Fotos: Daniella Manini
Cada vez que Daniella Manini se cambia de casa, cambia de vida. Radicalmente. Pasó de la casa de sus padres en Lima, a quedarse en el cuarto de una amiga en San Diego, California, mientras buscaba qué hacer en Estados Unidos. Nunca más regresó a Perú. Desde entonces, ha vivido en casa de una señora a cambio de cuidar a los hijos y ayudarla un poco en casa mientras hacía todo tipo de freelos, y cuando consiguió, por fin, trabajo como diseñadora, alquiló junto a una roommate su primer hogar propio. Convivió con un chico, terminaron, dejó el lugar. Tiempo después empezó otra relación, salió embarazada y se mudó de ciudad: no solo descubrió la maternidad, también el emprendimiento. Desde el año pasado ocupa una nueva casa con su esposo y sus dos hijos, a la par que ha vuelto a un trabajo fijo. Y así la encontró la cuarentena.


Hoy vive en Ventura, California, a una caminata de veinte minutos de la playa. Su casa está sobre un cerro, y desde ahí puede verse el mar. Ventura tiene una luz muy propia que se debe a las islas del Canal (Channel Islands) y a la curvatura de la topografía: para Daniella, es una luz mágica, medio retro, que alcanza su casa y la baña de una atmósfera que le hace acordar a los ranchitos miraflorinos de los años cincuenta, de esos que en Lima quedan ya muy pocos.
Daniella es artista gráfica. Se mudó a California en 2004: “Estaba aburrida en Lima”, confiesa Daniella. “Me había graduado de la universidad y entré a trabajar en agencias de publicidad, pero me di cuenta de que eso no era lo que yo quería. En ese momento en el Perú no había tanto acceso a la tecnología, era limitado el mercado para diseñar. Una amiga se acababa de mudar a San Diego y me dijo, ‘ven, prueba: te va a encantar’. Así que vendí mi carro, renuncié a mi trabajo y me fui”.
No es que todo fue sencillo desde un inicio, pero Daniella estaba contenta porque la ciudad era linda y siempre se sintió en casa –incluso cuando no la tenía. A los pocos años de haber llegado encontró un trabajo en diseño, se sintió estable y se mudó a una casa compartida frente a la playa en Encinitas. “Creo que cuando me di cuenta de que ya estaba haciendo lo que me gustaba, que ya estaba trabajando en mi carrera, y que con eso pagaba un alquiler (que además era caro), sentí que por fin estaba en mi primera casa verdadera en California”. La transición entre Lima y California finalmente había terminado. Pero no los cambios.


Conoció a John “Hub” Hubbard, diseñador de wetsuits. Cuando tenían un año de relación, él tuvo que mudarse por trabajo de Encinitas a Ventura. Daniella no quería dejar el lugar que consideraba su hogar, y le propuso seguir la relación a la distancia. De pronto, salió embarazada y, a la vez, le avisaron que iban a vender la casa en la que vivía. Todo de golpe. Así que decidieron que lo mejor sería que se mude a Ventura lo antes posible. Estaba terminando de empacar cuando se le rompió la fuente, el bebé se adelantó un mes. Ese ha sido uno de los cambios de vida más drásticos para Daniella. Salió de la clínica con su hijo Noah, prematuro, y llegó a una casa que nunca había visto, en una ciudad desconocida. “Fue bien fuerte”, recuerda. “Estaba en la casa todo el día porque no tenía chamba y no conocía a nadie”. Pero, entonces, empezó a concentrarse en ella y en su hijo, en la familia que se había formado, en su nuevo hogar. Empezó a conocer cada vez más su nueva casa, sus espacios, y a pensarlos en función a lo que necesitaba Noah y también a lo que le gustaba a ella. A su estilo.
“El interés por la decoración fue creciendo en mí poco a poco. Al comienzo no tenía mucha plata para invertir en muebles, pero fui encontrando cosas aquí y allá, empecé a investigar sobre plantas… Ahora me importa más la decoración y también tengo mejor ojo que antes. Cuando nació mi hijo comencé a crear arte para su cuarto. Quizás porque cuando era chica siempre quise tener un cuarto lindo y nunca lo tuve, es que era tan importante para mí que mis hijos tengan un dormitorio que sea mágico. Una vez que me di cuenta de que podía hacerlo, que tenía la capacidad artística para hacerlo, compré una impresora profesional y me lancé con un negocio propio”.
En el 2015 abrió una tienda online de pósters que ella misma diseña. No solo los diseña, sino que los imprime, corta, mete en un tubo y los envía, desde el taller que ha montado en el garaje de su casa. Los motivos de sus pósters son la playa, California, Lima, la nostalgia. Piensa en imágenes que le dejan una sensación positiva, afiches que a ella le gustaría tener en su casa colgadas. De hecho, buena parte del arte que tiene en sus paredes son piezas pintadas o diseñadas por ella.



Daniella se enamoró de esta casa de los años cincuenta. Cuando llegaron aquí ya eran cuatro, con su hija Mila que hoy está a punto de cumplir dos años. El año pasado aceptó un trabajo a tiempo completo como diseñadora de textiles en Patagonia (diseña las telas para las colecciones de niños y de swimwear), y por eso en los últimos meses no ha pasado tanto tiempo en casa. Aún hay cosas que le falta arreglar, como el jardín. Pero la luz maravillosa que entra por las ventanas y las mamparas es su guía para decorar. Ha conseguido muchos muebles y lámparas de estilo mid century modern, que le encanta, y que resalta el espíritu retro de la propiedad. Lo único que no le gustaba es que la casa, por fuera, es celeste. Pero no hubo oportunidad de cambiar el color y la verdad es que ya le agarró el gusto.
Su esposo tiene dos hijos adolescentes que viven en Florida y estaba a punto de viajar a verlos cuando la oficina les avisó que iba a cerrar por el coronavirus, y les aconsejó que no salieran del estado. A la par, su mamá tenía el pasaje comprado desde Lima, pero Daniella la llamó a decirle que no viaje, que era más seguro que se quede en Perú. “Esa misma noche me entró una ansiedad, un nudo en la garganta… No pude cancelar el pasaje. Llamé a mi mamá y le pregunté si todavía podía venir, creo que me colgó y se fue corriendo al aeropuerto. Dos días después, cerraron las fronteras peruanas. Y felizmente ocurrió así, porque hubiera sido horrible pensar en que mi mamá estaba pasando la cuarentena sola en Lima”.



Daniella y Hub trabajan desde casa y entre ellos y la mamá de Daniella se turnan cuidar y jugar con los chicos, cocinar, etc. Así van pasando los días. En Ventura están todos en cuarentena, pero se puede salir a caminar, se puede manejar, ir a las tiendas. Todo lo demás está cerrado. “El otro día Hub y yo nos preguntábamos qué hubiéramos hecho si no estuviéramos trabajando en una empresa. Él no sabría qué hacer, yo seguiría con mi tienda. No soy quién para decirle a nadie qué hacer, pero creo que si miras en tu interior y defines qué es lo que te apasiona, puedes encontrar la manera de generar ingresos. Por supuesto que depende mucho de tu situación económica, de las oportunidades que hayas tenido, de tu familia. Lo que sí sé es que toda recesión pasa y después viene el florecimiento”. Es parte de la cadena, dice Daniella. Solo hay que aceptar que todo cambia. Y que todo siempre puede volver a estar bien.