Fotos: Janice Bryson
La puerta del departamento se abre y la bienvenida es abrumadora. La doble altura, la terraza verde que se entrevé arriba; el corredor lleno de arte y una vista que el contraluz hace más intrigante. La luz, la vida, el color. Es un lugar que no ha dejado de transformarse: pasó por varios cambios incluso antes de que Mónica De la Villa y Carlos Zuzunaga se mudaran. La historia es larga y ellos se ríen al contarla: compraron primero otro depa en este mismo edificio, luego se lo cambiaron a otro comprador, finalmente unieron dos depas y modificaron muchos de los ambientes en planos. De alguna manera, ese inicio movido marcaría la relación que ambos han tenido con este lugar.




Mónica, consultora de estrategia de negocios, se había mudado muchas veces en la vida, pero Carlos, que trabaja en transformación digital y analítica, vivió 27 años en la misma casa, muy cerca de arquitectos y amantes de la arquitectura. Se mudaron aquí en el 2014: desde entonces, no ha pasado un año sin que le hayan hecho algo al depa. Ya sea cambiar la distribución de los muebles, redecorar o incluso remodelaciones que han variado totalmente su manera de vivirlo. A veces Mónica se pregunta por qué siempre están “con un proyecto a cuestas”.
Son distintos. Ella disfruta más el momento, él está organizando el futuro. Quizá sea Carlos el que empuja todas estas transformaciones, pero Mónica ha aprendido a disfrutarlas mientras pone un límite sutil a sus ansias. Y es que también tienen que poder gozar lo que tienen, reconocerlo, mirarlo. Tomarse un café en la sala y sentirse felices viendo todo tal cual está. A la vez, van madurando. Y son muy conscientes cuando sus gustos o necesidades han cambiado.
Durante dos años dejaron cerrado el segundo piso que da a la terraza. En un inicio, además, el área social estaba partida y acabaron con una salita pequeña que nunca usaban. Vivían solo los dos, porque Benja y Gabriel, sus hijos, aún no habían llegado. La cocina era semiabierta y pusieron un sofá mirándola y más bien de espaldas a la increíble vista de Barranco que tienen desde el ventanal. Iba en contra del sentido común… “Pero para nosotros el depa era bello. Lo habíamos decorado nosotros mismos. Y nos sentíamos lo máximo”, confiesan.



Acaban de cambiar todo el piso, que ahora es de un color muy clarito, casi blanco, y lo hace todo aún más luminoso. Pero ya habían hecho varias intervenciones, con ayuda de la arquitecta Nicole Futterknecht, que se terminaron justo antes de la cuarentena. Cerraron la cocina para que el espacio no se vea tan desordenado, pero como a Mónica le encanta cocinar, construyeron arriba, en la terraza, una cocina pequeña, coqueta, con barra, para poder disfrutar en familia o con amigos, o para que Mónica cocine casi al aire libre, con una vista inspiradora. La terraza tiene una parrilla, sala y comedor, y está llena de plantas (de eso se encargó Carlos). Este lugar se convirtió en el espacio más importante durante la cuarentena. Pusieron una piscina inflable, los chicos estaban felices.
Tienen piezas que son especiales para ellos. Como el mueble que el bisabuelo de Carlos trajo de Alemania hace 120 años y que se apodera de toda una pared de la sala. El valor de esas piezas especiales no se mida por el volumen o la imponencia: lo demuestra la colección de discos de la pintora Lola Schröder, abuela de Carlos, que ellos guardan desde su muerte. Tienen también dos sillas con telas de Christian Zuzunaga, diseñador peruano que vive en Barcelona y es primo de Carlos. Hay algunas piezas que compraron en Nueva York, donde vivieron dos años antes de casarse; otros muebles los mandaron a hacer recientemente, como parte de la remodelación. Mónica reutiliza todos los materiales que sobran: con la madera y el mármol ha hecho posavasos y fuentes para piqueos. Le cuesta botar las cosas que se pueden reusar.


No suelen estar en su dormitorio. Lo usan para dormir, para leer o para ver tele. Sí viven muchísimo sus otros ambientes. Los chicos tienen su cuarto de juegos y Carlos y Mónica usan la mesa del comedor para trabajar. Es estimulante hacerlo con esa vista y rodeados del color y la energía de su colección de arte. Y eso último es una de las claves para entender la vitalidad del depa.
Para dos personas que sienten tanta inquietud por los espacios, el arte les permite probar nuevas relaciones, empezar distintas conversaciones. Sentirse distintos. Tienen obra de Fernando De Szyszlo, Cristina Gálvez, por supuesto de Lola Schröder; de Jorge Cabieses, Ignacio Álvaro, Valentina Maggiolo y Fernando Otero, entre muchos otros. Acaban de comprar una cerámica de Alice Wagner que se aleja bastante del arte que suelen buscar, pero les gusta empujar sus propios paradigmas. Reconocen que están aprendiendo. También tienen piezas que encontraron en algún mercado de pulgas de Nueva York. Habían comprado una obra de Valentino Sibadón, pero Benja, aún bebé, decidió completarla con su lápiz, quizás arrastrado por el impulso creativo de sus padres… o quizá solo porque el cuadro estaba colgado a su alcance. El tema es que fueron donde Valentino para que lo arreglara, y a partir de ahí establecieron una relación. Hoy, el artista está muy presente en el departamento, con sus obras pintadas directamente sobre la pared.
Han ido llenando los espacios en blanco. Las piezas son chicas o medianas en su mayoría, porque ha sido más fácil y accesible. Eso les permite cambiarlas de lugar sin mayores problemas. Si es que se mudan, será sencillo recomponerlo todo, hacerlo encajar.




Mónica y Carlos se conocieron de casualidad y a los pocos meses ya se habían mudado juntos a Nueva York. Fue fortuito que ambos tuvieran planes hechos en esa ciudad. Vivir juntos fue un riesgo grande, pero pensaron “o funciona increíble o se termina rápido”. Funcionó. Regresaron juntos pero distintos. Mónica estaba acostumbrada a hacer planes a 10 años, a 15 años, sabía exactamente dónde quería verse, se trazaba metas. La maternidad la movilizó internamente. Hoy dirige Tregua, una consultora cuyo nombre hace honor a ese proceso interno, esa tregua que hizo consigo misma. Y Carlos también ha cambiado. Piensa más en lo que le da satisfacción y no tanto en lo que esperarían los demás. Su depa refleja sus constantes cuestionamientos. Claro que es un problema convivir con una remodelación o una obra en casa. Pero que su vida sea un proyecto en marcha les llena de ilusión.