Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Paula Virreira
La relación entre Yahel Waisman y esta casona en San Isidro es larga. La tomó hace años para montar su taller de diseño de modas y abrir el showroom de su marca. Las molduras y los techos altos se le hicieron perfectas para atender a sus clientas, pues tienen mucho que ver con el espíritu romántico de sus vestidos. Ella no se veía trabajando en un espacio totalmente contemporáneo ni minimalista: siempre le gustó el detalle, como lo demuestra la ropa que diseña.
Además de trabajar, también vivió ahí una temporada. Nunca decoró ni puso mucha atención a temas prácticos como la cocina, porque sabía que solo estaría de paso. Yahel se casó, estuvo en otros sitios. Pero, curiosamente, nunca le tocó armar un espacio de cero y la experiencia de construir algo propio siempre se pospuso. Su separación y la pandemia la invitaron a preguntarse realmente de qué quería rodearse. Entonces volvió a la casona con otra mirada y con la idea de quedarse.


“Nunca había personalizado un espacio, creo que siempre me he sentido medio nómade… Entonces, cuando terminó la primera cuarentena, decidí regresar a esta casa y crecer aquí de una manera más personal. Empiezo a pensar qué necesito para echar raíces. Obviamente, como diseñadora necesito sentirme inspirada, soy muy visual. Yo quería que esta casa refleje lo que necesitaba en ese momento: paz, tranquilidad, un lugar que me acoja y que se sienta bien”.
Sentía que necesitaba llenar el lugar de vida. Llegó con muchas plantas para interiores y decidió renovar y darle más protagonismo al jardín. Del resto se encargó la hermosa Luna, su labrador y verdadera dueña de casa –como confiesa Yahel riéndose–, cuya compañía aporta una energía linda de hogar.
La diseñadora empezó a vivir como nunca cada ambiente. Puso velas e incienso, y los prende para ella, para sentirse envuelta. Surgieron pequeños rituales caseros que la han ayudado a meditar y a calmar la ansiedad de la pandemia, como cuando riega su jardín. O cuando disfruta la luz que entra por las ventanas, algo que siempre le encantó de esta casa. Por ser una construcción de varias décadas, mantenerla no es sencillo y ha tenido que hacer algunas refacciones. Pero para ella vale la pena la chamba extra para conservar tantos detalles que ya no son comunes en arquitecturas más modernas.
Su dormitorio es grande: la pared curva le da una dimensión especial y la luz de la calle entra limpia. Desde el balcón, puede verse un poquito de El Olivar. Sin embargo, todo estaba muy blanco, Yahel necesitaba algo más de calidez. Colgó una lámpara de tamshi (una liana de la Amazonía) y una alfombra con diseños tribales, además del gran espejo con marco de madera, y los acentos en colores tierra y ocre le empezaron a dar una sensación entre rústica y sutil al cuarto. Yahel quería hacer algo más, algo distinto. Le pidió a la muralista e ilustradora Ana Balcázar que intervenga su pared de cabecera con acuarela, a mano, en un tono naranja muy bajito: el resultado es un mural de formas muy orgánicas que encienden el espacio y llevan a Yahel tanto al fondo del mar como a un sunset maravilloso.


Es curioso, porque justo por esa época estaba preparando los estampados de su próxima colección, y estaba haciendo por primera vez los dibujos de sus telas, probando justamente con la técnica de acuarela. Las formas curvas, las imágenes marinas no solo aparecieron en el mural de su cuarto, también en otros elementos de decoración de la casa, en velas y jarrones. Y si uno mira un poco más, nota que las plumas con las que adorna su sala y el showroom, los colores que repite en los muebles, o el juego de texturas del piso de su casa, también están en las plumas, pedrería, tramas y paleta pastel de sus vestidos. Finalmente, lo que le interesa va apareciendo en distintos ámbitos de su vida.
Entonces, ¿qué pasará cuando su inspiración o aquello que la motiva, cambie? “Sí me tiendo a cansar de las cosas, pero esta vez me he tomado el tiempo para hacer bien mi habitación. Todo lo que he elegido me da calidez y paz, y no me voy a cansar nunca de esa sensación”.
Y es cuestión de preguntarse qué necesita. Si su habitación es este “templo”, y tiene una sutileza que se completa con una escultura de Marinés Agurto, una orquídea y sus libros favoritos, su baño tiene una energía muy distinta. El hall verde contrasta con el interior rosa, hay plantas colgando, una cortina de baño floral y divertida… Los elementos son más atrevidos y estimulantes. Lo pensó como para despertarse apenas entre y continuar su día.
Durante la cuarentena, el probador se transformó en una salita, pero ahora que se ha activado nuevamente tiene que volver a armar el showroom. Para mantener un espacio social privado, que le sirva para recibir a amigos o para momentos personales, está proyectando una terracita en el jardín y va a conectar este patio con una cocina nueva que ha armado en el garaje. No solo se siente mucho más cómoda en exteriores, sino que Yahel no puede dar a un mismo espacio dos usos distintos: si la sala interior es para atender con comodidad a sus clientas, pues para la diseñadora se convierte en un lugar de trabajo y prefiere separar las cosas.
Su taller ocupa buena parte del segundo piso. Eventualmente, le gustaría repensarlo con ayuda de un interiorista experto en espacios de organización. Le parece necesario porque la disposición de todo influye en el orden de los procesos, y sacándole provecho al espacio va a poder afianzar sus planes profesionales. Ese será un siguiente proyecto.

Armando por primera vez un hogar con una personalidad tan clara y propia se ha dado cuenta que, más allá del lugar, lo que importa es cómo está concebido. Y que responda a cómo se quiere sentir. Ella también ha aprendido a escuchar qué quiere, qué necesita de su entorno. Ahora, solo es cuestión de volcarlo siempre.