Espacios emocionales

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Katherinne Fiedler

Siempre le fascinó este edificio. Juan Diego Tobalina sabía que su mamá había tenido un consultorio aquí; le atraía ese diseño de los años cincuenta, un ícono en el barrio del parque Reducto; un bloque de edificios que algunos llaman “la colmena” por las fachadas cubiertas de ventanas pequeñas, una tras otra… Muchos amigos suyos habían alquilado depas aquí y Juan Diego había podido ver el edificio por dentro: era sencillo pero interesante, con todos los depas distintos, ninguno igual a otro. Fue muy especial cuando encontró la oportunidad de hacerse con uno.

Llegó en el 2016. El artista plástico tuvo que hacer varias refacciones: durante los últimos años, el depa había tenido que cumplir ciertas necesidades de movilidad y accesibilidad para las personas que lo habían ocupado, eso dejó de lado la estética del espacio. Además, en algún momento, algún propietario anterior decidió modernizarlo y cambiar la mayoría de sus acabados originales. Felizmente, aún conservaba las molduras, algunas manijas y los marcos de las ventanas de 1955, el año en que se construyó.

Juan Diego dirigió él mismo las renovaciones, siguiendo “su criterio y caprichos”. Lo más difícil fue quitarle el escarchado a las paredes y el techo. La chimenea era negra y barnizada, así que solo quedaba pintarla encima y se decidió por el blanco. Rehizo el baño y la cocina. Cambió el piso laminado por un parquet de madera. Estaba impaciente: se mudó al depa antes de terminar los trabajos.

“Tiene una atmósfera atemporal… Es uno de esos sitios que se quedan en otro espacio y tiempo. Las cosas modernas no me llaman tanto la atención. Aquí, en cambio, puedo jugar con mis objetos heredados o que compro de segunda mano. La lámpara es de mi abuela; este mueble de la sala, que compré en Surquillo, posiblemente sea del hotel Crillón; el espejo es de cuando era niño; este mueble en la entrada es de mi mamá, que se lo recibí porque ella ya no tiene dónde ponerlo… Si este espacio fuera demasiado moderno mis cosas no encajarían bien”.  

Tenía el depa completamente armado cuando se fue a Madrid. Iba a presentar una exposición, pero terminó quedándose varios años. Ya había vivido fuera: de hecho, estudió en Barcelona. ¿Por qué sintió la necesidad de irse nuevamente? Quizás porque estaba cansado de ciertas estructuras sociales de Lima; quizás porque se había desconectado de Perú. Una parte de él extrañaba la forma de vivir la ciudad y los espacios públicos que descubrió en Barcelona, cuando era estudiante. Y es que, cuando has estado en una ciudad tanto tiempo –y has aprendido nuevas costumbres y nuevas rutinas–, terminas por extrañar esa cultura que también has hecho tuya.

No le costó dejar su depa, que estaba lleno de sus cosas: muebles, libros, adornos, su colección de arte (propio y de otros artistas). Juan Diego necesita rodearse de objetos que le gusten o que lo representen porque su presencia lo hacen sentirse en casa. Al mismo tiempo, nunca se ha enraizado de tal manera que irse le cueste demasiado.

Claro que recuerda sus espacios. Antes de que la clínica siquiátrica que sus padres dirigieron por 40 años cerrase definitivamente, Juan Diego hizo una muestra de arte ahí. Cada habitación contenía una parte de ese homenaje ideado para esos ambientes donde también había crecido. Para ese lugar en el que su padre, enfermo de cáncer, decidió pasar internado sus últimos días y despedirse así de su personal y de sus pacientes. Y del edificio, también del edificio. Aún hoy Juan Diego guarda material que sacó de la clínica y lo usa en sus instalaciones. Hay un vínculo que establece, que no es aprehensivo pero que sí reconoce (y reclama) el amor por las historias de los espacios en donde le toca vivir. Los puede dejar, pero se quedan en él.

A inicios de la pandemia, Juan Diego se mudó al depa de su novio, Renzo Merkt. Este año se trasladaron juntos al depa de Juan Diego. La primera noche que pasaron aquí, abrieron una botella de vino y la tomaron sentados en el piso de la sala: había que volver a armar todo. Renzo trabaja en Publicidad, su carrera está muy ligada a lo visual. El depa como está hoy, tiene muchos objetos de Juan Diego pero también varias cosas que han conseguido juntos: el sofá que eligieron, los cojines y las cerámicas de Tater Vera de su último viaje a Cusco. Ahora toman vino sobre la alfombra de Puna que Renzo trajo consigo.

“He aprendido de la estética de Juan Diego y él de la mía, y de mi orden. Ha habido mucha compenetración y aprendizaje, tanto al iniciar nuestra relación como al iniciar un espacio. Yo era muy minimalista, la carga me saturaba, pero era porque estaba predispuesto: ahora me doy cuenta que esta otra forma de vivir también me gusta. Lo artesanal, lo experimental, los hemos ido explorando juntos en este depa. Y nos hemos dado cuenta de que teníamos muchas similitudes”.  

Se parecen también en que no tienen miedo al cambio. Los dos van a dejar este depa, llegó nuevamente el tiempo de moverse. Parten a Madrid, esta vez juntos, para empezar un proyecto nuevo. Enhorabuena, la marca de macetas que Juan Diego inició con la artista Katherinne Fiedler, se transforma en un proyecto más ambicioso de diseño, e integra a Renzo para completar su visión. Con este nuevo plan, la pareja llegará a España. El depa en Lima se quedará casi tal cual, como suspendido en el tiempo. Nunca se empieza realmente de cero.

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