La vida soñada

Fotos: Leslie Hosokawa

Historia patrocinada por H&M Home

Claudia Ortiz de Zevallos confía en la energía del universo cuando está a tu favor; cree en el poder de decretar, de hacer realidad una imagen en la que se piensa con mucha intensidad. Ella siempre se imaginaba en una casita frente al parque, en un lugar muy familiar, idílico, y sus amigos se reían diciéndole: “¡Eso ya no existe!”. Pero ella seguía pensando en lo especial que sería vivir así hasta que, un día, unos amigos le avisaron que dejaban su casa en un condominio y Claudia la fue a ver: apenas se abrió la puerta de la cochera y vio la entrada al parque, al fondo, se dijo: “¡Aquí me quedo!”. Como si hubiera sido hecha para ellos: su hija Arena, que entonces tenía dos años, subió corriendo y eligió su habitación. Claudia había encontrado su lugar perfecto.

¿Pero existe? ¿Un lugar perfecto? De niña, Claudia soñaba con la casita de la Barbie y fantaseaba con tener hijos. Cuando se convirtió en reina de belleza y en modelo, tenía cocteles, compromisos y sesiones de foto, pero siempre pensaba en el momento de llegar a su casa. Dice que toda la vida ha sido muy hogareña y que su plan perfecto es pedir una pizza con sus hijos, o recibir amigos más que salir. 

Le gusta la energía de esta casa. Aquí se siente protegida. Los espacios reciben una luz que parece de bosque: es algo sombría pero el sol se cuela entre la vegetación. Los árboles del parque llenan la vista de sus ventanas, y es una delicia despertarse en la mañana y sentir el sonido de los pájaros, o que sus hijos se emocionen porque una ardilla se metió a la terraza. Para Claudia, estar en su casa es como vivir en un pequeño cuento.

“Me encantan los colores, los detalles, le he ido agregando a cada ambiente nuevas cosas y sacando algunas otras. Cuando llegamos éramos tres; después nació Koa, mi segundo hijo, ¡y luego llegaron los perros! La verdad es que la casa nos está quedando chica… pero es tan nuestra que es cómoda para nosotros. Me gusta el arte naíf, las imágenes infantiles, me atrae la estética femenina… Mi color favorito es el rojo ¡pero me persigue el rosado! Me gustan las flores, los corazones y las princesas. Pero puedo ser muy blanco y negro. Tengo un lado varonil también, y eso está en la casa, pero sobre todo en mí. Mi ropa la compro en la sección masculina, no uso perfume de mujer sino de hombre. En cuestión de estilo, no estoy parametrada”.

Creció en Arequipa y pasó mucho de su infancia en el establo que su papá tenía a quince minutos de la ciudad, con caballos y aires de campo. Quizá por eso sigue obsesionada con los insectos y los ve como buen augurio. Eso explica el tema que eligió para el mural que el pintor Pablo Villegas pintó en su terraza. La obra ocupa la pared que los separa del parque: esa pared les da seguridad, pero quita la conexión directa con el verde, y en unos días de cuarentena particularmente grises, Claudia decidió que necesitaba color, alegría y naturaleza: siguiendo el consejo de su amigo y diseñador de eventos, Carlos Andrés Luna, llamó al artista para pintar mariposas y libélulas en pleno vuelo.

“Este año ha sido tan difícil que sentí la necesidad de ponerle un punto final a las cosas duras y complicadas. No solo lo hice con mi casa, también conmigo: me hice este tatuaje en el brazo… Quise meterle energía linda a nuestros días, quise que esta casa brille”.

La verdad es que no existe la vida perfecta; mejor dicho, no existe alguien que no tenga problemas o periodos más complicados que otros. Pero sí existen los lugares y los momentos que están hechos para uno. Su casa en Arequipa tenía techo a dos aguas y era toda de madera: su dormitorio tenía doble altura, en el altillo guardaba sus juguetes, primero, y cuando creció, montó un estudio de arte donde se dedicaba a dibujar y pintar. Con ese recuerdo, Claudia mandó a hacer una casita de madera para su hija, la casita de arte, le llaman, y es un escondite donde los chicos pueden jugar y donde Arena se la pasa creando.

Claudia vino a Lima para estudiar Arte y estando aquí se animó por la carrera de Diseño de modas, pero hace mucho que siente ganas de “retomar el pincel”. Siente la necesidad de expresarse de distintas formas. Le encanta cantar; el diseño del wallpaper en el cuarto de Arena lo hizo ella y lo mandó a imprimir en vinil. En la cuarentena, Claudia empezó a tocar el ukelele: a veces le daban las 3 de la mañana sentada, en un rincón de su casa, tocando, y de pronto era como si nunca hubiera visto realmente ese rincón. Entonces se decía: “Mañana voy a poner esta esquina de mi casa linda”. Hace poco ha empezado a diseñar adornos de fierro, para el escritorio o la casa, y siente que hay mucho que explorar por ahí. “El arte te enseña a quererte de otra forma”, dice ella. “A valorarte de otra forma”.

En su casa necesita color, necesita que abrigue. Le gusta tener una mantita en la sala en todo momento del año y tener también cojines muy ricos. Dormir es un placer para ella y elige siempre el edredón más suavecito. La casa tiene que ser un ritual, asegura. Tienes que poder tomarte el café afuera si tienes una terraza o un balcón, y prender esa lamparita con la vela. A sus hijos los saca de la ducha con una toalla rica y les pone pijamas cómodos para acostarlos… Se ha propuesto que todo les genere sensaciones y recuerdos. Los domingos prepara la mesa y ella misma hace el desayuno. La vida no tiene que ser esa casa de la Barbie con la que ella soñaba, pero tiene que sentirse un hogar.

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