Fotos: Alexandra Colmenares
Hacia mediados del año pasado, la directora de arte y stylist Angela Kusen y su novio, el diseñador Salvador Gonzalez, vivían un momento confuso. Ella estaba en París, trabajando para la revista L’Officiel, un trabajo al que había llegado meses antes con mucha ilusión porque significaba el sueño cumplido, pero también la meta después de años de trabajo; sin embargo, se debatía entre quedarse más tiempo o volver. Él había regresado por un tiempo a su natal Vigo, en Galicia, y desde ahí se movía por distintas ciudades de España. Viajaban para verse, tenían sus pertenencias al otro lado del mundo y, sobre todo, la sensación de que sus proyectos personales — y ellos mismos— podrían crecer mejor en el Perú. Así que decidieron volver a Lima.
Tomaron el departamento en Barranco a la distancia: cuando llegaron, en agosto pasado, les pareció un poco pequeño. Iba a ser la primera vez que vivirían juntos. ¿Y que pasa si se peleaban? ¿Iría cada uno a una esquina? Eso se preguntaba Ángela.
Habían vuelto a una Lima en pleno invierno: con su cielo más apagado y mucho frío; el piso y las paredes del depa son grises, y la gran terraza (que en términos generales es una maravilla) hacía que la sensación invernal se colara. Pero muy pronto Ángela y Salvador coincidieron en que había que ponerle amor al espacio para que resulte perfecto. Desde entonces, han pasado ese invierno y una primavera y están por descubrir el verano. Han sido meses de explorar sus propios gustos y entender qué quiere cada uno de su espacio.


Suele pasar a las personas que se dedican a rubros creativos que reconocen que el Perú tiene inspiración, historia, referencias, diversidad, y que su riqueza cultural es innegable… pero igual terminan sintiéndose maniatadas por el entorno, por la falta de oportunidades, de industria, de espacios. Ángela buscó irse del Perú toda su vida. Había conseguido trabajar en Londres y en Nueva York antes de que se diera la oportunidad de París. Este último periodo aprendió mucho de una industria seria, en la que todo tiene repercusión: luego de que publicó la portada de la artista Chloe Wise para L’Officiel, Calvin Klein la invitó a tomar desayuno a The Hoxton para mostrarle su nueva colección, y fue por ese cover. Ángela sabe que, en el Perú, la industria de la moda tiene que trabajar mucho más y de la mano con todos sus agentes: fotógrafos, estilistas, diseñadores, etcétera. Pero también sabía que en París crecer y escalar en puestos le iba a ser más difícil. Entonces pensó: había estado en las principales ciudades de la moda, ya no sentía las ganas de sacarse ningún clavo. Lima se volvió una oportunidad.
Salvador es ingeniero y llegó al Perú hace 4 años, cuando una empresa de ingeniería lo trajo de España. Su primera impresión de la ciudad no fue la mejor, porque llegó un domingo por la noche y el lunes por la mañana ya estaba en la oficina: no tuvo tiempo de adaptarse ni de conocer el barrio, y se perdía siempre. Hace un año dejó ese trabajo para fundar una empresa de diseño de mobiliario. Si bien el diseño industrial es mucho más rentable en Europa, le gusta el medio peruano porque “es más artesanal, más único y no esta industrializado”. En sus muebles y luminarias, Salvador trabaja con una fibra de palmera con la que hacen hamacas en la Amazonía, y también con mucha madera nativa que compra a comunidades de la selva que tienen permiso del Estado para talar una cierta cantidad de árboles al año, con el compromiso de reforestar. Salvador reconoce que ese tipo de interacción no es fácil de encontrar en Europa. Aquí ha conocido a artesanos que le han enseñado mucho, “y sin pedir nada a cambio”.


Llegaron con algunas cosas, sobre todo libros, revistas y arte; felizmente sus gustos son compatibles. Obviamente Salvador quiso diseñar y hacer él mismo varios de los muebles del depa, como el sofá y la mesa de centro de la sala. “Fue una conversación larga: de ‘Pásame el martillo, ¿dónde quieres el cuadro? ¡Se ve mejor aquí!’… Pero finalmente llegamos a acuerdos y el lugar quedó increíble”, cuenta Ángela. Salvador es un fanático de las plantas: aquí hay varias que tenía en su depa antiguo y que dejó en casas de amigos mientras estuvo fuera (para mudarse tuvo que ir sitio por sitio, recogiéndolas). El resto las han ido comprando. En la cocina, la pepa de palta que ha germinado es de Ángela.
Al haber vivido entre tantas ciudades en los últimos años, la mayoría de los libros y, en general, de las cosas de ella estaban en cajas en casa de su mamá: “Antes eran bien fácil para mí decir ‘Chau, me voy’, pero estando en París, viajando tanto por trabajo y para ver a Salva, ya me sentía alterada: ‘¿Cuál es mi casa?’… Necesitas esa paz, esa tranquilidad… Obviamente he dejado ropa desperdigada por todas partes”.



Para el 2020, Ángela quiere involucrarse con proyectos que internacionalicen la moda peruana. Hace poco conoció a un representante de la Cámara de Comercio de Bogotá, quien se preguntaba por qué teniendo tanta herencia, técnica textil, manos conocedoras y materia prima, el Perú no tiene un diseñador (o varios) “rompiéndola” en el extranjero. Hacia ahí se van a dirigir los esfuerzos de Ángela: “Esa es mi nueva meta: Support Peruvian Design”. Tiene varias ideas al respecto.
El depa lo ocupan mucho: como ninguno de los dos trabaja con un horario de oficina, están mucho acá. Salvador tiene un taller, pero Ángela suele trabajar aquí, a menos que se vaya a un café. La sala la habitan sobre todo por la tarde-noche, cuando se relajan y están más tranquilos. Durante el invierno desayunaban juntos en el pequeño comedor: ahora ya están empezando a comer afuera, en la terraza. Y obviamente ese es el ambiente que usan cuando vienen sus amigos, cosa que suele ocurrir a menudo.



La terraza es supergenerosa y ocupa casi el mismo espacio que la sala y el comedor juntos. Piensan techarla para protegerse del sol y poder usarla más a lo largo del día. Están por redescubrir el depa: con el cambio de clima y la llegada del verano, va a parecer otro. Cuando llegaron en agosto tenían muy pocas cosas consigo, más que nada la incertidumbre de las ideas nuevas, de la vida en conjunto, del significado de la pertenencia. Bajo esta nueva luz queda claro que han hecho de su vida en Lima una base de operaciones desde donde pueden seguir moviéndose, pero también un hogar bonito y acogedor.