Lo que de verdad importa

Fotos: Andrea Venegas

En las últimas semanas, el cielo de verano de Sídney ha estado nublado por el humo: en las mañanas, la gente se levantaba con olor a fogata. Los días extremadamente calurosos llegaban a 40 grados, sin viento, con el cielo rojo por el fuego que rodeaba la ciudad. Se sentían en un horno, así lo describe Andrea Venegas. Y aún así, su experiencia no se puede comparar con aquellos en Australia que tuvieron que dejar sus hogares atrás para salvar la vida, con aquellos que lo perdieron todo. “Cuando pasan cosas como estas te pones a pensar en qué es lo que te llevarías si es que de pronto te dicen que tienes que evacuar tu casa”, reflexiona Andrea. “Tenemos que aprender a desprendernos”.

Andrea sabe acerca de despedidas y de mudanzas. Ella es una fotógrafa peruana que dejó Lima a los 13 años cuando su familia se mudó a Australia. Un año después de haber llegado tuvieron lugar las Olimpiadas de Sídney 2000, y vivió todo el alboroto en la ciudad; le parecía alucinante estar en medio de un evento de esa magnitud. En Sídney terminó el colegio y la universidad, hizo amigos, se hizo grande. Años después, en el 2012, Andrea volvió a vivir en Lima: aquí desarrolló varios proyectos personales (como una serie de fotografías de caballos de paso y una hermosa serie sobre la costa), y también vivió una bonita y larga relación; cuando esta llegó a su final, Andrea optó por regresar definitivamente a Sídney, decidida a impulsar su carrera. Hoy es una de las fotógrafas principales en un estudio de foto de Modas.

El reencuentro con Sídney fue difícil en un inicio. Andrea regresó a la casa de su mamá; mientras tanto, todos sus amigos estaban en otra etapa de sus vidas, casados o con parejas estables, con hijos; muchas de sus mejores amigas se habían ido a Europa, y Andrea se sentía un poco perdida en esa ciudad que supuestamente conocía. “Felizmente hice amigas del surf muy rápido y además conocí a un grupo entre los que hay peruanos, latinos y europeos”, cuenta Andrea. “Además, apenas Julián llegó, todo fue mejorando”.

“Julián” es en realidad Julien, su novio belga, al que curiosamente conoció en Lima al final de su estadía en Perú. Él no quería volver a Bélgica y, de hecho, Australia era uno de sus siguientes destinos posibles. Sin embargo, Andrea se fue antes y él se tomó unos meses para cerrar sus asuntos en Lima y visitar a su familia en Bélgica. Cuando finalmente se reunieron en Sídney, tuvieron que organizar su vida y lo hicieron en poco tiempo.

Estuvieron en la casa de la mamá de Andrea menos de un mes. En ese lapso, Julián consiguió trabajo en un estudio de diseño gráfico y pronto se mudaron a un departamento pequeñito en el centro de la ciudad. “Estamos al lado del agua, justo al costado del Harbour, de la bahía: hay propiedades impresionantes por aquí, pero todos los departamentos disponibles para nosotros eran chiquititos, muy húmedos y viejos; sus dueños los tienen para alquilar y por eso no los cuidan, no los tienen bonito”, explica Andrea sobre el centro de Sídney. “Nosotros vivimos en ese departamento dos años: creo que somos un poco dejados porque nos quejábamos, pero seguíamos ahí”, se ríe. Hasta que el dueño les avisó que iban a renovar el depa ¡por fin!… Así que tenían un mes para irse.

Salieron a buscar como locos y llegaron a un edificio en el que los interesados hacían cola para apuntarse. Y no era para menos. En pleno centro de la ciudad, a pocos metros de la bahía, se trataba de un dúplex totalmente abierto (la única puerta es la del baño), con un techo de doble altura y mucho espacio y luz. Andrea y Julián se lo quedaron. “¡Nos ganamos con este espacio!”, asegura ella.

“Es un piso reformado. Nuestro depa anterior no tenía nada, en cambio este vino con refrigeradora, lavadora, secadora, hasta tenemos lavavajillas que nunca usamos, solo cuando hacemos comidas en casa. Eso es bueno porque pertenecen al depa y serán menos cosas que cargar cuando nos vayamos. Se siente bien tener un espacio así de amplio y tratamos de mantenerlo con lo mínimo, muy limpio. Julián a veces se queja de que tengo muchas cosas, pero la verdad es que no tenemos tanto”.

Además de su ropa, su skate y su tabla de surf, Andrea se llevó de Lima un cuadro enmarcado: es una foto que ella tomó de unas montañas y que imprimió en madera balsa. Era algo que investigaba en su taller de Lima: hacer transfers sobre madera o lienzo, un proceso manual que era trabajoso y que tenía muchas posibilidades de error, pero que a Andrea le encantaba. En Sídney no tiene mucho tiempo de hacerlo.

Siguen usando el sofá pequeño con el que llegaron a este piso, y a pesar de que el área social es más amplia no han visto la necesidad de agregar la extensión. La mesa del comedor está hecha con unos caballetes y el tablero es de madera, lijado por la propia Andrea. Cuando necesitan más espacio simplemente lo desarman. A veces Andrea hace fotos de productos en casa, entonces reemplaza el tablero de madera por un acrílico, monta sus luces y arma un miniestudio. Han querido que su espacio sea versátil.

Les encantaría tener todas las paredes llenas de arte, pero no pueden hacer huecos. Sobre todo a Julián, quien tiene muchas ganas de empezar una pequeña colección. Sin embargo, a Andrea también le gusta poner piezas en el piso y encima de los muebles, incluso muchas de sus obras las piensa así, para no ser enmarcadas.

“Es una decisión totalmente consciente. Disfrutamos que no haya muchos muebles ni cosas alrededor; si vamos a comprar algo para la casa tenemos que ir juntos y haber pensando si realmente lo necesitamos. Nosotros firmamos un contrato anual y cada año puede ser el último año que nos lo alquilen: eso quiere decir que en cualquier momento tendremos que mudarnos y los otros depas son mucho más pequeños. Además, siempre conversamos sobre la opción de irnos a Europa. Pero por el momento este es totalmente nuestro espacio, te acostumbras a este estilo de vida”.

Sídney es muy grande: si tienes amigos que viven al otro lado de la ciudad es casi imposible verlos espontáneamente o durante la semana, tienes que planearlo. Las playas y los suburbios de alrededor son mucho más lindos. Andrea y Julián viven en el centro porque así están cerca de sus trabajos, pero casi todos los fines de semana se mueven a Manly, a la casa de playa de una amiga, para surfear, hacer parrilla y estar en grupo. A veces aprovechan para salir de viaje o ir a acampar. En general, los australianos “no se motivan mucho para ir a encontrarse con gente”, incluso con amigos, es algo que Andrea entendía y que Julián notó. Pero sus amigos peruanos sí buscan reunirse, necesitan juntarse. Para Andrea, vivir en la ciudad será una opción práctica hasta que tengan hijos. Si los tienen, no les gustaría criarlos ahí.

Por supuesto que la ciudad tiene sus cosas buenas. Andrea sale del trabajo y en solo diez minutos está en la galería de arte de New South Wales, donde siempre hay charlas, música y donde puedes tomarte un vinito. Y muchas noches bajan con Julián al pub de la esquina. Viven al lado de los Jardines Botánicos y cuando Andrea hace jogging va bordeando el agua, disfrutando vistas espectaculares, hasta llegar a la Opera House. La verdad es que en Sídney siempre hay algo que hacer y eso los hace felices.

El surf ya no está tan presente en su vida como antes. Es lo único que le da pena. Corren tabla todos los fines que pueden, y tratan de irse en viajes de surf. Su carro siempre tiene un par de tablas dentro, o sea que siempre están listos a la menor oportunidad. Pero el clima “es locazo” y las olas no son tan constantes como en Perú. “No son point breaks como en Lima, que son perfectas”, explica Andrea. En Lima ella iba a correr tabla casi a diario. Hoy no puede hacerlo, solo le queda disfrutar intensamente cada momento que consigue estar en el mar. Disfrutar cada instante, en la playa, en la ciudad, con amigos, como sea. Y de esa sensación de gozo y de agradecimiento es de lo que no quiere desprenderse jamás. Porque es lo único que realmente necesita.

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