Una parada en el viaje

Fotos por Eduardo Pedraza

Antes de casarse, Eduardo Pedraza pasaba la mitad del año de viaje; desde que se casó, procuró pasar más tiempo en Lima, pero su trabajo como fotógrafo de outdoors y aventura lo tenía constantemente haciendo la mochila. Eduardo ha trepado nevados y surcado dunas, se ha internado en la Amazonía y ha hecho todos los trekkings imaginables en el Perú; además, cuando le tocaba estar en Lima, también solía pasar días enteros fuera de casa, haciendo fotos. Esa fue su vida hasta antes de la cuarentena.

No extraña que, en cierta medida, sintió alivio de tener que quedarse en casa. Antes de formar Intu, su colectivo de fotografía, y luego Core Travel, una agencia de viajes que diseñaba rutas distintas –ambos proyectos que fundó con su amigo, el fotógrafo Diego del Río–, Eduardo trabajaba como director de marketing de una agencia de turismo. Así que no para de viajar hacía tanto… Por eso recibió la pandemia como una oportunidad: de estar con su hija pequeña y disfrutarla, de replantear su vida profesional. La oportunidad de mirar lo que ya había hecho. Durante mucho tiempo viajaba, enviado por alguna marca, cuando regresaba escogía las tres o cuatro fotos que iban a publicarse, y luego ya no tenía tiempo de volver a revisar su material. Arrastraba una sensación de frustración por no poder dedicar tiempo a todo su registro. Estos meses de pandemia, Eduardo ha repasado sus discos duros y ha viajado a través de sus imágenes. Ha recordado todo.

“Mi casa era mi campo base, era el lugar donde almacenaba mis cosas, mis equipos. Incluso llegaba de viaje y me pasaba el día afuera, corriendo tabla o viendo a amigos. Ni siquiera usábamos la terraza, para nada. Creo que venía tan saciado de naturaleza y Lima era mi momento de quedarme en cama, ver tele, pedir comida, hacer vida de ciudad”. 

Nuestra mirada cambia. Eduardo y María Luisa volvieron a mirar el departamento donde habían vivido tantos años. Se deshicieron de varias cosas porque ocupaban espacio y les quitaba energía. No les preocupa que el lugar se vea absolutamente prolijo, pero estaba demasiado recargado; después de la depuración están a gusto. Por supuesto que también han sufrido con el encierro. El dúplex tiene el área social, los dormitorios y la zona de servicios, todo en la primera planta, y el segundo nivel es una gran terraza de aproximadamente 120 metros cuadrados. Con una hija pequeña (que ahora tiene dos años), seguir siendo productivos era un reto.

“Hemos querido conectar con todo lo que nos gusta. Tenemos recuerdos de viajes, desde un hipopótamo de madera de África y recuerdos de Indonesia y Alaska, hasta telas andinas. Por nuestra luna de miel nos fuimos a correr tabla a Costa Rica y hacer snowboard a Lake Tahoe. Somos acumuladores de chucherías que te traes del viaje. Las paredes están llenas de fotos y adornitos, tenemos las colecciones de revistas Natural Geographic y guías de viaje antiguas. A María Luisa también le gusta la fotografía, así que tenemos cámaras de todo tipo por la casa. Nos rodeamos de las cosas que nos gustan, verlas nos motiva a agarrarlas, a tocarlas”.

María Luisa armó un escritorio en el dormitorio. Eduardo decidió aprovechar la terraza. Justo subiendo las escaleras e inspirado por las tiny houses (espacios como botes y autos modificados para ser viviendas muy pequeñas), ideó una manera de sacarle provecho a un espacio que no es mayor que 1 x 3 metros. Con ayuda de la arquitecta Mariana Corvacho, elevó un volumen 40 centímetros para generar un falso piso que le sirve como almacenaje y, de paso, una altura que le deja ver un poco el mar. Incluso los peldaños para subir a su mesa tienen cajones ocultos. Encontró un sitio para la refrigeradora antigua de su abuela, solo que no la usa como tal, sino para guardar cosas. En esta oficina pequeña y hecha a medida, Eduardo ha trabajado todos estos meses como director de comunicación y marketing de la agencia de viajes Metropolitan Touring Perú; ahí también ha dibujado los nuevos proyectos para Intu y los suyos propios, sus proyectos personales. Ideando viajes. Tocando la guitarra.

La terraza la usaba para trabajar, para hacer fotos. Pero en estos meses ha cobrado nueva vida. María Luisa ha plantado un huerto con tomate, ají, zanahoria, betarraga, albahaca y más. Tienen helechos, variedad de suculentas, hasta San Pedros de dos metros. En la terraza, Eduardo ha hecho fotos de la luna. Pasando el rato ahí, se ha dado cuenta de que han creado un mundo mágico muy propio. Cuando los autos no podían pasar se dieron cuenta que podían escuchar el mar. Y ahora, a pesar de que el tráfico ha vuelto, siguen oyendo las olas cerca.

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