque quería hacer fotos, pero no sabía cómo, no tenía contactos. Así que decidió empezar un proyecto propio: Workplaces Project, una página que entra en los talleres y espacios de creación de distintos artistas, y los retrata.
“Cuando llegué a Bélgica era bastante tímida, tenía miedo de preguntar las cosas y de aproximarme a la gente. Cuando ya quería trabajar en fotografía, mandaba portafolios a revistas y no tenía respuestas. Entonces, llegué a la conclusión de que, si nadie me respondía, iba a tener que hacerlo por mí misma. Así nació Workplaces Project, y se convirtió en mi trabajo. Y en una manera de vencer esa timidez”.
Gracias a su proyecto fue conociendo a artistas que se pasaban la voz de su chamba, y así consiguió algunos trabajos pagados de fotografía. Pero no bastaba, Gante le quedó chico. La pareja se mudó a Bruselas en 2017. A pesar de que es una ciudad pequeña en comparación con otras capitales europeas, Ale sintió el cambio: en Bruselas suceden muchas cosas, vive gente de distintos países, se encuentran muchas culturas. Se sintió en casa. Hasta ahora, hay ciertos lugares por los que pasa y, si se detiene, puede imaginar que está en Lima.


Fue en Bruselas que se separó. Las cosas no habían marchado bien en la pareja desde hacía un tiempo. “Me reconstruí de cero, completamente”, lo recuerda Ale. “Tenía mucha incertidumbre, mucho miedo, no sabía qué iba a pasar. Pero era el momento preciso de hacer mi vida por mi cuenta, de empezar sola”.
En ese momento ella colaboraba con un estudio de fotografía. Pauline Mikó, la dueña del estudio, lo había montado en una preciosa casa de tres plantas en la que vivía sola. No solo trabajaban juntas, sino que se habían hecho amigas, y fue por esa amistad que Pauline le propuso mudarse a una de las habitaciones y ser la primera inquilina de la casa. Para Ale, la propuesta fue mágica. Ella sintió que estaba predestinado que todo se dé como se dio, para que ella llegue a este lugar.
El dormitorio estaba vacío. Los primeros días durmió con el colchón en el piso. El proceso de armar su cuarto es una metáfora de la reconstrucción de sí misma. Poco a poco, Ale fue llevando objetos al espacio, pero tampoco quería llenarlo por completo. Tenía que haber lugar para la luz, el aire, el silencio y la calma. Trató de hacerlo lo mas minimalista posible, para no sentirse enclaustrada. Encontró unos muebles en el desván de la casa y decidió reusarlos. Como su trabajo fotográfico último está relacionado a la vida contemporánea y la naturaleza, ha colgado ramitas y hojitas que encuentra en el parque, para “inspirarse y pensar”.
“Me gusta estar en mi cuarto. Me siento muy protegida, muy cómoda. Cuando me mudé aquí sentía que las cosas de alguna manera se iban a dar a mi favor, me sentía menos sola”.




La casa familiar se ubica al norte de Bruselas, en un barrio donde viven muchos inmigrantes y se da un intercambio cultural muy particular. Al poco tiempo, se mudaron dos artistas más a la casa: el diseñador Clément Chaubert y la fotógrafa Laure Winants. Con ellos, la dinámica se completó. Los cuatro “paran a su bola” pero tienen un grupo de Whatsapp en el que quedan para almorzar o cenar todos juntos. Cada uno se turna para cocinar. A veces coinciden en la esa misma mesa del comedor, que es muy larga, para trabajar en sus computadoras. Pauline, que además de ser fotógrafa es música, ha armado un pequeño estudio en casa, en el que ella y Clément a veces tocan juntos: Ale es la fotógrafa oficial de Pauline y colaboran en otros proyectos juntas. De hecho, tuvieron una muestra conjunta el año pasado, en Francia.



Hace apenas unos meses, Ale estuvo en Perú: fue su primer verano en Lima después de siete años. Y todos saben que Lima, con sol, es otra. “La extraño tanto que a veces me planteo la posibilidad de volver, la considero, sin saber cuándo ni cómo se dará”, dice Ale. “Tengo muy presente a Lima”. Habla de la nostalgia, de sentir que una ciudad puede conservarse igual a cuando se la dejó. Y habla del mar. De mirarlo, de estar en contacto con él. En Bélgica le toma 30 minutos en tren llegar a la costa, pero la describe como una gran piscina. Así que aprovechó su reciente estadía en Lima para gozar de las olas. Y también se ganó una insolación.
En esos dos meses que estuvo en Lima también hizo fotos para Ó S M O S I S. De alguna manera, repitió el proceso que sigue en Workplaces Project, de acercarse a un espacio ajeno pero íntimo, que revela en sus detalles algo profundo sobre la persona que lo colma, que lo llena. “Siento que el estudio es un santuario para el artista”, reflexiona Alexandra. “Las casas son más íntimas, pero me parece que en su estudio la persona es ella misma porque está en plena creatividad, está haciendo cosas, y eso es lo que más curiosidad me daba cuando inicié mi proyecto. Descubrir el proceso del artista: cómo trabaja en su espacio, cómo se compromete con él. En Ósmosis, por otro lado, me interesaba retratar el tratamiento estético que le da cada uno a su casa. En un taller puedes hacer un desmadre, pero a tu casa la tratas con mucho cariño. La tratas con amor”.