Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Camila Novoa
La pandemia le ayudó a ver con mayor claridad. En realidad, el proceso de transformación de Carolina Grau empezó mucho antes: desde que decidió dejar la empresa textil de la que era socia para abrir un emprendimiento propio, más alineado con nuevas búsquedas personales. Y podría decirse que eso fue parte de una revolución mayor. Lo cierto es que, con la pandemia, Carolina se dio cuenta de que su espacio personal también necesitaba reflejar la nueva etapa en su vida. Era momento de un cambio.







Trasladarse a este nuevo departamento ha sido como crecer, así lo siente ella. Es más grande, más de diseño, en muchos sentidos es una evolución. Pertenece a la amiga de su hermana y el depa vino con algunas cosas muy bonitas, como el papel tapiz del baño de visitas, las bancas de la barra de la cocina o la repisa de fierro en la sala. Antes de mudarse, Carolina sabía que los espacios habían sido hechos (y hasta entonces, vividos) con buen gusto y cariño.
Llegó con un colchón y tres muebles. Muchas de las pertenencias de su casa antigua las llevó a su oficina, otras cosas las vendió o regaló. Es que esta mudanza tenía que simbolizar una renovación. Se compró un sofá y encontró lugar para muchos adornos y muebles que había ido comprando o recogiendo, incluso cuando no tenía dónde ponerlos. Con el tiempo, ha ido armando más su casa.





Le interesa el arte y el diseño local y procura comprarse una que otra cosa, así sea pequeña. Además, admira el arte tradicional y le fascina descubrir tesoros en ferias y viajes. Aunque siempre le han gustado las plantas, este depa nuevo ha despertado un placer más intenso en cuidarlas, al ver que responden tan bien. Su árbol y una planta de sábila, que la acompañan desde su casa anterior, se han puesto hermosos. Parece que a sus plantas también les gustó el cambio.
A la dueña de casa no le gustan los huecos en las paredes y dejó instaladas muchas repisas, sobre las cuales Carolina apoya sus adornos y piezas de arte. Le gustan las paredes llenas de cuadros pero siente que no van con ella. Además, está tratando de no acumular tantas cosas a su alrededor: ha usado este depa para empezar un poco de cero.



Su empresa se llama Revolution Knits y con ella desarrolla y produce prendas tejidas para diseñadores y marcas, principalmente extranjeras. Sobre todo, está enfocada en lograr una verdadera sostenibilidad. “El sistema no está hecho para que seas sostenible si es que no tienes mucha plata para invertir en tecnología, pero nosotros tratamos de que todas las decisiones que tomamos a la hora de diseñar y de producir generen el menor impacto posible”, explica Carolina. Fundar Revolution Knits fue su manera de crear un negocio alineado con sus valores, un trabajo para estar orgullosa y para disfrutar.
Trata de que estas preocupaciones su reflejen en su hogar. Ya compostaba desde su depa anterior: aquí es más difícil porque no tiene un espacio abierto, pero ha contratado un servicio de compost para la oficina y lleva sus cosas de la casa. Su trabajo le queda a tres cuadras y ahora solo usa el auto para salir de Lima. Trata de reciclar lo más posible, y tiene varios intentos de ecoladrillos —“porque la verdad es que es un chambón”—. Carolina se esfuerza y lo hace lo mejor que puede. La verdadera sostenibilidad está en tomar decisiones y acciones que se puedan mantener, es encontrar un balance que ella está buscando.
En su casa pueden encontrarse muchas muestras y telas falladas de su producción. Varias mantas, por ahí un cojín. Carolina usa solo sus chompas y ruanas, le da cargo de consciencia comprar de otras marcas. Sus tres gatos —Fausto, Martina y Segundo— tienen el privilegio de dormir entre retazos de lana de alpaca.



Cree en el poder de reutilizar. En su dormitorio están la silla de esterillas que perteneció a su bisabuela, así como ese par de muebles que rescató de una fábrica. Suele comprar cosas de segunda pues llegan a ella con la energía de quienes las han tenido antes. Por eso respeta tanto la artesanía y el tejido: por esa impresión que deja la mano de la persona que los hace. Dice que no hay máquina que la pueda replicar.
“Trabajo con artesanos desde que tengo 24 años. Y son unos genios. Son tejedores que han modernizado ese oficio que han aprendido de sus padres y abuelos. Me quedo admirada por el gusto y la capacidad de interpretación que muchos de ellos tienen. Y por cómo, al trabajar a mano, tratan cada pieza con tanto cariño”.
Por las mañanas, Carolina suele despertarse tarde y quedarse un rato en la cama con sus gatos. Toma el desayuno en la barra de la cocina o sentada sobre la alfombra, en la mesa de la sala. Le gusta mucho cocinarse el almuerzo y siempre regresa de la oficina para hacerlo; el café lo toma en su sofá. Su espacio lo usa mucho. No invita a mucha gente, es bien suyo. Y por eso le gusta que tenga cosas especiales. Pone énfasis en elegir qué entra a su casa.



“Yo he pasado por un proceso bien personal estos años, un proceso de reconocerme, de confiar en mí y en mis gustos. Mi casa anterior era un espacio de búsqueda. Todavía hoy, a veces, me cuestiono si no debería tener más un estilo u otro, pero me respondo que no, el espacio está como me gusta que sea y como me gusta vivir. Y aún así, uno siempre tiene que estar dispuesto a poder cambiar”.