Palabras: Alejandra Nieto/Fotos: Camila Novoa
Gran exploradora del arte popular peruano y parte de una generación de creadores plásticos que enfocó su mirada en una herencia y geografía, la casa de Rocío Rodrigo es el conjunto de muchas historias en forma de objetos.
“Soy artista. Convivo con diseño y con arte”, lo explica ella de pie en medio de su espacio que es, al mismo tiempo, sala, comedor y estudio. “Para mí lo importante es la vinculación entre lo que hago, cómo vivo y con quiénes comparto cuando vienen”.



Existen nexos invisibles entre cada objeto de la casa. Es un hogar tejido con una red compleja pero desentrañable. Algunas piezas llegaron a manera de regalo cuando recién se mudó a este departamento con espectacular luz y vista al parque; otras se han ido acumulando con intercambios.
Tiene arte de la colección de Walter Piazza, de amigos como Carolina Kecskemethy o Emilio Rodríguez Larraín, muy cercano a su familia. También de Alberto Grieve, Alfredo Márquez, Mariella Agois, Luis Alberto León. Y más. La lista podría ser infinita porque cada espacio está habitado por algo que, como toda pieza de arte, contiene mucho más de lo que es.
Claro que tiene obras suyas, así como retazos de trabajos que van yendo y viniendo según ocurren las muestras o las nuevas ideas.



Rocío ha trabajado durante décadas en torno a los conceptos de ofrenda, el pago andino como base de una fuerte exploración cultural que ha dado origen a algunos de sus proyectos más recordados, como “Ayacucho Contemporáneo”, montado en el 2016 en la Biblioteca Nacional. “Con un amigo jugábamos a hacer altares, entendidos como espacios de objetos importantes para ti, sean sagrados o no”, explica.
La investigación para un proyecto llamado “La mujer sabía edifica su casa y la necia con las manos la destruye” la llevó a concluir que “las mujeres de cualquier entorno tenemos la tendencia a tener este espacio, una mesa donde aparecen fotos de la familia, objetos valiosos”. Su casa es ese espacio-altar, lleno de todo lo que atesora.



Sus huacos en textil y en color industrial pertenecen a su exposición “La dúctil ofrenda”, que inauguró en el ICPNA en el 2022. “Hacen referencia al huaco erótico que hicieron en Trujillo para atraer turistas. Están trabajados junto a mujeres tejedoras, cada trabajo simboliza huacos que contienen fluidos”, explica Rocío. Visitar su casa es pasear por su trayectoria, asomarse al orden particular de su mente.
Están sus columnas geométricas, o “una síntesis del Lanzón Monolítico de Chavín”, con el que soñó una vez y quiso traer de alguna forma, primero a Lima y luego a su propio espacio privado. La expresión “descansar la mirada” aquí no existe porque todo narra algo, múltiples veces, en varios niveles y sujeto a divergentes explicaciones.



Los espacios están claramente divididos por funciones y estas parecen trazarse por mesas. Están las mesas de las dos salas, para el café, la compañía y las llamadas por Zoom; los libreros que rodean todo y que en cierta medida son mesas también. A la mesa del comedor la rodea un maravilloso juego de sillas vintage, mientras las mesas auxiliares están listas para complementar los espacios o sostener más esculturas. Finalmente está su mesa de trabajo, con una solidez particular y la mirada cercana de una escultura de mujer en color bronce.
“Desde niña me interesa una manera de entender el espacio en sí. Eso se tradujo en mi interés por la escultura, porque ocupa el espacio vital, define el espacio en el que caminas. Yo defiendo la escultura porque me parece una manera fascinante en la que se comparte diseño, arquitectura, instalación y espacio”.




Algo que también hace desde muy chica es reacomodar los espacios en su cabeza, encontrando el hilo que definirá el correcto orden de las cosas. “Juego a encontrar ese balance espacial. No quiero decir armonía, porque también puede haber equilibrio entre cosas en tensión”, asegura la artista.
Al ver su espacio se entiende esta afirmación porque entre lo estático hay algo que se mueve. Su visión de la casa es un ser tan vivo que es imposible que contenga objetos que solo sean lo que aparentan. Aquí todo tiene una pulsación.