Fotos: Leslie Hosokawa
Historia patrocinada por H&M Home
El departamento iluminado de Laura Cuadros suena con música clásica india y huele sutilmente a la vela que está encendida sobre la mesa del comedor. En el balcón, la gata Lola holgazanea, pero Mateo el gatito, más tímido, se ha escondido. Laura camina sin zapatos a través del ambiente que parece más alto y espacioso de lo que en realidad es, quizá por lo bien organizado que está o por las cosas tan puntuales que tienen. Aquí pinta a sus anchas. Aquí ha bailado, se ha ejercitado y hasta ha jugado Twister en la cuarentena.
En este dúplex ya vivía Alejandro Millership, su novio, cuando se conocieron. Apenas empezaron a salir fue todo “muy simple”, se hicieron “uña y mugre”, como lo recuerda ella. Se mudó al poquísimo tiempo. Es bueno ser reflexivo, pero también es cierto que a veces no sirve tanto dar mucha vuelta a las cosas. Este era un depa de soltero, algo caótico, pero tenía algunas piezas notables que habían pertenecido a los padres de Alejandro cuando vivieron fuera de Perú, piezas con más de treinta años. A él le gusta cuidar las cosas, también le gustan las cosas buenas que duran, pero la verdad es que había recibido muchos muebles y objetos de sus papás –quizás demasiados–. Cuando Laura llegó, empezaron a depurar.

Y no es que aprender a soltar haya sido fácil para Laura. Ella se hizo popular por concursar en el programa de televisión Peru’s Next Top Model, pero antes de eso, ya era un personaje prometedor en la escena de la moda local. Terminó primera la carrera de diseño, fue la única sudamericana seleccionada para participar en Arts of Fashion Competition del 2008, en San Francisco; de hecho, ya enseñaba el curso de Ilustración de moda en una universidad, cuando le pasaron la voz para participar en el reality. Se animó, ¿por qué no?
“En esa época estaba un poco perdida… No tenía un plan, solo fluía. Antes de terminar la carrera ya estaba un poco desanimada de la moda, pero todos me decían que era buena y yo pensaba que, si lo era, tenía que seguir. Yo busqué lo que realmente quería hacer por mucho tiempo. Estudié Orfebrería, me dediqué a la joyería; viajé a Buenos Aires y estudié Diseño de calzado, Coolhunting y Maquillaje profesional. Cuando regresé a Lima traté de poner mi propia marca de ropa y zapatos, todas piezas únicas, hechas a mano. Perdí toda mi plata en eso…”.
Después de probar en el modelaje y decidir que tampoco era lo suyo, Laura hizo un ejercicio interesante: dejó de pensar en aquello que le traía elogios y en lo que supuestamente era buena, y empezó a pensar en las cosas que más le gustaba hacer. Cocinar, por ejemplo. Abrió un blog de comida orgánica y se permitió investigar recetas ricas y saludables que la hacían sentir bien física y emocionalmente. Y, sobre todo, empezó a dibujar con más atención. Había dibujado toda su vida, pero esta vez su mirada cambió.


Empezó a hacer encargos de dibujos e ilustraciones por los que cobraba muy poquito, incluso hizo varios trabajos gratis. Pero las marcas se fijaron en ella, como en otros creadores emergentes, y pronto empezó a intervenir botellas de vodka para una marca, o a pintar en vivo en eventos. Esas oportunidades le dieron visibilidad y prensa. Sin embargo, como no había estudiado arte, Laura no se sentía con derecho a llamarse una artista. Fue difícil para ella valorarse a sí misma y a su trabajo. Lo que sí sabía es que finalmente estaba encaminada.
Pintaba con acuarelas y plumones, trabajando en el escritorio de la sala de televisión. Hasta que, hace apenas dos años, descubrió el óleo. Entonces todo creció: el formato, el tiempo que le dedicaba a cada pieza, su proyección en el arte. Es muy simbólica la forma en que nos movemos en un espacio. Laura salió del escritorio: tomó la sala con su atril, sus pinturas y lienzos; encontró el mejor lugar, el más cercano al balcón, para hacer lo suyo. Desde entonces, ver que sus propias paredes se llenan con cosas que ella ha creado le da orgullo. “Tengo 32 años y hace apenas dos que descubrí qué es lo más me gusta hacer”, dice Laura sonriendo. “La única forma de saberlo es probar, y yo he probado un montón”.
Laura llenó el depa de arte y Alejandro descubrió que también le encanta pintar, y que le relaja. Eso cambió muchísimo sus dinámicas y la convivencia. Otra gran diferencia es la cantidad de plantas: Laura trae más cada vez que puede. Lo primero que armaron juntos fue la repisa que recorre el ingreso y parte del área social: es un mueble de madera que Laura misma diseñó con un amigo suyo que hace carpintería, Diego Seminario. Esa repisa la fueron llenando de cosas de los dos. Ahí fue que se hizo más notorio que, a pesar de ser personas muy distintas, tienen mucho en común, en esencia: son como dos niños grandes, dice Laura, les gusta coleccionar muñecos, les gusta jugar.


Lo que Laura necesita de un espacio es mucha luz, naturaleza (como sus plantas y sus gatitos que la rondan) y un espacio al aire libre, como este balcón que les da tanto aire, en el que han sacado uno de los sofás modulares que tienen (gran idea de su amigo el diseñador Louis Pisconte, que siempre la ayuda con los cambios en casa), y queda perfecto para tomar algo por las tardes, para comer con un poquito de sol en la cara, o para acabar el día jugando un juego de mesa.
“Me encanta pintar animales. Este año, además, he empezado a pintar cielos porque es lo que más extrañé durante el confinamiento. Soy una cazadora de cielos, tengo mi archivo de cielos y nubes de cada ciudad a la que hemos ido”.
Así como Laura colecciona nubes y floreros, también se ha ido liberando de objetos que no usaba. Han decidido vivir una vida más ordenada y solo traer a casa lo que realmente necesitan. Esa vajilla que van a querer usar cuando están solos o cuando vienen amigos. Esos cojines que pueden pasar de la sala al cuarto o al sofá del balcón, pensando en estar cómodos en cada ambiente. El mantel de lino o el cesto de ropa sucia tejido, porque el material importa. Piezas que no son pura tendencia o antojo, sino que pueden acompañarlos por mucho tiempo.


Este año le ha enseñado a valorar el orden y le ha demostrado que su casa influye mucho en su vida. Le ha enseñado a consumir conscientemente y a investigar las cosas que compra. Le ha enseñado también a valorar a aquellas personas a las que realmente quieres ver “y suman a tu vida”. Este año, se ha dado cuenta que lo más importante para ella, esté donde esté, es tener luz para pintar y al menos un pequeño espacio al aire libre… para que sus plantas y sus gatos estén felices. No es mucho, pero es más que suficiente.