Palabras: Rebeca Vaisman/ Fotos: Hilda Melissa Holguín
Se ríen al recordar la anécdota: cuando Kriste Arias y Sergio Guzmán llegaron a este depa, lo primero que hicieron fue tumbar la baranda de la escalera, una pieza antigua de madera, demasiado recargada. Y lo hicieron con una patada certera de Sergio. Se quedó un hueco por mucho tiempo, dicen que la escalera descabezada hasta parecía una obra de arte.
Eso fue hace catorce años. Recuerdan que en la visita su primer hijo, Vicente, estaba en brazos. Habían muchas cosas que no les gustaba del departamento: los dueños anteriores habían cerrado la terraza con vidrios negros pavonados; solo quedaba un balconcito que no podía ser bien usado. Había que cambiar el piso y renovar la cocina. Pero también encontraron muchas –varias– cosas que les atrajeron: el hecho de que sea un triplex y que desde arriba pueda verse el mar; las calles de Barranco a su alrededor y la promesa de una vida de barrio. La artista textil y el arquitecto entrevieron el potencial del lugar y se quedaron con él.









El depa ha ido cambiando con el tiempo. Una de las primeras intervenciones fue eliminar la habitación oscura y despejar la terraza. Luego cambiaron el piso, pusieron el techo sol y sombra de madera, la parrilla. Abajo, en el resto de la casa, cambiaron los pisos y las puertas originales por otras de madera. En el ínterin, nació su segunda hija, Henar. Así que otra gran transformación ocurrió hace un par de años, cuando se dieron cuenta de que sus dos hijos ya necesitaban cuarto propio. Para resolver el espacio, aprovecharon la creatividad y la suerte: su depa colindaba con lo que solía ser el cuarto del tanque de agua del edificio, que ya estaba en desuso, así que conversaron con sus vecinos, la compraron, y la transformaron en un dormitorio principal con una onda muy especial, una vista privilegiada y conexión a su hermosa terraza.
Es arriba donde todo pasa. Desde la pandemia, la terraza se ha vuelto ese ambiente que los reúne, que les permite hacer ejercicio, tareas, arte. Que les permite descansar. Estimulados por la luz y la vista, fueron llenando el espacio con más plantas. Kristie colecciona comederos para aves –pues a su papá le gustaba tenerlos desde que ella era niña– y los fue ubicando entre el verde; como consecuencia, las aves de todo tipo llegaron. Y también la inspiración para un proyecto en conjunto: Conservatorio es su marca de objetos como comederos, bebederos y piletas para aves, pensada para dar vida a jardines, terrazas y balcones. El primer prototipo lo diseñaron juntos hace un año. Lo hicieron justo ahí, en su terraza.






Kristie y Sergio ya habían trabajado juntos, colaborando desde su agencia de diseño textil, ella, y de su estudio de arquitectura, él. Siempre han compartido espacio físico de trabajo y algunos proyectos puntuales, pero nunca habían creado un producto que sea de los dos. “Y es bonito porque este es un proyecto chiquito, pero implica llevar un poco de alegría a tu vida en un momento y en un mundo donde todos estamos confinados”, asegura Kristie. “Poder ver aves, atraerlas a tu casa, te ayuda a calmar un poco la ansiedad. Por otro lado, nos ha traído la alegría y la complicidad de trabajar esto juntos. Todo ha sido un proceso”.
En los doce metros cuadrados de frondosa terraza han logrado un ecosistema. Tienen identificadas más de quince especies de aves que los visitan todos los días. Los pajaritos se meten a su cuarto, fresquísimos. Muchas veces los despiertan. Es idílico, es gracioso.
Kristie no ha dejado de lado su arte. Durante la cuarentena tuvo que cerrar su taller, así que para hacer sus esculturas textiles debía esperar a que todos estén acostados por la noche. Pero luego de que varios almuerzos en el comedor transcurrieron entre ovillos de lana, Kristie se dio cuenta de que tenía que volver a conseguir un taller afuera de casa. Aún así, tiene material a la mano para su obra en formato pequeño, como sus famosas nubes andinas: piezas que puede resolver en el escritorio de su habitación.








Como todo proceso, van apareciendo retos. Ellos tienen un pendiente: la cocina. Cuando cambiaron el piso les sobraron listones de madera: con ellos y unas estructuras de metal, Sergio construyó unas repisas que se supone serían provisionales… pero llevan así todos estos años. “Yo creo que la casa es un proyecto de vida”, dice Sergio. “Ya vamos dos transformaciones grandes en la casa y nos debería tocar una tercera. Eso es algo que nunca termina, porque la casa se va acomodando orgánicamente a cómo la familia va creciendo”.
Cuando sus dos hijos eran pequeños tenían una sola regla: no pegar ningún sticker en las puertas o las paredes. Pero Kristie se ha dado cuenta hace poco, con una sonrisa, que Henar se ha rebelado. Finalmente, ya es su habitación. Además, con la cuarentena muchas de las normas en casa se han flexibilizado. Sus habitaciones no están ordenadas ni sus juguetes están en las repisas. Hoy, más que nunca, Kristie y Sergio entienden que los espacios de sus hijos tienen que sentirse propios. “Son tiempos interesantes. Estamos replanteando nuestra relación con el espacio construido y con nuestros objetos”, piensan ambos.












Los planes siguen. Quieren crecer, quizás hacia arriba. Piensan en un mirador: un lugar pequeño donde puedan tener un par de sillas para ver el sunset. Y así continuar desarrollando su casa como un hogar que los cobija hacia adentro, y a la vez los conecta con lo más lindo de su entorno.