Fotos: Leslie Hosokawa
Hasta antes de la pandemia, en casa de José Antonio Mesones, Goster, la música sonaba todo el día. Era de esperarse. El premiado diseñador gráfico y director creativo del estudio Partners, ha contado varias veces que la música fue su primera pasión y su entrada al mundo del diseño. Eso se refleja en su lenguaje visual, en muchos de sus trabajos (sobre todo en los proyectos personales) y en sus tres nominaciones al Grammy por Best Record Packaging. Pero bueno, como pasó con todos, la cuarentena requirió ajustes. Hay que compartir el espacio para trabajar y bajar el volumen cuando su esposa, Ana Paola Durand, comunicadora y docente, dicta clases, o cuando Amadeo, el hijo de ambos, está en plena sesión virtual de cole. Pero existen rituales que no cambian para Goster: desayunar con música y escuchar un par de discos en la noche. Al menos uno.



Llegaron a este depa en Barranco hace dos años. Antes habían estado viviendo en La Molina, en una casa a la que se mudaron apenas Ana salió embarazada. La amplitud, la comodidad, tener un jardín y un buen clima, eran aspectos muy positivos, sobre todo cuando su hijo era pequeño. Pero vivían lejos de todo y de todos. Goster pasaba dos o tres horas en el auto yendo y viniendo a su oficina en Miraflores, casi nadie los visitaba, no había espontaneidad para que caigan los amigos o para hacer planes. A eso se sumó que Amadeo ya empezaba el colegio. La casa fue amable con ellos pero un espacio, por más lindo que sea, no hace un estilo de vida. Y el que estaban llevando no era sostenible.
Barranco los recibió con su vida de barrio, la caminata a la bodega, los amigos cerca y, encima de todo, con una terraza que llenaron de plantas. Esa terraza fue salvadora durante la cuarentena, y aún lo es: deja que el sol entre, hay cierta conexión con el exterior, con los colores de la calle, es un buen sitio para trabajar y tomarse unas cervezas. Goster llegó con discos, libros y piezas de arte que ha ido coleccionando con los años.
En su casa de La Molina tenían un librero que colgaba del techo y había que subirse a una escalera para alcanzar las repisas. Era un mueble muy especial, sin embargo, le faltaba funcionalidad. En Barranco, tomaron casi toda la pared del comedor para montar un librero que les permite realmente sacar y poner todos los libros que revisan muy a menudo. Goster tiene decenas de libros de diseño y arte; muchos los usa como referencia, pero la verdad es que no los compra pensando en el trabajo sino por puro placer. Los sábados saca un par de volúmenes, pone música y los lee o los mira. Se han dividido las repisas: las de Goster tienen también juguetes.


No solía trabajar en casa. Siempre le ha gustado separar los espacios. Si una buena idea le llegaba de noche la apuntaba, sí, pero no se levantaba para trabajar. Considera que se ha “entrenado” para llegar a casa y desconectarse, a menos que tenga pendientes muy importantes o proyectos personales.
Muchas de las piezas de arte que tienen son de amigos, algunos son regalos, otras intercambios. Tienen varias obras de José Vera Matos; cuadros de Christian Bendayán, Herberth Mulanovich, Armando Williams, Jorge Cabieses, Juan Javier Salazar, y más. También tienen serigrafías hechas por el propio Goster.
“En un momento he sido un seguidor de la tendencia, de las cosas que iban saliendo. Ahora ya no lo soy tanto, en el diseño uno tiene que resolver problemas que tienen que ver con audiencias, no necesariamente con tendencias. Por el contrario, en ocasiones hay que ser totalmente atemporal. Sí me han dicho que tengo un estilo de diseño con respecto a mis trabajos más personales. De alguna manera también me he asomado al mundo del arte… No me puedo considerar artista: me interesa, me gusta, pero no vivo de eso, no vendo piezas, no pienso en función al arte, pero me gusta aventurarme. Ahí sí he tenido una línea de trabajo en la que he ido explorando y he ido mutando con el tiempo, evolucionando, eso sí de manera muy intuitiva, no es que me la piense mucho”.
Ha experimentado con el collage y con el grabado, todo relacionado con la ejecución del diseño. En su sala puede verse, por ejemplo, un políptico que presentó en una exposición en el centro cultural de la Universidad del Pacífico hace un par de años. También ha pintado, aunque ahora no tiene espacio ni tiempo para seguir haciéndolo. Continúa experimentando con la serigrafía, relacionada al diseño gráfico.



Le gustan los espacios. No solamente el suyo, también le interesa ver el espacio de otros. Tiene libros de arquitectura y diseño, y siempre ha sido importante para él cómo se veían sus espacios, incluso desde chico. No solo que se vean bien, sino que tengan funcionalidad. Que todo tenga un sentido.
La lámpara del comedor fue un regalo de Ana por su cumpleaños, la encontró en Surquillo. Otros objetos antiguos que encontraron y trajeron son el baúl, la alfombra y la banqueta. También les han regalado piezas. A ambos les interesa ir moviendo el mobiliario, incorporando nuevas cosas, cambiando, añadiendo. Tienen un par de sillas de los años sesenta, y luego el tocadiscos y los vinilos terminan de dar un aire retro al ambiente. Si lo piensa un poco, Goster probablemente prefiere los sesenta como referencia de interiorismo. Dice que, después de todo, fue una época dorada del diseño de mobiliario.
Trata de viajar al menos una vez al año. Nunca ha vivido afuera, salvo unos meses que pasó en Estados Unidos haciendo unos cursos. Así que su relación con Lima es “de toda la vida”, es estrecha, es de “la quiero y a veces no tanto”. No es que abunden los museos, pero hay otras cosas para ver y mirar, advierte Goster. Y sí, le encantaría que Lima sea una ciudad que tenga todo pero, a la vez, hay ciudades que son hasta agotadoras.



Está leyendo “Just Kids” de Patti Smith. Durante la cuarentena compró un montón de libros. Prefiere leer sobre música, no lee muchas novelas, más bien sí biografías. Tiene las memorias de Peter Hook sobre New Order, por ejemplo. Y aprovechó una ida a la librería para traerse “Palette Mini Series”, unos libros pequeños con distintas paletas de colores, que son tan libros como adornos decorativos en su librero. “Me gusta el fetiche del libro”, explica Goster: tocar la página, el olor, todo el ritual… Lo mismo le pasa con los discos, la experiencia física es importante. Claro que escucha Spotify en su auto, o cuando sale a correr por el malecón. Pero en su casa, disfruta sacar el disco, ponerlo en el tocadiscos, escucharlo en orden, el lado A y el B completos. Sin saltarse canciones, sin impaciencia. Ese ritual emocional que ya es parte de su lenguaje y de su memoria.