Coleccionistas de memorias

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Olga

Dejar un espacio nunca es fácil. Ni siquiera cuando estamos seguros de que es la decisión correcta. No solo es un tema logístico, como Mafer Conde y Pietro Hadzich están comprobando: desarmar todo, pensar en qué te llevas y en qué dejas, es confrontarte también con los recuerdos. Y qué difícil es elegir entre ellos.

La pareja se mudó a este depa en el 2014, cuando decidieron vivir juntos. Fue la primera vez para ambos, y llegaron solo con lo que tenían en sus cuartos en la casa de sus papás. No buscaron alquilar un depa amoblado: no querían heredar vibras y tampoco estresarse cuidando que nada se malogre. Sobre todo, tenían la ilusión de poder escoger sus cosas, pintar y arreglar la nueva casa a su manera. Además, sabían que no iban a encontrar nada que se ajuste a su estética tan particular.

Eran totalmente novatos en el tema. Pietro encontró el depa en una página web y la descripción le sonó “bravaza” a pesar de que solo habían publicado una foto… la del clóset. Mafe entró al depa y se enamoró, dijo que amaba la luz, la vista, el parque atrás de la casa. Luego de hacer el trato, se dieron cuenta que no era parque, sino un terreno abandonado, y que en medio de la ventana había un tanque de agua inmenso que tapa todo… Se ríen porque vieron lo que querían ver, y porque algo más allá de los verdaderos atributos del depa hizo que sea el lugar donde debían empezar el resto de su historia juntos.

El mismo día que se mudaron, Pietro le pidió matrimonio. En su refri está pegada la foto de ese momento: ellos, las llaves y el anillo.

Los primeros muebles que consiguieron fueron más que incómodos. Al comprar o mandar a hacer no pensaban en las dimensiones, la cuerina del sofá hacía sudar las piernas y, por último, sus gatas Tostada y Quinua destrozaban todo. Ya van cambiando las mesas de noche tres veces. Pero también han aprendido y mucho: a que el espacio tiene que adaptarse a ellos, que están llenos de intereses, de proyectos, de arte y de estímulos.

Mafer y Pietro no tienen dos tazas, tienen veinte. Coleccionan juguetes y tienen decenas de decenas. Lo suyo es el color. No les interesa mucho los adornos que son solo eso, pero no dejan pasar la oportunidad de conseguir piecitas excéntricas que les recuerden a viajes, a su infancia, y que signifiquen algo más para ellos. 

“Empezamos a diseñar muebles para aprovechar el espacio al máximo. Y debajo de cada mueble hay un táper con cosas; hasta la ducha del baño de visitas tiene repisas”, cuentan.

Además, tienen arte. Muchas obras son de compañeros de Pietro en la Facultad de Arte, como Inti Ontiveros y Jorge Maita; también tienen serigrafías, posters y postales que han encontrado en viajes o en ferias de arte y diseño. Y tienen una pieza muy especial que fue hecha por Mauricio Delgado a partir de una fotografía de Mafer que tomó en Paucartambo.

Este depa de 60 metros cuadrados aloja su estética en todo sentido. No solo es el lugar donde viven, también es el espacio que permitió que nazca Olga: así es como bautizaron su proyecto de creación de contenido visual. Más que un estudio, son una dupla creativa con una visión muy propia: Olga no solo tiene nombre, tiene una personalidad. Y Olga también vive en ese depa, de hecho, muchas veces lo toma casi por completo: como cuando tienen que usar la barra de la cocina (que funciona como mesa de comedor), para hacer fotos y videos todo el día, entonces terminan comiendo sentados en el suelo. Por eso han decidido mudarse una vez más.

Nos despedimos de los momentos, de los espacios. De las personas. El papá de Pietro falleció hace unos meses, y la pareja se va a mudar a la que fue su casa. Por estos días, están renovando la cocina y el baño. A Pietro le ilusiona pensar que muchos de los objetos que pertenecieron a su papá podrán quedarse en esa casa, encontrando un nuevo lugar, conversando con aquello que para Pietro y Mafer es importante. “Si te parece que nosotros somos acumuladores, tendrías que ver sus cosas. Él mandó a hacer vitrinas para sus juguetes científicos, tiene cosas superextrañas: hay unos tres mil ítems solo en juguetes y como mil libros”, dice. Habitar la casa paterna tiene un peso, pero ellos están decididos a que se sienta suya.

Olga es un personaje de Liniers, es un monstruo que vive en la imaginación. De ahí sacaron la idea. A ellos les gusta poner nombre a las cosas. El auto de Pietro se llama Benito y el de Mafer, Pancha. Darles un nombre las hace más especiales. Y cuesta más dejar ir. Es verdad que ser desprendidos es una virtud. Pero también lo es la capacidad de apreciar y cuidar de lo que tenemos alrededor. La memoria también puede ser un hogar acogedor.

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