Espacio personal

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Camila Novoa

En la simbología china, un gallo emplumado representa a alguien que ha pasado por cosas en su vida, pero sigue perseverante. Sin importar qué le sucede en la noche anterior, por la mañana logra cantar, precisa Lou Rottmann. Es una idea que resuena mucho con él, y es como explica la presencia del gallo disecado que acaba de traer de París y que hoy está en la consola de su comedor. La encontró en Deyrolle, la tienda de taxidermia más famosa del mundo: Lou se apura en señalar que es “cruelty free”, y que todos los animales que se encuentran en la tienda han muerto de manera natural. Para él, esta pieza en su hogar no tiene que ver con la muerte, sino que es una forma de reverenciar una filosofía de vida.

Nació en París y con solo dos años se mudó a Lima, donde vivió hasta que tenía siete y su familia se trasladó a Miami. Ya en Estados Unidos, Lou se acordaba perfectamente de su primera infancia en Lima, de la playa en el verano y Chaclacayo en el invierno. Además, Perú fue su destino de vacaciones durante mucho tiempo: ahí estaban sus abuelos, sus primos. Lima le fue siempre lejana pero familiar.

Sus últimos cinco años en Miami vivió solo en la casa familiar, porque sus padres y hermana decidieron establecerse en el Perú. Lou acababa de graduarse del colegio y sus papás le preguntaron si estaba dispuesto a quedarse él solo en la casa de Coral Gables; le advirtieron que tendría que asumir la responsabilidad de cuidarla y mantenerla. Lou ya había empezado a trabajar: lo hace desde que tiene 16 años, primero vendiendo seguros y luego formando una empresa. Así que se sentía más que listo para independizarse.

Estudió Ciencias Políticas y pensaba luego seguir Derecho. Pero como le pasa a muchas personas, en el transcurso se cuestionó si quería comprometerse con todos esos años de estudio. Además, él siempre quiso dedicarse a algo creativo. En Lima, sus papás se unieron a otros socios y fundaron el restaurante Franklin: Lou invirtió en el negocio con una pequeña participación y empezó a ir un poco más seguido a Lima. Descubrió que le gustaba el mundo de la restauración.  

Vendió su portafolio de seguros y decidió venir definitivamente a Perú para abrir sus propios locales. El primero iba a ser un bar en Domeyer, en Barranco. Había diseñado todo el interior cuando llegó la pandemia y como no era sostenible pagar alquiler sin poder abrir, tuvo que dejar el proyecto. En el interín, Lou compró la parte de Franklin que era de los otros socios y el restaurante se volvió 100% familiar. Entusiasmado con eso, pero buscando también su propio espacio, Lou convenció a unos amigos de Miami para que inviertan en un negocio, y compró el restobar Bottega Dasso.

No solo se refrescó la carta de Bottega Dasso: Lou se involucró mucho en la redecoración y el rediseño del restaurante. Reubicó completamente el bar del salón de atrás “para optimizar la coreografía del servicio y la funcionalidad”. Integró elementos de decoración clásicos con modernos, desde sillones Chesterfield de cuero negro hasta techos de espejo y arte contemporáneo. Dice que lo hizo todo al ojo, porque ningún arquitecto se animaba a meter en una obra en ese momento de la cuarentena. Él mismo estuvo ahí, metido en el polvo, con su mascarilla, cerca de cada detalle de la renovación.

Su papá, Arnie Rottmann, es interiorista, y cada vez que Lou se metía en problemas en el colegio y lo suspendían, lo hacía acompañarlo al trabajo. Lo llevaba a las obras, a visitar proveedores, a las tiendas de muebles. Así que pronto Lou empezó a apreciar la diferencia que tiene sentarse en un sofá fino, bien hecho. Empecé a notar los pequeños detalles del diseño.

“Igual yo desde niño cambiaba de orden los muebles en mi cuarto. Me aburría rápido y necesitaba transformarlo: cambiarlo de color, cambiarle los posters… Creo que siempre me ha gustado diseñar mis espacios”.

Cuando empezó con la renovación de Bottega Dasso, Lou habló con su papá para advertirle que quería hacerlo solo. Por más que hubiera sido más fácil contar con la experiencia en interiorismo de Arnie, Lou simplemente no quería que nadie comente que “le está siguiendo los pasos a su padre”.  Es muy importante para Lou mantener su independencia en eso.

“Te puedo decir el nombre solo de tres futbolistas peruanos, pero me conozco a todos los jugadores de la NBA o de la NFL. Soy bien gringo, me identifico con esa cultura, es en la que he crecido. Es muy común en Estados Unidos independizarte joven, a los 18 años; en el Perú la gente vive con sus papás hasta los treinta y es muy normal, ni siquiera tiene que ver con un tema económico, sino que simplemente aquí la gente se queda con sus padres más tiempo. Yo, en cambio, llegué a Lima apuradísimo en buscar un depa”.

Los primeros meses vivió en un depa encima del edificio de Bottega. Pero sentía que nunca dejaba el trabajo. Por eso, terminó mudándose a un par de cuadras, en un edificio en San Isidro con una vista privilegiada al parque. Puede ir y venir del trabajo caminando, y lograr desconectar una vez que llegue a su casa.

Como Lou llegó justo con la pandemia, no tuvo muchas oportunidades para hacer amigos inmediatamente, para situarse en esa ciudad familiar pero ajena. Por eso, decidió que necesitaba “hacerse” un depa bonito, rodearse de cosas que le gustan, que lo hacen feliz y lo distraen.

En el comedor y en la sala tiene sus coffee table books sobre diseño, cine y arte, que son algunos de sus temas favoritos; tiene muchas fotos de su familia, sobre todo de su hermana Raquel, a quien considera su mejor amiga. En la sala, está la escultura del reloj hecha por el artista Daniel Arsham, así como la figura de Yoda, también firmada por el artista estadounidense. No es un juguete aunque lo parezca, advierte Lou. Para Lou ­–fanático de Star Wars–, es un recordatorio de que con tranquilidad, todo tiene solución.

Trajo varias cosas de Miami: la lámpara enchapada en cuero de CB2, unas sillas Eames que pensó que iba a ser difícil encontrar acá, sus parlantes. El sillón en ele lo mandó a hacer en Lima. Aquí, tomó el secrétaire Canziani de su abuelo y le dio un look más actual al ponerle un acabado negro brillante. También reutilizó muchas cosas de Bottega Dasso, como la mesa de madera, hecha con una sola pieza enorme, o las sillas que retapizó en amarillo, porque el parque se enciende de ese color por las noches, y porque las flores de su balcón son amarillas.

“Yo no soy de colores. Solo me visto de negro, máximo uso un blue jean, pero en mi depa sí necesito tener colores. Eso me lo enseñó mi madre. El baño de visitas es de color “ají de Pardo”, y mi salón es un verde grisáceo inusual, hice muchas mezclas yo mismo… Es casi como el color de Yoda, creo que estaba tratando de llegar a eso”.

Decoró su depa pensando en recibir gente. Le gusta ser anfitrión. Pero también le gusta pasar el tiempo solo acá. Hay pocas cosas que disfrute más como estar en la sala con sus perros Uzi y Fonzo, viendo películas los tres.

“Yo he apostado totalmente por esta ciudad, pero hay que reconocer que Lima puede estresar bastante. Manejar te pone tenso, la ciudad en sí… Si ya vives aquí quizás no te das cuenta, pero cuando vienes de afuera lo notas. En Miami siempre había algo que hacer, muchas distracciones, eventos culturales, espectáculos, clubs. Aquí, me pareció necesario rodearme de cosas que me estimulen. Siempre es importante vivir en un buen lugar, que te guste”.

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En las semanas que siguieron a esta sesión de fotos, el hermoso Uzi, el perro de 8 años de Lou, murió. Por eso, dedicamos esta historia al amor por nuestras mascotas, que también son parte del espíritu de nuestras casas y siempre lo serán.

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