Una casa que expresa

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Janice Bryson

“Como puedes ver, tengo un problema de acumulación”, se ríe la artista mexicana Marina Silva, sentada en la sala de su departamento en Polanco, en Ciudad de México. Alrededor de ella están todos esos objetos a los que se refiere en broma, aunque su presencia, en realidad, es absolutamente necesaria. Las piezas de artesanía, arte, indumentaria o de la naturaleza que colman cada estancia no están ahí solo por adorno o por el gusto de coleccionar: son necesarias porque muestran a Marina tal cual es. No hay mejor forma de conocerla que entrando en su casa.

Lleva dos años aquí. Antes vivía en un departamento en colonia Roma que “era chiquitito, pero divino”. Con la pandemia, le subieron mucho la renta. Por coincidencia, se liberó un departamento en el mismo edificio en el que Marina nació. De alguna manera y pese a las circunstancias apremiantes, la mudanza se le hizo natural.

Si bien el espacio era mucho más amplio, la sensación de vacío no duró mucho: Marina no ha parado de meter cosas. Cuando parece que ya no hay espacio para más, llega algo nuevo y encuentra su lugar.

No todo le pertenece a ella, aunque es Marina quien le ha dado forma al cálido depa. Muchos de los muebles son de distintos miembros de su familia que los han dejado ahí cuando se han mudado. “Se acabó convirtiendo en una bodega funcional”, reflexiona la artista. Esas herencias inesperadas se han encontrado con todo lo que ella ha ido recogiendo de viajes o de incursiones de “chachareo”, como se le dice en México al cachivacheo. Hay muchos regalos que le han hecho amigos, y otros tantos que se ha hecho ella misma. Y por supuesto, está su obra. Su casa resulta el mejor lugar de exposición para sus pinturas y diseños: sin paredes en blanco y, más bien, con muchas referencias e historias.

La mesa de centro del salón la mandó a hacer con una tabla de mármol italiano que prácticamente le obsequiaron en una marmolera mexicana, porque era un retazo que ya no podían vender. Las sillas de fibra, de forma ondulante, se las regaló una amiga cuando ya no cabían en su casa. Los cojines los hizo con unos tapetitos africanos que compró en un mercado, y en China consiguió unas semillas de flor de loto que ha esparcido en las mesas de apoyo. Los banquitos de piel los encontró de casualidad en un pueblo de Sonora y acabó metiendo todas las que cabían en su auto, de regreso.

Tiene unos peces de barro de Chiapas muy curiosos, pues no son un tema usual de este tipo de alfarería. A Marina, por su nombre, su constitución y su espíritu, le atrae todo lo que venga del mar, y suele encontrarse con elementos acuáticos muy a menudo. Los corales, las conchas, los peces no solo habitan su casa (no hay una sola habitación que no tenga algo marino), también sus cuadros y sus diseños.

Trabajaba en un taller que quedaba en una plaza de antigüedades y que compartió con otras tres artistas. Lo mantuvo cinco años, un periodo que recuerda con muchísimo entusiasmo por la energía del lugar y la retroalimentación que experimentó en compañía de otras creadoras. Con la cuarentena y la mudanza, dejó ese espacio y acondicionó el segundo dormitorio de su casa. El tiempo en solitario y las nuevas dinámicas le descubrieron otra escala: ha sido en los últimos meses que Marina ha llenado los lienzos de gran formato que tenía guardados y que no había podido asumir antes.

Tiene algunas piezas de otros artistas, como Rachel Levit, Gabriela Maskrey y Michael Townsend. Pero, sobre todo, las paredes están llenas con obra de Marina, de distintos momentos de su carrera y de su vida también. Está esa caricatura de las que solía hacer cuando estaba en el colegio; la rana que dibujó su sobrino de ocho años; el retrato que mandó a pintar de su perro Hans usando un sweater. En su cocina, ha colocado una imagen de la fotógrafa Sofía Garfias, con la que vivió y compartió estudio en Nueva York: es parte de su serie “Las mesas”, que captura el momento posterior a una reunión. La imagen que posee Marina es de un cumpleaños suyo. En la sala de estar tiene dos acrílicos que presentó en la Semana del Arte del 2018, como una crítica a la sobresexualización del cuerpo femenino y una invitación a ver en ella otro tipo de belleza.

“Antes tenía una línea muy marcada y específica en mi trabajo. Un tipo de ilustración más realista, un tema muy específico: el cuerpo de las mujeres desnudas; las palmas, las plantas. Incluso empecé a hacer tatuajes con eso… Pero ahora me he metido más en la abstracción. Siento que antes había un background conceptual mayor, y ahora es muy estético lo que hago. Voy tomando lo que encuentro”.

Adicionalmente, Marina acaba de abrir una tienda de objetos y decoración en Valle de Bravo, La casa de Marsinha. Igual que en su propio hogar, su idea fue poner de todo en la tienda. El proyecto inicial implicaba que ella viviera en una especie de casa abierta, donde cualquiera que la visitara pudiese comprar los muebles, accesorios y arte. Si embargo, por practicidad tuvo que optar por una tienda más convencional, aunque se da el gusto de llenarla con piezas diferentes. La mayoría han sido intervenidas por ella, con bordados o pintura. Muchas las encuentra en esos viajes que no se cansa de hacer.

“Me he dado cuenta que toda la vida me ha encantado ser anfitriona. Me encanta invitar, cocinar, me fascina juntar a personas, que se conozcan. Me gusta crear ambientes. He empezado a hacer colaboraciones con hoteles y restaurantes y con otras marcas, para hacer cosas que pueden transformar el espacio de todo mundo. Lo que hueles, lo que escuchas, la luz, los objetos que tienes crean una experiencia más cohesiva del espacio. Y aunque vivo sola, procuro tener a gente aquí constantemente. La verdad es que siempre salen felices”.

Nunca antes se había detenido a pensarlo, pero tras unos segundos de contemplación, Marina cree que vivir rodeada de su propia obra es algo que necesita. “Siento que mis espacios me definen un poco, entonces tenerme a mí en los espacios me es importante, es otra manera de demostrar quién soy. Y soy yo: este lugar soy yo, literalmente”.

Pasa mucho tiempo en la cocina. En la tarde suele estar en el comedor, que tiene una luz muy linda a esa hora. Le ha dado mil vueltas al mobiliario y la disposición actual es la que más tiempo ha durado. Le gusta usarlo todo. Hans, su perrito, la sigue silencioso a todos lados. En algún momento le gustaría extender el comedor y ganar una terraza. Por lo pronto, Marina se siente muy a gusto. Justo en este momento, siente su casa más completa que nunca.

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