La vida en el Valle

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Leslie Hosokawa

Acaban de cumplir un año viviendo en el Valle Sagrado. La casa de Diego Rodríguez y Nicolás Adrianzén queda justo en la quebrada de Urubamba, subiendo hacia el nevado Chicón. La edificación es actual y tiene una referencia nórdica, con techos altos, ventanales y una cocina abierta. Su diseño es muy peculiar para la zona.

El primer año de la pandemia lo pasaron juntos, recién mudados en un depa en Barranco. Diego y Nicolás siempre habían vivido por la zona, cerca del mar, de la vida nocturna, del movimiento. Habían imaginado vivir ese depa barranquino de otra manera, por supuesto; a pesar de todo, ese fue un año bonito en el que aprendieron a convivir. Apenas pudieron hacer un viaje, eligieron Pisac y les encantó lo que encontraron. Dos semanas después de esa visita, regresaron para ver casas en alquiler.

“Siempre que habíamos estado en el Cusco nos quedábamos en la ciudad y solo pasábamos por el Valle, nunca habíamos vivido la experiencia de quedarnos realmente aquí. Descubrimos que hay una comunidad muy bonita que nos abrió las puertas. Y por eso no lo pensamos mucho”.

La casa es parte de un edificio dividido en pocos departamentos. El espacio que ellos ocupan tiene un primer nivel que constituye la zona social: la sala tiene vista al huerto; una escalera en semicírculo sube al segundo nivel, acompañada por el ventanal que ilumina toda la casa. Arriba, está el área privada con tres dormitorios. En un inicio pensaron en buscar roommates, pero luego decidieron que sería mejor vivir solos; además, siempre llegan amigos a quedarse de visita. A la pareja le encanta recibir gente; de hecho, ser anfitriones es una de las cosas que más les gusta de vivir en el Valle.

Algo que les importa mucho al momento de buscar un lugar para vivir es la cocina: a ambos les gusta cocinar, particularmente a Nicolás, que pasa mucho tiempo haciendo la comida, algún postre o kéfir (por estos días, está probando preparar mantequilla). La cocina de esta casa es grande y la isla en medio queda muy cómoda, pero sin duda lo mejor es la vista maravillosa: desde la ventana, pueden ver la quebrada que desemboca en el pueblo de Urubamba. Nicolás y Diego coinciden en que esta es la cocina más bonita en la que les ha tocado estar.

La casa venía solo con el comedor circular, la primera tanda de muebles la trajeron en un camión desde Lima: la cama, las mesas de noche, el mueble arenero de los gatos, adornos, libros y las plantas de Nicolás. Mientras ellos se mudaban y acomodaban, la dueña de la casa había montado una estación de carpintería en el jardín porque el tercer y cuarto piso de la casa se estaban terminando, así que los chicos aprovecharon para pedirles a los trabajadores que les hicieran algunos muebles que hacían falta, como el aparador del comedor y las repisas de la despensa. Se pasaron el primer mes de mudados viviendo entre cajas.

La sala parece estar al ras del suelo. El mobiliario bajo no obstruye la vista del exterior y además genera una sensación acogedora, más cálida, como si la casa estuviera bien conectada a la tierra. En algún momento pensaron en tener solo puffs, para poder chorrearse completamente, pero Diego sintió que todo se vería desordenado y que necesitaban más estructura, así que optaron por un sofá bajo en ele y muchas mesas de apoyo. Varias de ellas –en terrazo y fierro– las consiguieron en Lima, en una visita de la que volvieron en una camioneta de segunda que compraron, y con varias cosas para la casa.

Nicolás es escultor. Aunque ahora mismo no está trabajando en su arte –pues no encuentra el espacio físico ni mental para crear como quisiera–, el entorno del Valle Sagrado le regala varias piezas naturales que él va curando y colocando en los ambientes. Piedras, troncos, raíces, cortezas, para él son como ready mades, no tiene que hacer nada más que encontrar el espacio perfecto para ellos en casa. “Mi familia es de Ica, yo he vivido en Chincha hasta los diez años. Digamos que he vuelto al campo”, cuenta.

Diego tiene una agencia de marketing digital y contenido. Debido a la pandemia, llegó a Urubamba con varios clientes menos y mucho más tiempo libre del que había tenido hasta entonces. En ese momento inicial, decidió no trabajar tanto y descansar, conocer el nuevo barrio, la nueva gente. Hace ya varios meses que ha vuelto a ponerse las pilas, pero a pesar de que su ritmo de trabajo ha vuelto a crecer, sus momentos de descanso siguen siendo de completo relax. “No siento el alboroto ni la presión, me siento más relajado”, explica. “Ahora, cuando me llaman los clientes siento su estrés citadino”.

Acaban de renovar contrato por un año. Primero lo hicieron solo por seis meses, sabían que una cosa era la parte romántica de imaginarse viviendo en el Cusco, y otra la realidad, más compleja. Sin embargo, están muy a gusto con las posibilidades, incluso profesionales, de una comunidad variada, creativa e inspirada. Les gusta su vida aquí. Y a veces se preguntan si podrán encontrar otro lugar con el paisaje que les da cada día el Valle.

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