Por Fiorella Iberico / Fotos: Camila Novoa
Llegaron a este depa luego de mucho buscar. Carlos Eduardo Vargas Tagle y Alessandra Corrochano tenían un tiempo viviendo juntos en el espacio de ella y se les había metido el bichito de remodelar una casa. Chequearon bastante por la zona y, de tanto pensarlo, se les pasaron varias oportunidades. No daban con la casa de sus sueños.



Ella fue la que mapeó el departamento primero. Estaba en planos, pero le hizo mucho sentido lo que veía. La pareja no había definido del todo qué quería, pero algunos requisitos sí estaban claros: buscaban cierta independencia, como la de una casa, con una zona generosa de terraza para que sus hijos (de 3 y 8 años) puedan jugar y para compartir en familia. Su foco estaba puesto, sobre todo, en un sitio abierto para vivir a diario y sacarle el máximo millaje. No querían que estuviese relegado a un uso ocasional como suele ocurrir con la mayoría de terrazas o patios.
Así fue que el editor y la economista llegaron a su hogar miraflorino en 2018. Con ellos se trajeron algo que ambos valoran especialmente: sus piezas de arte. A él le encanta el interiorismo y ha ido afinando el gusto con los años. Mucho antes de mudarse solo, cuando aún vivía con sus papás, Carlos Eduardo fue invirtiendo en objetos pensando en su futura casa. De a pocos, armó su colección. Hoy confía en su buen ojo.





Ya juntos, continuaron incrementando su colección. Él tiene muchos amigos que le han vendido obras, otras han sido prestadas e, incluso, hasta regaladas. Siempre están viendo qué hay en el circuito y cómo mejorar lo que ya tienen.
Hay una máxima con la que eligen la próxima pieza que entrará en la casa: que les aporte algo, ya sea valor estético o funcional. Es decir, no compran por comprar. Carlos Eduardo es bastante exigente en ese sentido y por eso es muy cuidadoso con la elección de las cosas. Por su trabajo, es muy consciente del diferencial que tiene lo artesanal, lo hecho a mano, y procura que las adquisiciones familiares vayan en esa línea, así le tome el doble de tiempo encontrar lo que busca. Y no todo tiene que ser caro.
Bastante de lo que poseen guarda una historia, como el enorme jarrón con técnica de engobe dispuesto en una esquina de la terraza. La madrina de la mamá de Charlie (como Alessandra lo llama de cariño), que fue como una abuela para él, lo tenía en su casa. Al fallecer ella y venderse su casa, antes de que se demoliera la propiedad encontraron el jarrón en medio del desmonte. Al final, resultó ser una pieza valiosa a distintos niveles.





Algo similar ocurre con la colección de huacos del abuelo de Ale, ubicados en unas repisas del pequeño escritorio que está dentro de la casa, y con el batán de la bisabuela de Carlos Eduardo, que corona la barra divisora de la terraza. Atesoran esas piezas porque tienen una historia detrás: hablan del pasado familiar de ambos y son testigos de la astucia que tuvieron para rescatarlas y ponerlas en escena.
La familia aprovecha a diario este depa bien iluminado y con muchos detalles sencillos pero cálidos. La pareja trabaja desde casa. A diferencia de Carlos Eduardo, que es dueño de su propia empresa de servicio editorial y, por ende, tiene una agenda más flexible, ella tiene un horario más estricto. Por ello, el que cuida la casa es él. Dice que su abuelo fue papá soltero (crió a su mamá sola), así que es su referente de amo de casa y hoy le rinde tributo piloteando su hogar al 100 %: hace las compras, cocina, se encarga de la limpieza, atiende a los chicos. “La verdad es que me vacila un montón”, apunta Carlos Eduardo.
Usan mucho todos los espacios: el patio, las habitaciones, el comedor, el escritorio. Una ventaja de la distribución del depa es que les permite saber que está pasando constantemente en la casa. Desde el escritorio tienen vista a los cuartos de sus hijos; desde la sala y el comedor pueden ver lo que ocurre en la terraza. Precisamente, el núcleo que conecta todo es la terraza. Pero no siempre lució así.




Hubo antes un jardín que se reemplazó hasta tres veces porque el pasto terminaba poniéndose amarillo. Durante la pandemia, Carlos Eduardo –a quien le encanta la jardinería–veía con frustración cómo la vegetación empeoraba. Hasta que un día no pudo más con su genio y terminó arrancándola con las manos. Al hacerlo descubrió que, en lugar de tierra fértil, debajo solo había fango. Así fue como construyeron el patio que hoy disfrutan tanto.
El arquitecto Raúl Arróspide los ayudó con el diseño. Él había hecho el jardín vertical que está ubicado en la parte de la terraza colindante con la sala y el comedor, y se hizo amigo de la familia con el tiempo. Cuando Raúl supo que necesitaban remodelar el jardín, se ofreció a ayudarlos. Al principio, no sabían cómo reemplazarlo. Finalmente, vieron que lo más conveniente era irse por un patio. Le agregaron la jardinera elevada para llenar de más verde el lugar y la barra para ganar espacio. Algo que también hicieron, aprovechando las obras, fue poner riego tecnificado.
Aunque esta remodelación puso a prueba la paciencia de Carlos Eduardo (el polvo y el caos convivieron con él todo el tiempo que duraron las obras), la remodelación concluyo con éxito en diciembre de 2020. Le ha servido de experiencia que seguro pronto necesitará.




La familia no abandona la idea de encontrar la casita de sus sueños, la que querían hacer a su gusto. La siguen buscando y no le temen a una remodelación. Cuentan con la meticulosidad de Carlos Eduardo –quien seguramente se tomará su tiempo para acomodar las cosas en perfecta armonía– y la prudencia de Alessandra para poner la cuota de balance. Encontrar ese hogar que ellos mismos diseñarán a su medida es algo que les hace muchísima ilusión.