Un reino verde

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Katherinne Fiedler

Este ha sido un año de residencias, proyectos y viajes para Claudia Coca. Hace poco estuvo en Amazonas para estudiar el árbol de la quina, que está en peligro de extinción, como parte de un proyecto colectivo. A la artista le interesan las plantas y las especies curativas, y estimular de alguna forma a que se conserven o se propaguen. Su relación con la naturaleza no solo se manifiesta en su arte, sino que ha tomado buena parte de su vida cotidiana.

Lleva casi veinte años viviendo en este edificio. En un inicio, Claudia y su esposo, el escritor, comunicador y gestor social Hugo Martínez, ocupaban un departamento en el tercer nivel. Ella había adaptado su cochera para montar su taller y eso funcionó durante buen tiempo. Cuando llegaron sus hijos, el espacio se les empezó a hacer muy pequeño. Ya estaban acostumbrados a vivir en esa zona del malecón y la vista les encantaba, no querían irse. Sabían que su vecino del quinto piso estaba en duda sobre dejar su depa. “Si algún día vendes, por favor avísanos, no te olvides”, le pedían. Cuando el vecino se decidió, fueron los primeros a los que buscó.

Le ganaron dos niveles más al depa nuevo y lo convirtieron en un tríplex que goza de una terraza con vista al mar. El primer piso se remodeló por completo, y los otros dos niveles se construyeron mientras la joven familia vivía ahí. Con un niño de cuatro años y otro de siete, los meses en obra no fueron fáciles. Finalmente, la biblioteca se quedó como ingreso a la casa, la segunda planta contiene el área social y arriba, en la terraza, Claudia montó un segundo taller.

Tenía muy claro lo que quería en el espacio. Sabía que tenían que seguir la línea de la arquitectura del edificio, había que respetar los bloques de vidrio de los ventanales, porque así es toda la fachada. Ella quería mucha luz, pero también quería paredes para colgar su colección de arte.

Por los cristales de lado a lado, hay una sensación de invernadero en el área social. Sin embargo, Claudia no lo vislumbraba como está ahora, lleno de plantas. De hecho, en su depa anterior tenían solo dos macetas. A la artista le gustan los objetos y muebles de diseño, pero no se permitía tener muchos elementos para no tener que cuidar que se rompan, ensucien o malogren. Por supuesto, no se imaginaba manteniendo plantas. Pero cuando vieron la terraza gigante, Hugo le dijo: “Creo que está muy vacía”. Ese fin de semana fueron al Mercado de flores de Barranco.

No sabían nada sobre plantas. Recuerda que querían alguna que diera flores y oliera rico. Los dos plantas que compraron se murieron al poco tiempo: una no aguantó la brisa y la otra recibió demasiada agua. Regresaron al vivero. Esa vez tampoco hubo suerte. Entonces Claudia encontró un proveedor que le explicó con paciencia sobre el sol, las cantidades de agua, las sombras y los cuidados que debía tener. Otras cosas las fueron descubriendo en el camino. No solo empezó a comprar plantas y a lograr que vivan y crezcan, también empezó a aprender.

La terraza se fue llenando, pero Claudia siempre sintió que los interiores eran demasiado pequeños para tener plantas. Además, a ella le gustaban los ambientes más minimalistas, que no se sintieran recargados. Pero su casero, Edwin, la fue convenciendo. Una planta a la vez, fue probando en la sala, en el comedor.

Durante la cuarentena, su taller en la terraza se llenó de plantas. Se dijo: ‘si pongo unas cuantas plantitas en los marcos no me van a molestar’, y pronto el verde tomó sus ventanales. Se habían incrementado las horas que pasaba en el taller y las plantas le hacían compañía, la entretenían. No solo eso: Claudia sufre de rinitis crónica y empezó a investigar sobre plantas que absorben la humedad, el moho, los parabenos de las pinturas y los detergentes, y empezó a llevar plantas también a su dormitorio. Hugo se ponía nervioso pensando en la creencia extendida de que tener plantas en el lugar donde se duerme no es recomendable porque quitan el oxígeno… Claudia le ha explicado que para que eso suceda tendrían que haber decenas por metro cuadrado. Entre tanto, su alergia ha bajado rotundamente.

En su obra artística ha incorporado muchas veces los saberes de las plantas curativas y la medicina tradicional. Su primer trabajo específicamente botánico lo hizo en el 2018, en una muestra que se llamó “No digas que no sé atrapar el viento”, en Buenos Aires, como parte de una residencia a la cual la invitaron debido a su mirada sobre la naturaleza y el paisaje. Eso dio pie a “Devenir salvaje”, toda una línea de trabajo sobre botánica, territorio y poesía femenina e indígena.

En su casa, vive rodeada de muchas piezas de amigos artistas. Están las obras de Susana Torres, Luisa Fernanda Lindo, Claudia Martinez Garay, Marilú Ponte, Jimena Castaños, Juan Javier Salazar y Miguel Aguirre. Por supuesto, también conviven con cuadros firmados por la propia Claudia, donde incluso ella es el personaje protagonista. A medida que se ha ido quedando sin espacio en las paredes, ha optado por coleccionar objetos pequeños.

Junto a la sala se encuentra una vitrina que fue parte de una instalación de la artista Patricia Villanueva: está llena de objetos, una exhibición recargada que Claudia nunca se imaginó tener, ella que quería todo limpio. Su mamá falleció hace casi cuatro años y para Claudia es importante tenerla presente físicamente de alguna forma. Así que la vitrina muestra parte de la vajilla de su madre, junto con una taza de Patricia Villanueva -rota y cosida con plumas de cuervo- y un bordado de Ana Teresa Barboza, entre otras piezas. En la mesa de la sala tiene un adorno redondo, también de su madre, un objeto que siempre le gustó. Y en honor a ella, Claudia empezó a cuidar una orquídea. Su mamá las amaba y las tenía por toda su casa, todo el tiempo floreaban. Así lo recuerda Claudia.

Su creciente interés por el mundo cotidiano de las plantas se va a volcar en un nuevo proyecto, muy diferente al de su práctica artística. Se trata de Barra Botánica, un espacio en Miraflores para compartir el conocimiento botánico y acompañarlo por un café, un vino o algo de comer. Claudia y Hugo, socios en este emprendimiento junto a una pareja de amigos, están pensando mucho en el barrio, en que la gente pueda ir caminando de día o de noche, y que pueda regresarse con una planta, o con información sobre cómo cuidarlas.

Con el tiempo, su vista al malecón se ha ido haciendo más frondosa. Durante el primer año de pandemia usaron mucho la terraza: almorzaban todo el tiempo al aire libre, Claudia hacía yoga con sus vecinas. Ahora que la vida va volviendo a las dinámicas fuera de casa, ella es la que pasa más tiempo arriba, sobre todo en su taller. A veces siente que tiene que estar constantemente produciendo, sin permitirse parar… En plena cuarentena le sobrevino una crisis entre la crianza de sus hijos, mantener la casa y sentir que todo funcionaba bien. Hoy piensa que sus plantas la ayudaron a equilibrarse. En su cuidado encontró un norte, una tranquilidad. Una presencia que nutre los ambientes de su casa tanto como los distintos momentos de su vida.

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