Con luz propia

Palabras: Jimena Salas / Fotos: Javier Zea

La ilustradora y artista textil Claudia Murillo tiene la sensación de que su casita cusqueña fue un mensaje místico, algo así como una señal. La amplia residencia de cuatro habitaciones que hoy ocupa queda en el mismo barrio en el que su familia vivió durante décadas. Es una zona de casas muy bonitas y apenas en una calle paralela su padre pasó buenos años. A pocos pasos, además, estaba ubicada la que fue la primera boutique de Cusco, abierta por su abuela hace algunas décadas.

Claudia encontró el anuncio en el periódico. De pronto, llegaron como un torrente los recuerdos de las casonas antiguas de techos altos, estancias espaciosas y abundante luz. Fue a verla. Al llegar, le abrió la puerta el vecino de abajo, un hombre octogenario que, en una breve conversación, recordó a su abuelo. A los pocos minutos, en la lavandería de al lado, le dijeron: “Tú eres Murillo, ¿no? Porque tienes los ojos de la señora Beatriz” (refiriéndose a su abuela). “Yo sentí que mis abuelos, que ya no están en este plano, me trajeron aquí”, cuenta la artista.

La hermosa y clásica casa cusqueña de los años cuarenta no tenía un solo mueble, pero a Claudia eso no le importó. En cuanto cruzó el umbral de la entrada, solo pudo notar la luz. “Yo vine de Lima buscando luz, así que dije ‘aquí me quedo’. No tenía nada, pero no me importó. Y así, han pasado siete años”, rememora.

No es fácil encontrar en Cusco casas calientes y luminosas. Pero esta, además de eso, es indiscutiblemente bonita y tiene la ventaja de venir con buenos propietarios y vecinos. No había mucho más que pensar.

Se mudó con un colchón de dos plazas, dos maletas de ropa y materiales de arte. A las dos semanas, llegó Jacinto, su perro. Desde entonces, ambos han habitado el espacio disfrutando de su mutua compañía, gozando del ritmo de la luz que transforma la atmósfera de la casa a medida que avanza la hora.

Las amplias ventanas que hay en todas las habitaciones cambian la iluminación natural; es como si viviera dentro de un fantástico reloj solar. “Literalmente, me despierto donde sale el sol en las mañanas. Me levanto a las cinco y media con el sol que me revienta en la cara”, describe. Lo dice con tal serenidad y goce, que se entiende que es algo que ama. “Desayuno donde da el sol. Dibujo todas las tardes porque el sol cae directamente en mi estudio a esa hora. Es como si la casa funcionara siguiendo la ruta solar, y es lo que siempre quise. Eso era lo que me faltaba en Lima”.

Poco a poco, Claudia ha ido ocupando cada ambiente con objetos significativos que bañan con su personalidad este lugar tan singular que, en sí, parece tener vida propia.

“Yo he sentido que todo en esta casa tiene vida. Esto no me pasaba en Lima, pese a que siempre he tenido la suerte de vivir en espacios muy bonitos. Pero acá es como si, incluso en los peores momentos, me cobijaran las paredes, me cobijara la casa. Ha sido un refugio total”.

Cada persona que ha entrado en su hogar se ha sentido más o menos igual. Prácticamente todas han hecho referencia a la energía tan linda que emana de aquí. “Y ese no es mi trabajo, te lo aseguro”, ríe Claudia. “Esa es la casa. Algo tiene; ha sido hecha con amor”.

En el interior, todos los muebles son reciclados: aquí, se subraya el valor de lo artesanal; todo ha sido regalado, rescatado, pulido, lijado o restaurado. La mesa del comedor era un objeto antiquísimo de una amiga de Claudia, que ella recuperó; los cuadros y los tejidos han sido hechos por ella misma. Sus tazas cerámicas han sido manufacturadas. “Siempre he buscado que la casa tenga esta alma del ‘hecho por las manos’”, resalta.

“Al inicio, decía: ‘¿cómo voy a llenar una casa tan grande?’ Lo que sucedió fue que mis abuelos ya no vivían, pero su casa estaba en venta, y en su depósito había muebles que mis tíos iban a desechar. De ahí he rescatado todo. Los cojines, hechos por mis amigos, están rellenos de la lana de mi taller. Por eso te digo que todo está vivo”.

Claudia ha preferido no optar por cosas industriales. Si bien sabe que existen objetos de diseño impresionantes y bellísimos, ella estaba buscando algo diferente. “Yo quería en esta casa aquello para lo que había venido: para un contacto con el ser. Y por eso es cien por ciento artesanal y reciclada”, explica.

Luego de siete años en su casa viva, Claudia Murillo empezará una nueva aventura. Partirá hacia Italia, a Roma, otra ciudad con la que tiene un fuerte arraigo emocional. Ahí, buscará llevar su arte, teniendo como base el taller en Cusco. “Siento en mi ser una responsabilidad con el tejido y con el trabajo artesanal, con un tipo de tejido tradicional que está desapareciendo”, relata. Su padre trabajaba en lo mismo, dedicó cuatro décadas de su vida a la producción textil, y es ese mismo taller el que ahora conducen Claudia y su hermano; él desde Francia y ella, más pronto que tarde, lo hará desde Italia.

Por ahora, debe despedirse de este, su hogar cusqueño, al menos por un tiempo. Muchos de sus muebles los venderá, invitándolos a continuar su vida en otros espacios, pero los que han sido hechos por su abuelo o comprados en anticuarios se irán -al menos, momentáneamente- a casa de los padres de Claudia en Arequipa. Ella es consciente de que tal vez no vuelva a vivir en Perú; lo único certero es que no se quiere deshacer de ellos.

No puede identificar sus espacios favoritos de la casa porque, en cuanto empieza a pensar en ello, se da cuenta de que la usa toda, la adora toda. Depende de la hora del día. Le gusta amanecer en su cuarto porque se vuelve dorado y es allí es donde hace su primera meditación del día. Claudia, que practica el budismo hace dos décadas, honra este momento, el tiempo de sus rezos, de llenar sus altares.

En las horas matutinas también le encanta el área que es mitad taller, mitad sala de yoga, porque ahí practica abrigada por el calor del día. En la tarde, su sitio preferido es el taller, porque ahí pasa el tiempo dibujando. Y a eso de las cuatro, tal vez cuatro y media, el mejor ambiente es el balcón, donde se sienta a tomar el matecito y a disfrutar de su momento de pausa, antes de que la ciudad se vuelva fría.

El valor artístico del espacio y de la ciudad, la conexión con los ciclos naturales de la luz y el calor, el área para tener introspección dentro de una urbe, la decoración artesanal que ha ido implementando y, sobre todo, el tener un lugar para crecer han sido todo para Claudia en su vida cusqueña. “Eso ha sido mi prioridad en todos estos años. No aspiraba a nada más”, dice. Por eso, aunque habrá nostalgia, dejará su casona de luz inmensamente agradecida y feliz.

  1. La fuerza interior, esa que te guía en un albedrío lleno de sueños que se materializan llenos de luz y color. La puesta en valor del arte a través de la obra cotidiana inspiran al espectador. Espléndido artículo ilustraciones vivas aventura en un antes y un después de la artista crean un nuevo universo! Felicitaciones! Ciao!

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