Fotos: Paula Virreira
Armar la casa que hoy comparten fue un proceso que empezó antes de vivir juntos. María José Harrisson participó en muchas de las decisiones de decoración del luminoso departamento desde que Ignacio, entonces su novio, se mudó. Y a pesar de que pasaba muchísimo tiempo ahí, fue recién cuando se casaron y ella se trasladó al depa, que este tomó su verdadera forma. Los ambientes cambiaron por completo y, con ellos, cómo se sentía el espacio.


Su cuñada Cristina, que trabaja en el mundo de la arquitectura y el diseño, les ayudó con el punto de partida: la distribución y las dimensiones. En la sala, los orientó con la consola del comedor, la alfombra, el cuadro de cabecera, y los acompañó en encontrar las butacas que tanto querían en la sala. Para María José –Cote, como le dicen sus amigos–, los colores y estilos que confluyen en su depa son muy de ellos, pero conversar con Cristina les hizo aterrizar sus ideas. Además, sumó detalles de diseño, como las molduras del baño de visitas o la repisa en el ingreso. La base para empezar a vivir juntos estuvo lista; a partir de ahí, solo faltaba ponerle corazón.
Antes de la pandemia, Ignacio trabajaba fuera y Cote, que ya hacía home office, aprovechaba cada tiempo libre para llamar a una amiga y salir a tomar un café. La pareja compartía el depa principalmente de noche. Con la cuarentena, en cambio, lo vieron con otra luz. Recién entonces se dieron el tiempo y el espacio para estar presentes y entender lo que les faltaba. Empezaron a poner adornos y arte. Ni siquiera Cote, que es tan detallista, había terminado de montar su estudio. Se dieron cuenta hasta qué punto el día les había estado ganando.


A ambos les encanta el arte. Cote reconoce que con Ignacio adquirió otra perspectiva: él, por ejemplo, tenía el cuadro de Gilberto Rebaza colgado en el comedor antes de haber comprado los muebles, cuando el depa estaba prácticamente vacío. Cote pensaba que lo lógico era tener el ambiente completo primero y luego ubicar el arte, pero mirándolo con otros ojos se dio cuenta que ya tenían lo más importante: ese ambiente sería bonito justamente por el cuadro. Tienen otras piezas de artistas como Jorge Cabieses y Mateo Liébana; el último cuadro que enmarcaron es una fotografía en blanco y negro de Samuel Chambi. En el ingreso, puede verse una pintura realizada por Lola Schröder, abuela de Ignacio, que quedó inconclusa.
Los dos han aprendido a fluir con los cambios. Cote terminó su carrera en Ciencias Políticas y, durante buen tiempo, esta fue su única ocupación. Nunca imaginó que exploraría un camino distinto. En un periodo de transición entre un trabajo y otro, decidió, casi a manera de juego, crear algo con las manos. Se unió a una amiga y empezaron Mira, su emprendimiento de accesorios. Lo que fue concebido como un proyecto lindo con fecha de caducidad –pues ambas debían, eventualmente, volver a “la vida real” – tuvo una respuesta tan positiva, que no se atrevieron a dejar la marca. Después de casi dos años, Mira es la ocupación principal de Cote.


“Así encontré mis dos lados del cerebro: el lado consultor, de politóloga, que me fascina; pero también el creativo, orientado al trabajo manual, el arte y la armonía”, cuenta. Ese balance personal no solo le ha dado una nueva rutina: también le ha demostrado que los contrastes y los cambios enriquecen la vida.
Y claro que las cosas cambiaron dentro del depa en estos meses. En un momento, empezaron a llamarse “coworkers” como broma. Él hizo de la sala de estar su oficina y, más que eso, su guarida: el ambiente que le garantiza su espacio personal, donde puede trabajar, pero también ver videos de surf o hacer yoga. El estudio de Cote está en una habitación aparte. Ella necesita color: las paredes amarillas le dan un toque cálido al ambiente. A su alrededor tiene muchos libros, objetos de cerámica y vidrio, ilustraciones y hasta un sombrero que sirve como adorno, pero su escritorio está decorado, sobre todo, con los beeds con los que hace los accesorios de Mira. Este espacio físico es su inspiración. Aquí se reúnen sus referencias y lecturas, las historias que más le gustan, sus fotografías.



En muebles y objetos, él es quizá más contemporáneo; ella tiene ojo para lo retro. “Creo que soy buena encontrando la pieza para el sitio adecuado”, dice Cote. “Y me gustan las cosas antiguas porque soy fanática de la Historia, así que tengo fijación por aquellos objetos que tienen una vida detrás”. Así, han incorporado muchos muebles especiales a su casa: la mesa de la sala es un regalo de su suegra, la mesa de la sala de estar la heredó Cote de su abuela, y tiene una silla de terciopelo azul, espectacular, que perteneció a su tatarabuela y que aún no manda a arreglar.
“No somos de llenarnos de miles de cosas, poco a poco las vamos poniendo. Pero solo en estas últimas semanas puedo decirte que la casa ya cambió: hemos traído unos libros lindos para la cómoda de la sala, las tapas son fucsia y naranja, y cambian el ambiente. A mí no me vas a ver vestida de manera excéntrica, pero me fascina una buena combinación de colores, y eso sí lo ves en mi trabajo y en el depa”.

Cuando recién se mudaron juntos, su principal lugar de encuentro y descanso era la sala de estar, viendo tele. Ahora pueden decir que habitan el departamento por completo. Almuerzan juntos en el comedor; se toman un vino en la sala o en la terraza. Ya no trabajan en su dormitorio. Cote cierra la puerta de su oficina y siente que los mundos están separados, que han sabido adaptar sus actividades y horarios para lograr un balance en sus vidas. Siente que, ahora sí, se han apoderado del espacio.
El depa seguirá cambiando. Están pensando en hacer de la tercera habitación, que es grande y llena de luz natural, un espacio zen. Ese será su siguiente proyecto. Y es que el equilibrio interior es un ejercicio permanente.