Refugio para crear

Palabras: Jimena Salas / Fotos: Paula Virreira

Llegaron hace poco más de un año. Primero él; no mucho después, le siguió ella. Antes de eso –y del estado de emergencia–, el tatuador Piero Reátegui vivía con roommates en una “casa tattoo” en Barranco. Recuerda el compañerismo y los momentos divertidos; la cocina caótica que nadie quería pisar –excepto cuando era estrictamente necesario–, y la convivencia armoniosa, pero definitivamente, en otra sintonía. Bele Valdivia vivía con sus papás. Hasta que llegó la pandemia y decidieron vivir juntos.

Luego de unos meses viviendo en la casa familiar de Bele, fue necesario buscar un sitio nuevo donde vivir y, también, retomar el trabajo. Piero encontró esta casa de distribución peculiar, con una sala espaciosa y ambientes que podían distribuirse perfectamente para tatuar, para dibujar, para comer, para cocinar y para dormir. Al cruzar la puerta, se entra directo a la escalera. Luego de pisar el último peldaño, se expande la vista hacia la sala con alfombras superpuestas, muebles que invitan al descanso y arte por todos lados. Cada pequeño elemento tiene una anécdota detrás; cada objeto es como un miembro de la familia.

Separado de la sala por una mampara, está el estudio de Piero. El espacio en el que tatúa Bele está detrás de la cocina, como cerrando el circuito de la casa. Ambos se divierten explicando cómo estos dos ambientes reflejan sus individualidades.

Por ejemplo, cada uno tiene sus colores. Piero prefiere una paleta más otoñal, compuesta por amarillos, marrones y naranjas; y siempre le añade grises. Para él, esto no es gratuito, sino que se debe a la presencia del tercer miembro del clan: Mauricio, el gato. Él acompaña a Piero hace ya ocho años, por lo que, inconscientemente ha adaptado su preferencia cromática a las tonalidades del felino, de manera que los pelos que deja a su paso no se noten en su ropa, ni sus muebles. Las mascotas acaban pareciéndose a sus dueños, dicen algunos; pero nunca nos hemos puesto a pensar que a veces es al revés.

Bele ama el verde y, sobre todo, el rosado; todo en su estudio es color de rosa. Le gusta la estética hiperfemenina, lo pop. Hasta su baño es una explosión de color chicle. También le encantan las flores, nunca falta un arreglo en el jarrón de la sala. Y las antigüedades. El espejo de mano con el marco repujado en el que su abuela se miraba antes de salir, hoy refleja su propio rostro, el de Piero, el de Mauricio, el de cualquier curioso que llegue de visita.

Aunque sienten que parte de sus gustos son muy marcados, también creen que comparten una estética común. A veces, incluso usan la misma ropa, sobre todo si es de su marca conjunta, Maldixa. Quizás por eso ir componiendo su casa ha sido sencillo, tan solo una sucesión de decisiones conjuntas, y una armoniosa mezcla de las cosas que ambos trajeron de sus respectivos hogares anteriores.

“La convivencia, cambiar de espacio, la cuarentena ha sido bien fácil. En verdad creo que la hemos pasado muy fácil para todo lo que ha sucedido allá afuera. La configuración de la casa hace que sea perfecta para trabajar; y nosotros nos llevamos superbién”, dice Piero. “Nos encanta estar juntitos”, completa Bele.

A diario reciben a Isabella, una amiga artista que trabaja con ellos en Maldixa. Así, la casa se convierte por horas en un espacio creativo en el cual se puede circular con libertad en busca de inspiración. Están las obras y los libros regalados por sus amigos dedicados al arte, sus plantas, el maniquí intervenido, el tornamesa con los vinilos, el puf gigante que terminó convirtiéndose en la cama de Mauricio y el sofá vintage para recostarse. Están las flores, las fotos, la luz que ingresa por todos los flancos. Están sus propias creaciones, los cuadernos de dibujo, los lápices de colores. Y aunque hay tantas cositas en cada rincón, no hay nada que no cumpla un propósito; así sea el mero deleite estético.

Piero y Bele han saboreado el proceso de ensamblar su hogar. A ella, en particular, siempre le ha encantado la decoración. “Desde muy chiquita, cada vez que tenía algo de dinero, compraba cosas de decoración, para el baño, para mi mesa de noche… Unas buenas sábanas o una cómoda bonita son prioridad para mí”, apunta.

Pero fieles a su dinámica de compartir en equidad, han hecho todas las elecciones en conjunto; siempre pensándolo bastante porque se consideran muy exigentes. “Si alguien propone una idea, entre los dos la analizamos hasta que decidimos. Para comprar un mueble podemos demorarnos meses”, sigue Bele. También compran piezas de mobiliario que luego restauran e intervienen; las acomodan a sus gustos particulares. Y “rescatan” objetos de la calle. Si se enamoran de algo que ven por ahí, se despierta un impulso irrefrenable por llevarlo a casa. “Así sea una porquería, debemos tenerla”, se ríen.

Mauricio, el gato, los sigue a cada momento, le gusta formar parte de lo que sucede en la casa, excepto cuando tatúan. El fin de la tertulia llega cuando, desde la cocina, comienza a avanzar un aroma dulzón, cálido y especiado. Bele ha preparado un pan de plátano porque también disfruta de cocinar y compartir lo que prepara. Unta el bizcocho caliente por encima con chocolate y trae unos platitos a la mesa. A Mauricio se le abrió el apetito también, así que se dirige a su plato y comienza a masticar relajadamente sus galletitas.

Piero sonríe. Sabe perfectamente que ya no vive en una “casa tattoo”; este ya se ha vuelto su hogar.

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