Palabras: Jimena Salas / Fotos: Alejandra Vera
Esta casa que alguna vez estuvo llena de gente y bullicio, hoy es el tranquilo hogar de Mariella Matos y Henry Vera. Por supuesto, el lugar siempre estará listo para recibir a los hijos, los nietos, los amigos; es un espacio en constante adaptación. Ha mutado incontables veces y, a lo largo del tiempo, ha visto ya varias reuniones… y otras tantas despedidas.
“Esta es la casa donde mis tres hijos pasaron toda su infancia, adolescencia y juventud”, explica Mariella. A excepción de una temporada en Argentina y estancias breves en Chorrillos y El Olivar, toda la historia familiar de los Vera Matos ha transcurrido entre estas paredes. Conocidos en el barrio por contarse entre los miembros fundadores de la bioferia de Miraflores, son especialmente queridos y reconocidos como pioneros de la cocina consciente en Lima, donde abrieron primero el restaurante El AlmaZen, y más recientemente, el café La Verde.



Cuando Mariella y Henry se conocieron, él vivía en esta misma casa, con su madre. De hecho, la primera década de convivencia en pareja la pasaron con ella. Mariella no terminaba de hallarse ahí, así que, eventualmente, se fueron. Pero tiempo después, la madre de Henry enfermó y tuvieron que regresar para cuidarla. Solo que esta vez, Mariella necesitaba hacer de este, su sitio, así que empezó la remodelación.
Ha pasado buen tiempo de eso. La madre de Henry ya no está; la casa ha mudado varias pieles, aunque no ha habido mayores cambios arquitectónicos. Hoy, Mariella sueña en voz alta con remodelar el baño y la cocina, pero aún no ha llegado el momento. Lo que sí ha sucedido es que hasta el último rincón se ha inundado de su espíritu: es un lugar cálido, acogedor, lleno de detalles y con un aire campestre. Así, como siempre quisieron vivir.
La fotógrafa Alejandra Vera, hija de Mariella y Henry, llegó desde España, donde vive hace tiempo, para reunirse con su familia. No los veía en dos años y medio. A ella pertenecen las fotos que acompañan este texto. “A nivel técnico, no me resulta difícil fotografiar esta casa. La conozco bien, sus detallitos, sus rincones. Conozco bien la luz que hay dentro. Y también sé cómo es que mi mamá –que es la que decora–, la ve”, reflexiona Ale. “Pero a nivel emocional, me ha costado un poquito reencontrarme con estos espacios que ya definitivamente no son parte de mi día a día. Me ha costado ver el paso del tiempo. La casa ha cambiado muchísimo y junto con ella, nosotros, pero sobre todo, mis papás. Me ha dado un poco de nostalgia pero también alegría saber que está hermosa siempre, gracias al amor que le pone mi mamá”.




La mesa de comedor la hizo Henry, la de centro, también. Cuando Mariella abrió El AlmaZen, ambos se pasaban días enteros visitando mercadillos de segunda mano para buscar cosas especiales con las cuales decorar el local. Entonces, conseguían un tablero, unas sillas antiguas, y los iban recuperando o recomponiendo lento, con amor, como artesanos de su propia historia. Los pomos, los floreros, las decenas –si no cientos– de teteritas que hoy adornan las repisas provienen del mismo sitio. Hubo que deshacerse de muchos cuando cerraron El AlmaZen, pero todavía quedan montones entre sus pertenencias.
Conserva un mueble de su suegra, el bargueño de madera sobre el que se exhiben dos cuadros grandes del artista José Vera Matos, su hijo, hermano de Ale. Al lado, reposa una linda butaca retapizada que heredó de su madre. Fuera de estos, hay contados elementos con historia familiar a cuestas: la mayoría son piezas restauradas o compradas en la Cachina o de Emaús.
El piano sigue ahí, como parte de la presencia de Alejandra. Hace muchos años, estudió canto y recibía a una amiga que llegaba a tocar de vez en cuando. Ale se fue, pero Henry siempre quiso tener un instrumento como este, así que lo conservó y ahora juega a sacarle canciones de oído.





El perchero rebosa de mochilas y casacas. Martín, su último hijo, ha vuelto a casa después de varios años. También es fotógrafo, y además es él quien ayuda a sus padres en todos sus emprendimientos. Martín ha sido el único de los tres hijos Vera Matos que nació en esta casa. Y aunque hoy son menos, cada ambiente se siente completamente habitado, incluso cuando la misma Mariella pasa el día en La Verde. Ahora, cuando llega a casa, le gusta pasar el tiempo en su habitación, algo que no sucedía antes. Quizás porque su tiempo en el hogar es cada día más acotado.
“Mi espacio favorito siempre es donde yo pueda hacer cosas”, menciona Mariella. Puede pasar horas en la cocina, en un taller, en donde sea que pueda crear. “Por naturaleza soy una persona que le gusta hacer, transformar cosas”. Y su hogar se ha empapado de esa personalidad dada al movimiento, la vida y el constante cambio.
“Cada año, muevo, pinto. Es una casa antigua, o sea que hay que mantenerla”, dice. Vuelve a mencionar sus planes para la cocina, donde la antiquísima refrigeradora de la abuela de Henry les sirve ahora de alacena. A él le encanta llenar los amplios fruteros que decoran las mesas del comedor y de la cocina con mandarinas, manzanas, membrillos. Los domingos van a la feria de Magdalena y renuevan la fruta fresca que perfuma sus ambientes. Cada que Mariella puede, continúa modificando su hábitat de alguna manera, ya sea tapizando los muebles, acomodando la distribución o añadiendo una alfombra.
Tienen varios relojes, pero ninguno está a la hora. “Alejandra me dice ‘eso es mala suerte’, pero yo le contesto que no, que es solo un aparato”, explica entre risas. Henry, que pasa cerca de ella, hace su propia interpretación del asunto: para él, es una muestra de que el tiempo se detiene ahí donde están.


“¿Qué tiene valor para mí?”, se pregunta Mariella. “Yo siento que mi casita es entrañable, que da sensación de calidez”. Se divierte pensando que si un día entran a robar, los ladrones no encontrarán nada que les interese. No tiene computadoras, joyas, ni ropa costosa. Apenas un televisor que su hijo José le ha dicho que ya es tiempo de renovar.
“Esta casa es, en parte, el reflejo de lo que somos, porque de una u otra manera somos bien simples, sencillos, austeros”. Esa es su forma de vivir, así lo siente ella; y lo mismo piensa Alejandra, o al menos eso parecen contarnos sus fotos. Mientras tanto, Mariella mantiene el anhelo de estar en el campo. Por cuestiones de la vida esto aún no se ha dado, pero aquí en casa se siente así, aunque sea un poquito.