Una suma de intereses

Fotos: Alexandra Colmenares

Si bien no de una manera profesional, Sergio Zeppilli ha estado siempre ligado a la arquitectura, el arte y el diseño. Su abuelo Zeppilli, italiano, era un artista aficionado, que pintó cuadros hasta que desarrolló una alergia al óleo y tuvo que parar. Su tío es el notable Bruno Zeppilli, uno de los artistas plásticos peruanos más interesantes y un maestro del dibujo. Sergio fue siempre muy cercano a Bruno: apenas salió del colegio se convirtió en su asistente, le ayudaba a organizar su archivo y montar sus expos y le hacía compañía en el taller (hasta que se ponía demasiado conversador y Bruno lo mandaba a su casa).

Si lo medita, Sergio cree que fue alrededor de los 12 años cuando se empezó a dar cuenta de las formas, de la estética de las cosas, y de lo que le gusta y lo que no. Hoy se considera “bien picky”, o sea bien selectivo, con eso: se fija mucho en cómo es un mueble, un auto, un vaso, en todo lo que es forma y textura. Los muebles que tiene en su depa los buscó porque no quería meter cualquier cosa. “En cierto momento de la vida te vuelves medio antipático porque nada te gusta”, confiesa entre risas. “A todo el mundo le da igual, pero a mí no”.

Un ejemplo. Cuando va a viajar y busca un hotel o un airbnb mira las fotos veinte veces antes de reservar: puede encontrar espacios más céntricos y hasta más baratos, pero si no son más bonitos no los va a elegir. Sus amigos le dicen: “Si solo vas a dormir ahí”, pero Sergio se fija un montón en cómo es el edificio, cómo son las habitaciones. Y es que despertarse en un espacio acogedor, expresivo y visualmente atractivo cambia totalmente la experiencia de estadía, incluso si no le das importancia a esas cosas. Y, por supuesto, mucho más si eres consciente de eso. “Tu vida se complica un poco a veces”, sonríe Sergio.

Hasta antes del 2007 él, que es administrador de profesión, trabajaba en el mundo de los restaurantes. Había empezado a colaborar como voluntario en Techo, la ONG liderada por jóvenes latinoamericanos que por ese entonces se conocía como Un techo para mi país, y que se dedica a la construcción de viviendas de emergencia. Sergio conocía a muchos de los chicos que se involucraron con la ONG apenas llegó a Perú. Entonces, el terremoto de Pisco del 2007 cambió todo: frente al desastre social y económico, la ONG estaba desbordándose. Así que le pidieron a Sergio dejar su trabajo estable y entrar a la organización para armar el área de Administración y Finanzas. Él lo pensó un poco pero finalmente aceptó. Había que tomar decisiones rápidas.

La experiencia en Techo fue larga y profunda. Tiempo después, entró a trabajar en un holding (una sociedad financiera que administra un grupo de empresas) a encargarse de temas de logística, pero como parte de su labor tenía que ver algo de la administración de una ONG que es parte del grupo. “Da un chance” es un proyecto que busca chicos de bajos recursos en edad escolar con talento artístico, académico o deportivo, y los coloca en colegios privados de mejor rendimiento: el programa financia su escolaridad, le hace el seguimiento y acompaña a la familia. Poco a poco, Sergio se ha ido involucrando más con este proyecto y ahora ocupa buena parte de su trabajo diario.

Casi al mismo tiempo de empezar su nuevo trabajo, llegó a este dúplex en Miraflores. Es un hermoso edificio de ladrillos de comienzos de los ochenta, de los arquitectos peruanos Cooper, Graña y Nicolini. Una pareja de amigos dejaba este departamento. Sergio no tenía planeado mudarse: vivía en Reducto, muy cerca, y su sitio era pequeño pero bonito, solo le molestaba el ruido. Igual, contactó a la dueña por curiosidad, se tomaron un café, se cayeron muy bien, y terminó firmando un contrato de alquiler.

Remodeló por completo la cocina e hizo pulir todo el piso de madera, además de pintar el depa. El lugar tiene una onda retro muy especial: el ingreso tiene la calidez del ladrillo y de las plantas, y ya dentro del departamento hay desniveles, el comedor está una grada por debajo de la sala y eso hace que gane altura de piso a techo. Tiene un jardín pequeño pero lo suficientemente grande como para tener una parrilla. La esquina de la sala se convirtió en el bar expuesto y arriba Sergio adaptó el dormitorio principal como salita de televisión. Lo ha llenado todo de muebles antiguos, recuperados, y de arte. Aquí ha podido encontrar lugar para todo lo que ama.

Cuando cerró el hotel Crillón y se empezó a rematar su mobiliario original, su tío Bruno consiguió un contacto para entrar. “Pasábamos todo el día ahí, incluso un cumpleaños mío lo pasé metido, descubriendo cosas empolvadas y medio rotas que eran joyas”, cuenta Sergio. Él compró un montón de muebles y adornos, aunque en esa época aún vivía en la casa de sus papás. Su mamá le decía: “¿Por qué me traes estos muebles viejos?”. A ellos les encanta el diseño, pero no el estilo de su hijo. El cuarto de Sergio se llenó y luego también otros ambientes de la casa familiar. Estas compras de diseño lo empujaron, de alguna manera, a buscar un espacio propio.

Sergio suele pasearse por la Cachina de Surquillo, en donde le encanta rebuscar (de hecho, ahí encontró las sillas vienesas de su comedor). Casi todos los muebles de la sala salieron del Crillón: tiene dos sillas Eames y una Knoll. Otras cosas han salido de anticuarios de Miraflores y de La Molina. Él se encarga de repararlas, retapizarlas y hasta encontrar sus partes originales, aunque le tome meses.

Y si los muebles tan curados hacen mucho por definir la atmósfera de su depa, el arte termina de darle forma. Sergio es amigo de muchos artistas, curadores y fotógrafos. “Eso que conoces a una persona y luego conoces a un montón”, explica. Tiene muchas piezas de su tío Bruno, incluso algunas que él tenía casi perdidas en el taller y que Sergio rescató; también tiene obra de artistas amigos de Bruno, quienes le agarraron cariño y le regalaron cosas, como de Elda Di Malio, Moiko Yaker y Nader Barhumi. Pero muy pronto Sergio empezó su propia colección, compraba arte cuando ninguno de sus amigos lo hacía, y tiene pinturas, dibujos y grabados de artistas como Fernando Otero, Daphne Dougall y Mariella Agois. Además, tiene posters de exposiciones a las que fue, que guardó y luego mandó a enmarcar.

Se mueve en distintos mundos: entre las empresas, los proyectos de desarrollo y el arte. Por cómo es Lima, generalmente estos mundos no se tocan, y el que es empresario es empresario, con mentalidad de empresario, y el que es artista es artista, con mentalidad de artista, con amigos artistas, etcétera. A Sergio, sin embargo, le interesan muchas cosas y pertenece a varios círculos. Aunque la mayoría de gente piensa que es “un hípster que estudió en la Católica y vive en Barranco”, se ríe.

Por las mañanas trabaja en su oficina y por las tardes lo hace desde casa. Tiene un escritorio en la segunda planta, en el que además está parte de su colección de globos terráqueos y de botellas de vidrio de Coca Cola. Pero también trabaja en el comedor o en la sala, dependiendo del día. Trata de sacarle provecho a su casa. Y le encanta que lo visiten. Vive en un lugar creado a partir de sus intereses personales, que no duda en compartir. Él sabe la diferencia que pueden hacer.

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