Palabras y fotos: Rebeca Vaisman
Ximena Flores va a cumplir una década en Barcelona. Llegó de Lima con su expareja, quien es catalana. Vivir en otro país era un pendiente que tenía, así que sentía entusiasmo, pero también había incertidumbre. Pronto, entendió que hasta que no vives realmente en un lugar no tienes idea de cómo es. Acomodarse fue un proceso largo.






A nivel laboral, en Lima le iba bien. Estudió un par de años arquitectura y lo dejó por comunicación audiovisual, aunque tampoco terminó la carrera. Desde que estaba en Estudios Generales, Ximena empezó a trabajar en producción. Se metió de lleno en eventos, videos, incluso prensa. El trabajo cada vez ocupó más su tiempo y le iba bien. Antes de mudarse a Barcelona era productora en una empresa audiovisual. Migrar significó presentarse de cero, pues nadie sabía quién era, ni qué había hecho.
Durante un buen tiempo trabajó de lo que sea, donde la llamaran. Fue “canguro” (nana), encargada de comprar la comida para una cooperativa, lo que surgiera. Más de un año después, logró por fin insertarse en su rubro cuando la llamaron de una agencia y ahí todo empezó a acomodarse. Un gran quiebre fue cuando Ximena estuvo en el equipo de producción de los dos primeros videos musicales de Rosalía. Eso fue grande y le abrió varias posibilidades. Desde hace cinco años trabaja en la productora audiovisual de Primavera Sound: viaja, graba, está rodeada de un ambiente estimulante y tiene la oportunidad de hacer siempre proyectos distintos, durante el festival musical y el resto del año.







Llegó al depa que ocupa en el barrio de Gracia en el 2019, luego de separarse de su pareja. Una amiga se sumó como roommate y así pudo llevar mejor el alquiler y la vida cotidiana. Ha tenido suerte y siempre que una compañera de piso se iba, ha encontrado a otra buena amiga que ocupe su lugar. La dinámica diaria ha estado marcada por la amistad y una buena energía, son cosas que, sin duda, se han impregnado en el depa que se siente fresco, luminoso y tranquilo. Su última compañera de piso se fue hace un año: desde entonces, ha vivido sola.
El departamento reformado tenía algunos muebles —como el comedor, la mesa de centro de la sala y las camas—. Ximena incluyó algunas piezas grandes compradas aquí, como el sofá, y otras pequeñas, como la mesita antigua del ingreso. Sobre todo, llenó el depa con los objetos que trajo de Perú. “Cuando migré, vine con una maleta llena de cosas que siempre han estado en mis casas”, contó Ximena. “Mis toritos de Pucará, los espejos, la hamaca, mis cuadros”. Sin importar quién la acompañaba en el depa, las cosas que lo han decorado o que se han usado son de Ximena. Por eso, desde que llegó, siempre se ha sentido en casa.






Tiene arte de las peruanas Lucía Coz, Manika Post y Fefa Cox. En la sala, el tocadiscos es una pieza importante, así como lo son sus plantas. En su dormitorio, la cabecera de la cama es el ladrillo rococho que le da calidez y textura a la habitación. En la pared tiene dos cuadritos de tapadas limeñas que una amiga le dejó encargados, y un retazo de tela que le regalaron y ella enmarcó. El tapete que le trajeron de México, y que sirve como camino de mesa, ella lo ha colgado en la puerta de su dormitorio. En su balcón solían haber muchas plantas, pero siempre se le morían por la luz directa. Ahora quedan algunas macetas vacías, y es el lugar donde su perrito Aurelio toma el sol. Su ventana queda justo sobre la calle, entre dos placitas típicas de Gracia.
No todo el proceso de adaptación fue fácil. Claro que tuvo meses de dudas con respecto a su decisión de migrar —sobre todo por el aspecto laboral, pero también porque le costaba sentirse plena sin un círculo cercano—. Claro que extrañaba su vida en Lima, su trabajo, sus amigos, su bici y vivir frente al mar. Cualquiera que migra puede sentirse abrumado frente a las comparaciones o la nostalgia. Pero, en un punto, Ximena entendió que necesitaba cambiar su enfoque y su energía.





Hace unos años, en una de sus visitas a Lima, Ximena trajo consigo su bicicleta, a la cual le tiene muchísimo cariño. Es con lo que llega hoy a trabajar cada mañana. Su oficina, por cierto, tiene vista al mar. Se levanta muy temprano, a veces se va a la piscina a nadar, saca a Aurelio en su paseo matutino, se prepara el táper de la comida y se va a trabajar. Por las noches, va al gimnasio algunos días, saca a Aurelio siempre y cena en casa. Va a un taller de cerámica una vez por semana y la vajilla de uso diario la ha hecho ella misma. Los viernes son distintos porque teletrabaja y lo hace desde el comedor, aunque ya está planeando armarse un escritorio en lo que ahora es el cuarto de invitados.
Los fines de semana, durante el día, lee en la hamaca y por las noches mira una peli en el sofá, cocina algo rico con su novia, o salen con amigues a algún bar. Se considera bastante casera y le encanta recibir a amigos. Cada vez lo hace menos “por la vida misma” y “porque nos hacemos mayores”, pero su casa siempre fue un punto de encuentro. Arriba del edificio tiene una terraza con parrilla que se presta para muchas reuniones y todas las Navidades se celebran aquí desde que se mudó.

De alguna manera, este depa es el refugio para la red de amigas que fue tejiendo con los años: esa familia elegida, conformada por otras migrantes como ella, por gente que encontró sus propias formas de habitar, crecer y amar en una nueva ciudad. “Pude conquistar Barcelona a mi manera”, reflexiona Ximena. “Esta es mi ciudad. De momento, no me plantearía irme a otro lugar, para mí esto es casa.”
