Su familia entera y sus amigos estaban en Lima. A Claudia Berríos, periodista, no le faltaba trabajo: desde que terminó la universidad había estado en ONGs, en medios y se estaba especializando en Marketing digital. No tenía necesidad de irse de Perú. Pero sentía un bichito metido: un anhelo de conocer otras cosas. Un amigo le contó sobre unas becas del gobierno para aprender francés, uno de los requerimientos era no hablar ni una palabra del idioma. Claudia fue seleccionada y llevó un curso intensivo de ocho meses. Sus profesores la empezaron a animar a seguir un posgrado en Francia. Ella dudaba, hasta que uno le preguntó “¿Qué es lo que siempre has querido hacer y nunca has podido?”. Claudia decidió responder esa pregunta.
Postuló a universidades de todo Francia. La aceptaron en la prestigiosa Sorbona de París e inmediatamente empezó a acariciar el sueño de vivir en la brillante Ciudad Luz. Pero Claudia no iba a estudiar con una beca, sino con la suya, con sus ahorros. Así que tenía que ser responsable. Empezó a investigar. Los alquileres son carísimos en París, y a cambio obtienes espacios de ínfimos metros cuadrados, la vida puede ser dura para una estudiante. Claudia también había sido aceptada en la Universidad de Estrasburgo, la ciudad límite con Alemania. Estaba cerca de la capital y era un lugar más amable. Esa fue su elección: se dijo que ya iría a París de visita. En el 2017 empezó su posgrado en Artes plásticas.



“Los primeros 3 meses en Estrasburgo no hablé con nadie. Había alquilado un estudio, un cuartito con baño a la vuelta de la universidad. El frío de Estrasburgo es menos cero. Y encima no había logrado tener contacto con nadie, con ningún otro estudiante, con nadie. Después de tres meses pensé en regresar, de verdad. A mí la soledad no me molesta, vivo tranquila y bien conmigo misma. Pero estaba lejos, en una cultura totalmente diferente. Me dije: ‘Esto no es para mí’. Incluso traté de comprar un pasaje de regreso a Lima, pero mi tarjeta del banco peruano no funcionó. Ese mismo día, conocí a Clementine, mi primera amiga francesa. Justo cuando el invierno se iba… Fue una señal de que podía empezar a vivir la ciudad”.
El año nuevo del 2018 fue la primera vez de Claudia en París. Y no fue lo que esperaba. De hecho, fue chocante. Había ruido, caos, bocinas de auto, suciedad en muchas calles, agresividad, ver a tanta gente sin hogar durmiendo en la calle le pareció muy fuerte. Se decepcionó. Había idealizado tanto la ciudad… Se había hecho una imagen que venía “de las películas gringas”, como dice sonriendo. Sin embargo, al caminarla entera y pasar por sus terrazas, sus jardines y museos, escuchar tantos idiomas en una misma calle, tanta multiculturalidad, entendió que la belleza de París tiene mucho que ver con su vitalidad. Por su realidad a veces cruda. Y se fue contenta por haberla conocido así, tal cual.
Mientras estudiaba, nunca dejó de trabajar con Lima, primero a través de una agencia de social media propia, que asumió antes de irse de Perú, y luego como parte de Singular, consultora especializada en asesoría de marcas, en la que ahora es Jefa de Social Media. A la par, realizó varios trabajos en Estrasburgo: en el restaurante y la biblioteca de su universidad, también llevaba a un niño al colegio. Uno de esos trabajos fue cuidar la casa y al gato de una familia que salía de la ciudad por el verano. Así conoció a Quentin, el hijo de esa familia. Se hicieron amigos. Aunque él viene del mundo de las finanzas, comparten el entusiasmo por el arte. La primera conversación que tuvieron fue sobre street art. Así empezó su relación.




Se mudaron juntos en plena pandemia. Entonces, a Quentin le ofrecieron un trabajo en París. Claudia había terminado ya sus clases y estaba ocupada con su tesis; aún acariciaba el sueño de vivir en París, aunque sea un tiempito, antes de regresar a Perú. Así que llegaron a ella en agosto del 2020. Por supuesto, no es la misma ciudad bulliciosa, desordenada y encantadora que Claudia conoció y que desde entonces visitó varias veces. Sin turistas, con toque de queda, las calles no parecen las mismas. Pero su espíritu perdura.
Ese espíritu se siente en el departamento que ocupan en el sétimo distrito –arrondissement–, sobre la calle San Dominique, una de las más comerciales del barrio residencial, muy cerca a la Torre Eiffel. “¡Macron vivía a la vuelta!”, dice Claudia, por dar más señales. Se trata de un edificio de 1910, en el que ocupan un piso de techos altos, molduras y dos chimeneas, una en el dormitorio y otra en el salón principal: un detalle muy especial, aunque ninguna de las dos funcione ya.
Desde el salón tienen vista al jardín interior del edificio, y como están en el segundo nivel pueden ver por encima de los árboles. Muchas veces Claudia baja al jardín a sentarse un rato. Por lo demás, es un departamento fresco, con pisos de parquet y ventanas grandes. Los ambientes están distribuidos como en compartimentos, pero todos reciben luz natural. Han tenido mucha suerte, pues hay casas muy caras (y muy raras) en París. Aquí, desde la ventana del dormitorio se ve la torre.
Aprovecharon para rodearse de pósters y pinturas de artistas que les gustan y que empezaron como grafiteros. Tienen una litografía de John Perello, un artista neoyorkino que vive en París; un acrílico sobre lienzo de Ludovilk Myers, cuyos colores saturados le dan vida a la cocina. Han decorado con prints de Risote y de Pablo Tomek, así como con un rompecabezas de Marilyn Monroe y varias piezas de cerámica que los propios Quentin y Claudia han hecho. El espejo sobre la chimenea lo compraron al ojo porque se olvidaron de llevar un centímetro para medir, y han aprovechado varios muebles de Quentin que él tenía, incluso de años, pues es muy cuidadoso con los objetos.


Claudia está terminando su tesis sobre Mediación cultural y nuevos públicos. Había empezado una investigación sobre la artista peruana Elena de Izcue pero decidió replantear sus intereses. En la Universidad en Estrasburgo, llevó talleres de escultura, dibujo, perspectiva y grabado. Llegó a sacar un diploma de Estudios Generales en Artes plásticas y Letras. “Es algo que yo siempre había querido hacer, pero no lo había visto como carrera. En el Perú es difícil decir a tus papás que quieres ser artista”, reflexiona Claudia. Eso, a pesar de que su mamá es profesora de arte y de danzas folklóricas en un colegio. Claudia baila desde los tres años. Cuando se embarcó en este viaje, ella pensó “es ahora o nunca”. Y se entregó a la aventura, segura de que nada podía resultar peor que arrepentirse de no haberlo intentado.