Espacios de creación

Fotos: Alexandra Colmenares

Es desordenado para pintar, tanto en su entorno como en su proceso, Conrad Florez lo admite: a pesar de eso –parece una contradicción–, es metódico en lo que a tratar de ahorrar se refiere: en el material, en el espacio. No necesita desperdigarse, abarcarlo todo. Trata de ser compacto. Tanto si va a pintar un cuadro como si va a acometer un gran mural, el artista compra el material medido, solo lo necesario, y procura que todo quepa en una mochila, para chapar esa mochila e irse a pintar. Por eso nunca le funcionó tener un taller independiente: siempre pintó en su casa. “Cuando era chibolo y comencé a tener sponsors y me auspiciaba una marca de zapatillas era chévere tener tantas, pero luego te pasas de vueltas… ¿Qué haces con tanto que no usas? Entonces lo mejor es quedarte con lo que sea necesario y despojarte de lo innecesario. Lo mismo es con mi trabajo”, explica Conrad. “Lo que necesito es tener un espacio que sea agradable para vivir y a la vez para trabajar”.

Conrad y su esposa Yasmin Dajes viven juntos hace doce años. Al comienzo estaban en una casita pequeña; la zona en Miraflores siempre les resultó muy buena para moverse y trabajar, y la casa estaba bien, pero a medida que los formatos en los que trabajaba Conrad crecieron, ellos también empezaron a necesitar más espacio. “El lugar de trabajo es mas caótico. Estás creando y pensando; no se trata solo de pintar como si fueras una máquina de oficina, sino de sentir en el momento lo que vas a plasmar. Por eso me amoldo más a un cuarto con caballete y pinturas, más que a un taller en un espacio grande, aparte”, dice Conrad.

No solo creció el formato de sus cuadros. También aumentaron las ganas de quedarse con un archivo de obra propia. “De chico no me gustaba quedarme con mis obras porque generalmente sentía que no lograba lo que tenía en la mente, por eso le perdía pronto el interés a mi propio trabajo. En cambio, hoy trato de tener más obras para mí. Y ese fue uno de los factores por los que quise tener una casa más grande, y una galería en el futuro: para poder exhibir obras”.

La necesidad, sin embargo, estaba para los dos. Yasmin solía tener un trabajo de oficina, pero hace unos años, en el 2012, se le dio la oportunidad de poner Iceberg, su agencia de modelos, así que después de un tiempo dejó su puesto fijo y empezó a trabajar desde su casa en su propia empresa. Conrad pintaba en el comedor y ella instaló un escritorio en una esquina de la sala. No podían estar mucho tiempo así. Entonces, cruzando la calle, apareció un aviso de Se Alquila para una casa más espaciosa en un encantador condominio antiguo.

Conrad estaba convencido, Yasmin tuvo que volver como tres veces a ver la casa. “Había cortinas de otro color, los closets no tenían puertas, no sé… En cambio, Conrad le vio el potencial, la amó inmediatamente”, recuerda Yasmin. Pero una vez que se decidieron, ella tenía mucho que aportar. Su papá es Orry Dajes, uno de los principales diseñadores de interiores de Lima, y ella creció con un aprecio particular por los espacios; además, Orry los ayudó con varios consejos. En un mes ya tenían la casa remodelada y lista para recibirlos.

A Conrad le gustaron las ventanas grandes y que por ellas entre tanta luz. Agradece el importante retiro que hay con respecto a la calle, porque gracias a esa distancia no siente la bulla de los autos. Cuando vivían en la otra casa hubo un momento en que estaba casi deprimido por las voces desde la calle, las bocinas de los autos, las peleas entre vecinos… Tan poco espacio y tanto ruido. En este condominio, en cambio, la arquitectura retro genera una dinámica más amable, como de vecindario, y a Conrad le sirve un montón sentirte “visualmente tranquilo”.

Han ido llegando más objetos, pero tampoco tantos. Los muebles de la sala son los mismos, solo que aquí pueden tener una alfombra y en la otra casa no, porque sentían que achicaba el ambiente. El comedor sí ha cambiado, porque el que tenían Conrad lo usaba para pintar, así que todo quedó manchado: hoy esa mesa sigue en el cuarto que usa como taller. Encontraron otra mesa en un remate de una casa antigua, el aparador lo mandaron a hacer, las sillas Tolix las compraron en una tienda de diseño y el resto de las sillas las consiguieron en una tienda por departamentos.

Yasmin es más detallista, pero a Conrad le pasa que está por ahí, ve algo que le gusta y se le antoja comprar algo para la casa. Tienen los mismos gustos en cuanto a colores, y en lo demás llegan a consensos. Igual en el arte. En la sala tienen una fotografía de Analía Orezzoli y una pintura de Gabriela Maskrey. En la entrada, cerámica de Carlos Runcie Tanaka que el papá de Yasmin les regaló y una ilustración de Gonzalo Miñano que compraron. También han colgado el grabado de Gerardo Chávez que Yasmin tuvo en su cuarto de adolescente en la casa de sus papás. Es una pieza de arte que la ha acompañado desde que tiene 15 años.

Cuando ambos están en casa, trabajando, es común que Conrad cocine y que almuercen tarde, sobre las cuatro. Otras veces piden comida por delivery porque les ganó el tiempo. Cada uno tiene su espacio y lo respetan, pero están constantemente interactuando, conversando, comentando algo de cuarto a cuarto. Después de doce años, Yasmin no se imagina otra manera de vivir: “Estoy acostumbrada a él, a su espacio, a su desorden. Y él está acostumbrado a mí y a escucharme todo el día hablando por teléfono”, se ríe. En casa, es la gata Violeta que se mete donde quiere, cuando quiere.

Ha llegado a cambiarles la vida. Es la prueba de que incluso después de muchos años, hay lugar para nuevas rutinas. Violeta es una gatita Sphynx de diez meses, que llegó a ellos hace seis. Es como una bebé, no los deja dormir: juega en la madrugada, requiere mucha atención. Corretea por toda la casa y le encanta estar con ellos. Conrad está pensando hacerle repisas en las paredes para que pueda trepar.

“Cuando comencé tenía un estilo más de tattoo, más calaveras, era inmaduro en el contexto y en el acabado de mis cuadros. Mis obras eran más desprolijas y quizás por eso era tan fácil desligarme de ellas. En los últimos años me he dado cuenta de que tengo un mejor trazo para tener una obra que perdure en una casa, por eso ahora soy más consciente de tener obras mías en mi espacio”.

Conrad es uno de los artistas urbanos que más ha intervenido las calles de Lima. Ahora, espera poder hacer lo propio con su edificio, con el condominio, con su hogar. Dejar ahí una obra suya, un mural, como un regalo a su pequeña comunidad. Solo está esperando tener un par de semanas libres y la aprobación de todos los vecinos. La perspectiva le ilusiona. “Siempre es bueno darle color al lugar donde vives”, dice.

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