El inmenso placer del hogar

Palabras: Jimena Salas / Fotos: Hilda Melissa Holguín

A los 10 años, la llamaban “chiquivieja”, y es que al ser la menor de cinco hermanos (su hermana inmediatamente mayor le lleva una década), la publicista Rocío Moyano aprendió a muy corta edad a compartir actividades con gente adulta. “Mis hermanos se reunían a los 20 años, yo tenía 7 u 8, y me llevaban con ellos. Ellos jugaban cartas y yo aprendí a jugar cartas con ellos. Ellos tomaban ron con Coca-cola… y yo tomaba Coca-cola”, cuenta entre risas. Por eso, hoy, que tiene su propio espacio, siente que algo ha florecido en ella: el placer de haberse autoformado desde siempre para llevar una casa con madurez.

Ella no se obsesiona con juergas ni tertulias sazonadas con vino: ama cuidar sus plantas, mantener el orden en cada rincón, organizar su comida en tápers, pasar la aspiradora y poner la ropa a lavar. “Los domingos ese es mi vacilón. La gente no me entiende, pero de verdad es así”, asegura. Cada vez que se reafirma en esto, se ríe, despreocupada. Lo dice con gusto, divertida de su propia singularidad.  

Nació en Ica y llegó a Lima a los 16. Al inicio, vivía con su hermana y su prima en un minidepartamento, y disfrutaba siendo la organizadora del hogar. Cuando entró al segundo ciclo de su carrera, su familia compró un departamento en Lima y sus roommates tomaron su propio rumbo; así que antes de entrar en la mayoría de edad, Chío ya estaba viviendo sola. Desde entonces, el aprendizaje no ha cesado, y la culminación de este proceso no podría haber sido otra que mudarse a su depa propio.

En menos de un año, su refugio se ha llenado de plantas y de vida. En setiembre llegó la cachorra. La primera semana de convivencia con la perrita la hizo sentir abrumada. Y es que ¿cómo lidia una fanática del orden con un amigo de cuatro patas? .“Al principio sí me afectó, porque la casa estaba impecable, yo tenía todo hecho un anís”, explica. Pronto se dio cuenta de que no tenía que adaptar sus hábitos a los de su mascota, sino que debía ser al revés, y las cosas empezaron a cambiar. Además, “el cachorro te da tanto amor, ternura y dulzura, que lo pasas por alto”, dice sobre el desorden. Hoy, las dos tienen una rutina conjunta, y esto le da un eje a la vida de Chío.

Además, están sus “plant-hijas”. Hace algunos años, cuando vivía en Barcelona con su mejor amiga, esta le rogaba que por favor no matara a las plantas. Pero ella no podía evitarlo. Las mataba de amor. Cuando lo recuerda, se vuelve a carcajear. “Es lo mismo que me pasaba con la gente, que les daba demasiado amor y… ya, ‘muertos’. Solo que a estas las mataba con agua”.

Felizmente, hoy eso ha cambiado. Cuando llegó a su nuevo hogar, en julio del año pasado, supo que no quería llenarse de objetos ni de adornos. Fue entonces que su hermana y su mejor amiga le dieron las dos palabras claves: plantas y velas. Ella, obsesiva como se define a sí misma, fue trayendo una, luego otra, después otra… Y ahora cada habitación se llena de vida con la presencia de palmeras, galateas, orejas de elefante, monsteras… Cada brote, cada hojita nueva la llenan de ilusión. Y la vegetación habita también sus contados objetos: algunos cuadros y cojines distribuidos armoniosamente por los ambientes.

Algunos de sus objetos la acompañan desde el departamento en el que vivía antes; muchos son propios, otros heredados de su mamá. Y ahora también tiene varios elementos obsequiados por su hermana, quien es “decoradora y acumuladora”, en palabras de Chío. Los muebles más grandes sí los compró: la mesa del comedor, el juego de sala, otros muebles esenciales. Desde su llegada, quiso tener todo ensamblado, listo para iniciar una etapa nueva en la cual solo viviría a su manera.

“Soy honesta: los tres primeros meses de la pandemia en el otro departamento, donde no tenía un espacio para mí, fueron terribles. En ese momento no tenía ningún tipo de rutina, y vivía en un loop de trabajo 24/7, total, no había nada más que hacer”, cuenta Rocío. Para ella, este periodo fue muy difícil, así que el cambio llegó con todo: con el mobiliario funcional completo, con las plantas, con la cachorra. Pero sobre todo, con eso que a ella le proporciona tanto bienestar: los espacios en orden.

Fue en su nuevo depa donde comenzó a hacerse una rutina. Empieza despertándose al alba, corre a las cinco de la mañana para no toparse con mucha gente. Luego de su entrenamiento, vuelve a casa y saca a pasear a la cachorra. Regresan y, juntas, toman desayuno. Chío disfruta realmente de este tiempo: a esa hora no hay interrupciones, no entran las llamadas una tras otra, solo se concentra en alimentarse sano y balanceado: palta, huevo, fruta fresca. Y mientras disfruta de su primera comida del día, habla con su mamá.

Luego sigue la ducha y el momento de ordenar. Su espacio de trabajo siempre está inmaculado, y es que uno de sus espacios favoritos es el escritorio, con sus lapiceros de colores e implementos al alcance de la mano. A las nueve arranca el ajetreo: reuniones con la agencia, correos electrónicos, llamadas. Felizmente, nunca ha abandonado su rutina de hacer siesta después de almorzar.

Por la tarde, luego de su breve descanso, vuelve a sumergirse en el trabajo, pero ahora sabe que no se puede perder en él porque antes de las siete hay que volver a sacar a la cachorra. Qué importante es hacer un alto del estrés laboral para dedicarse a una usanza propia, ella lo sabe. Y es en esta práctica constante, tranquila, organizada y pulcra que ella encuentra su felicidad. No importa si los demás lo entienden o lo aplauden. Chío es feliz así, y este es su tiempo. Su lugar.

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