El espejo interior

Fotos: Paula Virreira

Antes de dejar la casa de su mamá, a mediados del año pasado, Paula Virreira despegó una a una todas las fotos que había pegado en sus paredes. Era la primera vez que viviría sola. Hasta ese momento su habitación no solo era el lugar donde guardaba sus cosas, donde dormía, donde despertaba: era también el espacio donde había gestado y desarrollado su proyecto artístico. No solo porque ahí –en esas noches de mirar al techo, o en esas horas de perderse en el espejo–, lo había pensado, sino que Paula convirtió su dormitorio en una suerte de estudio fotográfico e hizo de sus objetos personales (de su cama, de sus paredes), la escenografía para una obra muy íntima.

Entonces tenía que recoger todo y hacer que funcione en otro lugar. No era lo único que le preocupaba. Antes de tomar la decisión de mudarse, se preguntaba si podría encontrar gente como ella. ¿A qué se refería? A que da miedo pensar que vivir como quieres se podría ver limitado o tendría que ser negociado con otras personas. Además, por más que uno quiera independencia, no está mal sentirse, de alguna manera, comprendido. Acompañado. Paula encontró a dos amigos artistas que pensaban como ella, que querían lo mismo de su entorno, y cualquier preocupación se desvaneció cuando llegó a su nuevo departamento en julio pasado.

Es increíble, pero el resto del depa parece una extensión de su habitación. Es un departamento que posee también los aires, o sea que tienen un patio arriba. Las paredes claras de color melón rebotan la luz, y le dan calidez y alegría a los ambientes. En el interin uno de sus rommates se fue, y ahora Paula vive con la artista audiovisual Joseline Urco y la actriz Luciana Plenge. Han decorado todo entre las tres. Tienen intereses en común (la música, el arte visual) y también fascinación por objetos con historia, como esa máscara de La Diablada que una de ellas encontró abandonada durante un viaje de trabajo; o los floreros hechos con cabezas de muñecas (tiernas, creepies y utilitarias). En la sala está la maceta en la que Paula ha enterrado a la araña que tenía de mascota. Y también están repartidos sus instrumentos musicales y las llaves antiguas que colecciona, como un juego de intriga o como el símbolo de algo que a lo mejor a ella misma le toca descubrir. 

“Como si fuera 1942” es el nombre del proyecto fotográfico de Paula. Hace referencia al año en que apareció el famoso cartel feminista titulado “We Can Do It!”, que muestra la ilustración de una mujer haciendo punche. “Veo ese cartel como una revolución donde este grupo de personas se dio cuenta de que podía ser mejor, por más que las sociedad se lo negaba. Se dieron una voz. Y eso es lo que quiero que mis retratados sientan”, explica la fotógrafa. 

Todo nace del autorretrato. Por eso era tan importante fotografiar a otros en su propio espacio. Cuando se mudó pensó que ya no podría continuar con el proyecto. “Pero luego me di cuenta que no se trataba de cuatro paredes sino de todo lo que sucedía adentro”, dice Paula. Lo loco fue que en su nuevo dormitorio la luz cae de la misma forma y las paredes tienen casi el mismo color, así que son muy pocos quienes pueden notar la diferencia con sus fotografías anteriores. 

Esas imágenes nacen de textos que la misma Paula escribía sobre sí misma. Es un proyecto de amor propio, de aceptación e igualdad. Aunque no conocía previamente a la mayoría de personas que ha fotografiado, Paula ha encontrado algo de ella en cada retratado: “Todos estamos en un mismo proceso de aceptación, unos más arriba que otros; eso lo que me une al otro cuando fotografío”. 

Y hoy puede decir que se siente bien en el lugar en el que está. Si compara fotos de su cuarto en la casa familiar con fotos de su habitación actual, a pesar de que tienen los mismos elementos y hasta el color de las paredes se parece, Paula las encuentra muy diferentes. Antes había algo de tristeza, había melancolía. Demasiados recuerdos. Aquí, en cambio, todo está más despejado. Hay luz, hay color. Hay música. Y una copa de vino. 

Las cosas pasan de repente. Hace un mes y medio su madre sufrió un derrame cerebral. Le detectaron cáncer y un tumor cerebral. Tenía que operarse. En los días previos a la operación, su mamá se quedó con ella en su cuarto. Paula llevó otra cama y movió todo de lugar para que entre bien y su mamá esté cómoda. Entre su internamento y que le dieran de alta de la Unidad de Cuidados Intensivos, pasaron trece días. Días en los que Paula iba de la clínica al trabajo, del trabajo a la clínica. Muchas veces durmió allá, para estar pendiente. Ni siquiera tuvo tiempo de volver a la normalidad su dormitorio, y cada vez que entraba y lo veía así, caótico, se sentía horrible. Recién cuando su mamá salió de UCI pudo ordenar todo. Aunque su vida, claro, había cambiado.

“Cuando mi mamá salió de UCI empezaron los casos de Covid-19 en Lima, siendo cada vez más peligroso acercarme a ella ya que yo uso transporte público y siempre estoy trabajando junto a muchas personas. A pesar de eso, todos los días fui a verla tomando las debidas precauciones. Pero desde el domingo en que declararon aislamiento social no puedo verla”.

Debido a los cuidados que requiere y a la cuarentena, su madre está internada en una casa de reposo en la que puede ser monitoreada por enfermeros. “El jueves 26 fui a comprarle cosas para engreírla, pero las enfermeras me comunicaron que no están aceptando visitas hasta el final del aislamiento. Sé que este no es un caso extremo, pero se siente tan extraño vivir en la misma ciudad, estar a quince minutos de distancia de ella y no poder verla; saber que está bien pero no estar segura de que estará bien todo el tiempo porque no podemos ver a lo que nos tenemos que enfrentar”, cuenta Paula. 

Así que en este momento, su depa se ha convertido en su lugar seguro, su espacio de paz. Lo ha descubierto en esta cuarentena. Incluso antes de que su mamá se pusiera mal, los horarios de Paula eran superintensos. Realmente pasaba poco tiempo en casa. Estos días de encierro forzoso le han permitido quedarse en su depa, algo que hace mucho quería hacer. Disfruta cómo lo han decorado y la forma en que eso refleja su estilo de vida “bonito, libre y creativo”. Parte de su rutina es escuchar un disco al día. Sube al patio (que está supersucio y por eso no quiso fotografiarlo), hace ejercicio y hasta se mete en la piscina armable que habían comprado entre las tres roommates antes de que la crisis del coronavirus alcance Lima. Estos días le están ayudando a procesar todo lo que le ha ocurrido en el último mes y medio. Le deja tranquila constatar que vive en un lugar que ama y que tiene lo que necesita. Solo quisiera poder abrazar a su mamá y decirle en persona (y no por teléfono) que está orgullosa de ella. Ya llegará el momento. 

Su proyecto fotográfico nació de sus inseguridades. Sus expectativas acerca de lo que podría lograr con el trabajo también eran muy bajas. Pero sucedió todo lo contrario. “Me ayudó a tener mucho más confianza en mí misma y eso se refleja en este nuevo espacio”, asegura ella. 

Uno de los elementos más particulares del depa es el altar “a las cosas negativas” que han montado. Es una repisa en la que reúnen esos objetos que les recuerdan a sucesos tristes. Los ponen ahí, frente a ellas, como para mirarlos cara a cara y así quitarle fuerza a los malos recuerdos. “Pero, al final, a todas las mierdas que nos han pasado hay que que agradecerles”, reflexiona Paula. “Al fin y al cabo, nos hacen quienes somos hoy en día”. 

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