Fotos: Nicole Bergman
La casa llegó a ella. “Tiene que ser así, porque yo no la busqué”, se ríe Tania Jelicic. La historia es larga y sorprendente para cualquiera que la conozca como creadora de la marca Balkanica. Hoy, Tania se mueve con soltura entre el arte, el diseño y la moda; hace poco más de una década, no sabía qué camino transitar. Su vida ha sido una búsqueda constante. Se casó a los veinte años y pronto tuvo hijos. Su entonces esposo le mostró un terreno: era una casa antigua descansaba en medio de un amplio pero descuidado jardín, todo el frente era un gran retiro. Tania, joven e inexperta, no entendía cómo sacar provecho del espacio y no podía ver su potencial, así que la dejaron pasar.
En los siguientes años, hubo muchísimas mudanzas y Tania anhelaba echar raíces, encontrar un lugar que sintiera propio. Ella, que es muy cachivachera, recogía los objetos familiares que nadie más quería, recolectaba recuerdos variados de sus viajes, realmente no botaba nada, y lo guardaba todo en cajas que se iban acumulando, esperando el momento de poder mostrar sus tesoros.



“Estudié Historia del arte pero no lo terminé, me faltó un año. He estudiado Decoración de interiores y también he hecho mil cosas: cine, teatro, dirección de arte, redacción, incluso he modelado, de todo. Durante mucho tiempo busqué por dónde canalizar mi lado creativo. Y, bueno, van pasando cosas. Mi papá murió… Me fui acercando a los treinta años y aparecieron las preguntas: ‘¿Qué hago acá? ¿Esta es mi vida?’ Te empiezas a sentir mayor y que no has hecho nada… Sentí un vacío”.
Tania le propuso a su primer esposo irse un tiempo al extranjero para terminar su carrera. Los planes cambiaron porque al poco tiempo de dejar Perú, Tania descubrió que estaba embarazada nuevamente. Le pareció más sensato volver a Lima. Pero volvió distinta. Ahora piensa que tal vez ese embarazo la llenó de fuerza o le abrió los ojos. Lo cierto es que más madura, entendió que las personas se atraen por distintas razones, pero que no todas esas razones son compatibles con un proyecto de vida. Es entonces que se separó de su esposo.
Cuando eso ocurrió, ya la casa había vuelto a Tania. Tiempo antes de viajar, les volvieron a ofrecer aquella propiedad en la que Tania no quiso vivir. Un arquitecto la había comprado y había construido una nueva edificación, más grande. Aquella vez, sí la compraron, pero no llegaron a vivir en ella porque el viaje fue pronto y la pusieron en alquiler. Al regresar, la familia vivió con la mamá de Tania y luego en el departamento de su abuela. Cuando se separó, Tania se quedó en la casa con sus hijos, dispuesta por primera vez, a hacerla suya.




Cambió la chimenea y el mármol del ingreso; transformó las columnas redondas y las dejó cuadradas. El jardín parecía un huerto, lleno de plantas chiquitas: ella las sacó todas y las volvió a plantar en el perímetro que hoy se ha convertido en una especie de bosque, con árboles crecidos. Los cambios fueron dándose uno tras otro y nunca se han detenido: hace poco llenó de helechos su terraza, parece tomada por un espíritu selvático. El último cambio han sido los muebles del comedor, que estaban en medio de la habitación, como es usual: con ayuda de la decoradora Marcela de la Torre, Tania los ha renovado y reubicado en una esquina, para hacer más libre el tránsito y menos formal el uso de ese espacio.
Todas aquellas cosas que guardó durante tantos años fueron encontrando su lugar y su protagonismo en la casa. Amplió una foto que había encontrado de su abuelo cuando fue extra en una película de Marlene Dietrich, y ese es el cuadro que corona su chimenea. Su mamá iba a botar las maletas de Louis Vuitton vintage de su abuela, así que Tania se las quedó. Aún más, mandó a hacer la mesa de centro de la sala de tal manera que pudiera guardar las valijas dentro y que se vean a través del vidrio. Ese mueble es una especie de aparador que contiene muchísimas curiosidades y objetos importantes para Tania: el equipo de grabación de su papá, que era un aficionado al filme, fotos y postales antiguas, adornos como unas sandalias japonesas que encontró en un anticuario. Hace poco, ha forrado los bordes de la mesa en cuero rojo oscuro, para cambiarle el look.



“Generalmente tenemos un montón de cosas que nos gustan y que no queremos botar… y las tenemos guardadas en cajones, en despensas o en alacenas. La vajilla bonita, las cosas que más nos gustan las tenemos guardaditas. Y cuando se te rompe el juego no sabes qué hacer. Yo decidí sacarlo todo: monté unas repisas encima del comedor y he amontonado ahí todas esas piezas lindas, heredadas, incompletas, para poder verlas y disfrutarlas. Hace un tiempo, limpiando, rompí algunas cosas y entonces las empecé a pegar a la lámpara de centro, la convertí en una cosa loca llena de copas rotas. Lo he tenido que desmontar por la remodelación del comedor, pero lo voy a volver a hacer”.
Por su pinta de extranjera y su metro ochenta de altura, a Tania le decían la Balkan, de cariño. Ya la llamaban así hace doce años, cuando conoció al artista plástico Jesús Pedraglio, su actual esposo y papá de su último hijo. Eran pareja cuando Tania decidió regalarle a él y a su hijo mayor unas batas de playa con felpa adentro, ya que ambos corren olas. Ese fue el pie de partida para fundar su propia marca, Balkanica. Antes de eso había mandado a hacer ropa para el teatro, pues trabajaba en la producción de musicales, y se había encargado del vestuario para un largometraje. Balkanica se volvió ese canal de expresión que tanto había perseguido.
Para Tania, Balkanica no es solo moda y ella no se considera una diseñadora sino una “intérprete de estilos, de lifestyle y de sensaciones”. Le es complicado explicar su proceso, pero cuando crea una colección no está pensando en tendencias, sino en la sensibilidad del momento, en lo que pasa a su alrededor. Considera que no hay nada nuevo bajo el sol. Ella no inventa esos vestidos y kimonos que han hecho conocida a su marca. Pero sí cuenta una historia a través de las nuevas piezas, la historia de su tiempo. Hoy está enfocada en investigar el upcyling. Quiere hacer menos y reutilizar más. Por ejemplo, la cama que estaba en su tienda de Callao Monumental hoy está junto a la piscina de su casa, dejándose envolver por la hiedra.


Sus hijos mayores se han mudado, o van y vienen de la casa. Solo queda con ella el menor. Por momentos se pregunta si debería trasladarse a un lugar más pequeño. Pero luego piensa en su jardín, en sus árboles que ha visto crecer durante veinte años; en el piano que compró cuando su papá aún vivía porque siempre había querido tener un piano de chica, y es tan grande que tuvo que quedarse en el ingreso. Aunque nunca aprendió a tocarlo, es parte de la vida en la casa. ¿Dónde lo pondría si se van de aquí?
Tania respeta el proceso de cada uno de sus hijos y los deja ser. Sabe lo que es sentir la necesidad de expresarse, de realizarse, de alcanzar la plenitud en uno mismo y no en lo que otros puedan darte. Los años le han dado seguridad, le han mostrado cuál es su estilo. Su marca puede evolucionar e irse por otro lado. Y su casa seguirá transformándose, así como lo hace ella. El movimiento es la vida.