Fotos: Chris Dyer
Un día antes de que saliera su vuelo de regreso a Canadá, se cerró la frontera. Chris Dyer había llegado a Perú en diciembre y debía quedarse hasta principios de marzo. Viene todos los años: para ver a sus padres y también para hacer un retiro chamánico en Tarapoto, y dictar en la selva sus talleres de arte vinculado a medicina y naturaleza. Tres meses es un buen tiempo y, a la vez, pasa rápido cuando eventualmente te tienes que ir. Sin embargo, cuando la cuarentena le cerró las puertas del país, ya añoraba volver a su casa en Montreal.
Chris es peruano, pero ha vivido en Canadá buena parte de su vida. Se fue apenas terminó el colegio en Lima. Sus padres, Josie (canadiense) y Teddy (peruano) viven en Perú, hasta el año pasado en Lima: hace un tiempo se retiraron de sus trabajos y decidieron, por fin, dejar la ciudad e irse a vivir a la casita que desde hace mucho tiempo vienen construyendo en Quilmaná, Cañete. Montreal es muy frío, a menos cero, así que Chris había pensado pasar más tiempo con sus papás esta vez, para disfrutar también del sol y del campo. Finalmente, su deseo se ha cumplido con creces.


“Estoy mejor aquí. Al principio hubo resistencia porque se me quitó la libertad de hacer lo que quería… Estaba emocionado de regresar después de tres meses a mi propio hogar en Montreal. Además, mi enamorada, que había estado conmigo en Perú este tiempo, volvió antes y yo me quise quedar un tiempo más. Sin embargo, pienso que en mi departamento ahorita estaría solo, en cambio aquí estoy con mis papás, la casa es bonita y hay sol. No tengo tantos materiales artísticos como en mi estudio, pero estoy agradecido de estar en Perú porque en Norteamérica las cifras de infectados son altas. Además, todas mis chambas están canceladas. Todo lo que tengo que hacer es quedarme en casa. ¿Qué mejor que aquí?”.
Teddy cuenta que el proyecto lo empezaron hace ocho años, cuando compraron la chacra, que era “un pequeño terreno de una hectárea, la mitad paltas y lúcumas y el resto en abandono, sin ningún tipo de seguridad ni comodidades”, como describe su propiedad. El terreno está en medio del campo, a un kilómetro del pueblo. “Nos ha tomado este tiempo construir la casita, la galería para mis autos de juguete y los bungalows para mis hijos e invitados. Estamos al 80%”, dice Teddy. Se trata de un proyecto familiar y eso la hace aún más especial: Teddy empezó con un contratista local y luego continuó él mismo con un albañil. Es otra cosa ocupar una casa que has visto aparecer, ladrillo tras ladrillo.


Josie trabajó treinta y ocho años como secretaria y como profesora, pero se considera una “artista frustrada”. “Por eso motivé tanto a mis hijos”, cuenta. Hoy que tiene más tiempo entre manos, dibuja mucho, pinta con acrílicos y con las recomendaciones de Chris; también está aprendiendo a tocar la guitarra. Piensa que es un instrumento que puede llevar con ella fácilmente si se van de campamento, a la playa o a algún almuerzo con amigos. Josie pertenece a un grupo de libros junto con otras treinta aficionadas a la lectura, y discuten títulos de ganadores del Premio Nobel. Entre el arte y la jardinería transcurre su nueva vida campestre.
El principal pasatiempo de Teddy es su colección de autos de juguete. Son 1200 piezas, entre miniaturas de Nascar, Fórmula 1, autos vintage y de películas, camionetas, motos y más. Él fue campeón amateur de motocross enduro en 1992, y solo lo dejó cuando se rompió la pierna. Teddy supo desde hace tiempo que quería mudarse eventualmente al campo. Es que así empezó su vida. “Yo me he criado en el norte, en una hacienda azucarera. Mis primeros catorce años de mi vida los pasé ahí, hasta que mi papá me mandó a Estados Unidos. Me gustó la ciudad y no volví más al campo, hasta ahora. He recordado lo que era estar en la hacienda con mi papá, rodeado de ganado, de sembríos de caña de azúcar. Entonces tenía una moto con la que corría todo el día… Me sofocaba la ciudad. Ahora estoy contentísimo”.



Chris pasa sus días en la chacra y en el jardín, y haciendo quehaceres de la casa, con sus padres. También montando algo de skate. Y, por supuesto, pintando mucho. Chris Dyer es muy bien considerado en la escena internacional del arte urbano y del llamado “skate art”. Su enfoque energético también puede ubicarse dentro del arte visionario, que tiene reminiscencias sicodélicas y un trasfondo espiritual. Todo lo que hace –sus cuadros, murales, sus exposiciones, hasta los objetos que vende con su marca Positive Creations, e incluso los talleres que dicta, como el de Tarapoto– se encuentra dentro de un concepto de espiritualidad positiva a través del arte, la creación y la sanación, y de la intención de hacer un mundo mejor.
“Estamos en esta situación en la que la gente tiene que estar encerrada en sus casas. Pero también podemos verlo como un tiempo de reflexión sobre quiénes somos como seres humanos, qué estamos haciendo y si queremos seguir por el mismo camino. Estás en tu casa, te han quitado los objetos con los que podías lucirte, tu auto, tu ropa, tu chamba… Ahora estás con tu familia, y eso es lo que tienes. Todos deberíamos estar tratando de hacernos sentir bien los unos a los otros, generando una hermandad. Para mí este momento es como una ceremonia chamánica que se hace en todo el mundo. Nos han puesto espejos al frente, como individuos y como naciones, y nos preguntamos: ¿Seguimos actuando egoístamente? ¿Seguimos siendo superficiales? ¿O empezamos a buscar más allá?”.


“A mí la cuarentena no me ha afectado tanto. Mi vida se trata de estar en casa con mis amados, haciendo arte. Así que más o menos soy la misma persona. Estoy feliz de existir, y por eso soy libre”.