Construir un mundo

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Katherinne Fiedler

Llegó a este departamento quince días antes de que empiece la cuarentena. Santiago Dammert acababa de volver a Lima después de tres años fuera del país. Le tomó un mes dar con este depa en Barranco y mudarse con un roommate. Pero no tenían nada. No había ni un sofá. Santiago había empezado un nuevo trabajo, estaba reencontrándose con todo, cuando lo alcanzó el encierro. Los primeros dos meses se mudó con sus padres. Pero luego decidió regresar a su propia –aunque vacía– casa y empezar a armarla. A vivirla.

Había compartido depa por una década. Y lo hizo en este mismo depa hasta julio del 2021. Cuando su compañero se fue, Santiago decidió no buscar otro. Entendió que era momento de vivir solo: ya no quería compartir las decisiones ni su estética, quería ver sus cosas por toda la casa. Poco a poco fueron llegando.

Primero, mandó a hacer el sofá de la sala. Las sillas del comedor las consiguió en las antigüedades bajo el cerro de La Molina y las retapizó con la misma tela del cubrecamas de su cama cuando era niño, con un rollo que a su mamá le había quedado. Le gusta haber podido incorporar algo de la memoria de su infancia. Luego, había visto un escritorio diseñado por el estudio Jochamowitz Rivera (además, amigos suyos) que tenía una tapa de formica en color. Quería algo así para su mesa de comedor, en amarillo. Le propuso un trueque al estudio, a cambio de una mesa de apoyo de Yema, su propia marca de diseño que recientemente había empezado. Por supuesto, también tiene algunas de sus mesitas en casa.

Le parecía difícil encontrar piezas básicas de mobiliario de diseño en Lima. Junto al arquitecto Johann Schweig creó Yema, con la idea de sacar pequeñas colecciones. La primera fue esa mesita de apoyo. “Los dos estábamos encerrados, todos lo estábamos. Así que teníamos algo de tiempo para hacer este proyecto”, explica Santiago. “Empezamos a fabricar y vender, primero a amigos. Nuestra producción tampoco fue muy grande, pero fue divertido hacer ese proyecto temporal, experimentar. Hicimos una pieza bonita, probamos un montón de colores y formas y ya. Fue un bonito proyecto de pandemia”.

Su edificio debe ser de los años cincuenta. La copa de los árboles queda al nivel de la vista desde la sala de Santiago. Es como si las ramas se pudieran meter por la ventana. Esa imagen es la razón por la cual se decidió por este departamento. “Quiero tener esta luz, esta vista y esta calle”, se dijo. Se levanta por las mañanas y mientras toma su café, escucha los sonidos del barrio. Dice que siempre hay cosas pasando. Los sábados por la mañana aparecen los ciclistas. Casi todos los días hay turistas tomándose fotos y por las noches, los restaurantes cercanos se encienden. Para él, su calle ha sido una extensión de su hogar todo este tiempo.

“Los edificios contemporáneos no generan este tipo de relación con la calle; por el contrario, tratan de alejarse de ella. En cambio, esta escala de edificio, de tres pisos, te genera una conexión mucho más cercana con el entorno. Eso es muy bonito. Ninguno de mis amigos sabe cuál es mi timbre, solo gritan cuando llegan. Cuando va a venir gente me sirvo un vino y los espero mirando por la ventana. Cuando pasa alguien conocido hablamos de abajo a arriba. Eso me encanta: poder construir un mundo alrededor del barrio, para mí eso ha sido muy importante”.

Santiago es arquitecto con una maestría en Sociología urbana. Siempre tuvo la idea de generar un hogar en Lima. Es una ciudad con muchos retos y él es muy consciente del privilegio de vivir en un barrio así. Por eso mismo ha sentido tantas ganas de trabajar en Lima, tanto en urbanismo como en otro tipo de proyectos públicos que también le interesan. Cuando ha trabajado fuera, siempre le ha faltado algo… que aquí siempre ha encontrado.

Tiene algunos muebles que le pertenecen desde hace años, que compró incluso cuando no tenía dónde ponerlos. Como la consola de Berlín o las alfombras de Marruecos. Mientras vivió fuera de Perú sabía que no era el momento de armar una casa, pero se sentía bien cuando podía comprar alguna pieza de diseño o algún objeto bueno, bien hecho, que realmente le gustaba. Todo eso se lo iba trayendo a Lima y lo dejaba en la casa de sus papás, mientras tanto. De alguna manera sabía que era aquí donde iba a encontrar un espacio para todas esas piezas.

“Me gusta escoger cada cosa. Tengo muebles que encontré hace años en la avenida La Paz, cuando era chibolo. Es verdad que mi gusto ha evolucionado y algunas cosas ya no están, pero las que yo considero buenas se han mantenido. Tengo amigos galeristas que me han recomendado algo de arte y me encanta la artesanía. Me gusta encontrar las cosas. Me involucro bastante con los objetos y las piezas que voy encontrando”.

Casi no está en su dormitorio, hace todo en la sala: lee, trabaja, contempla la vista. Cuando vivía con roommates sí trabajaba en su cuarto, era la regla. Desde que vive solo se siente más cómodo y mejor iluminado en el espacio social. El cuarto de atrás es el segundo dormitorio, el que quedó vacío, y aún no sabe qué hacer con él. Le compró un sofá de cuero a un amigo que se mudó de Lima. Tampoco tiene dónde ponerlo así que se ha quedado en el cuarto vacío mientras tanto. Ya encontrará su lugar. Todo siempre lo hace.

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