El punto medio

Fotos: Nicole Bergman

Después de un año de relación, Gabriela Mascaró y Thais Norris habían decidido mudarse juntas. Como Gabriela trabaja en una agencia de publicidad, en horario de oficina, Thais, que es artista e intérprete y tiene tiempos más flexibles, se dedicó a visitar departamentos. Vio decenas. Pero cuando llegó a este, sacó a Gaby de la oficina: “¡Tienes que venir a verlo ya! ¡No quiero perderlo! ¡Lo amo!”.

“Qué será, ¿no? Esa sensación de entrar y decir ‘este es mi lugar’”, se pregunta Gaby, en la mesa de la cocina. Es lo que sintieron ambas al llegar a este dúplex. Los otros depas que Thais visitó eran muy bonitos, algunos más grandes, otros más modernos, pero ninguno la llenaba. No es que ellas buscaran algo muy complicado: querían que tuviera dos dormitorios, para que Giulia, la hija de 8 años de Thais, pueda quedarse los fines de semana, y que estuviera cerca a un parque, para sacar a pasear a Oli, su Boston terrier. Sobre todo, querían sentirse en casa juntas, y es lo que encontraron aquí.

Firmaron el contrato dos días antes de que declararan la cuarentena. Iban a hacer la mudanza con calma… pero tuvieron que adelantarlo todo. Lo hicieron por partes: empacaron las cosas de Thais y las dejaron en su depa, mientras trasladaban los muebles y las cosas de Gaby. Estuvieron viviendo, así, entre cajas e incompletas un par de semanas. Recién cuando pudieron traer las cosas de Thais es que el depa empezó a tomar forma.

Fueron avanzando ambiente por ambiente. Pusieron la máquina de coser antigua de Thais en el ingreso y encima colocaron el espejo de Gaby, para darle carácter. La mesa de centro de pallets de una, con el sofá de la otra; la lámpara sobre una pila de libros. La casa se volvió su proyecto de cuarentena y las ayudó a sobrellevarla. Ellas mismas pintaron el baño de visitas (de negro), y Thais –la más hábil con las manos– instaló los estantes, el clóset y la barra del bar.

El resultado es un departamento que recoge la esencia de las dos. Gaby, por un lado, es minimalista. Tiene dos cosas sobre su mesa de noche. Al otro lado de la cama, Thais tiene treinta objetos desperdigados que ella genuinamente necesita. No son cachivaches los que ha traído a la casa: son sus libros, sus herramientas para pintar, sus instrumentos musicales (que incluyen una kalimba y una ocarina). Thais colecciona latas, botellas y cajas que guarda por si las necesita en algún momento. Como le ha pasado estas semanas, por ejemplo, que se ha puesto a hacer mantequilla de maní y de almendras, y que guarda en pomos y botellitas. Para Gaby ha sido divertido salir de su “mundo minimalista”, y para Thais es importante revalorar las colecciones que ha ido guardando durante tanto tiempo, sacarlas, exponerlas, apreciar lo bonitas que son. Sus estilos personales hacen una buena mezcla.

Han dejado muchas cosas atrás. Donaron una cama, muebles, ropa y juguetes. Estaban en perfecto estado, pero no cabían en su nueva vida juntas y donarlas las ha llenado de una vibra positiva para este inicio. Hasta ese momento, Thais había vivido con su hija Julia, y Gaby había vivido sola los últimos dos años. La convivencia en cuarentena podría haber resultado intensa, si no fuera porque procuran darse mucho espacio. De hecho, el depa, al ser un dúplex, las ayuda a generar momentos privados para cada una. Pero más allá de eso, son respetuosas del espacio de la otra. Es normal que Thais duerma de vez en cuando en el sofá-cama de otra habitación (en la que han tenido que montar un homeoffice), para poder quedarse hasta tarde viendo películas de terror que Gaby odia; si Gaby termina de trabajar y ve a Thais pintando, se sienta cerca con un libro o se pone a hacer otra cosa para no interrumpirla.

Siendo tan distintas, hay un lema que las ha ayudado a entenderse y complementarse: “Espacios comunes, orden común”, recita Thais. Todos los ambientes y espacios que comparten están ordenados: si una lo usa (por ejemplo, cuando Thais pinta en la sala, o cuando Gaby cocina), luego lo limpia y arregla para que esté bien para la otra. “Pero no abras los clósets”, advierten ambas, riendo.

Cada una de ellas tiene sus fortalezas y sus tareas para “mantener la casa en pie”. En la convivencia han descubierto que Thais es muy buena lavando la ropa: tiene toda una rutina, los blancos se remojan, trajo su centrífuga… Gaby, en cambio, hubiera mandado todo a una lavandería. Thais es más detallista, sin duda. Hace poco Gaby se dio cuenta que la refrigeradora tenía unos stickers de ojos. Thais los había pegado hacía meses, cuando recién se mudaron, y no se dio cuenta. Pero Gaby tiene su propio arte, y está detrás de la barra: la coctelería es más que un pasatiempo, como lo prueba su cuenta de Instagram, Cocktail Seeker.

Cuando Gaby termina su horario de trabajo, por la tarde noche, busca a Thais y prepara un traguito para las dos, disfrutan la casa. Ese es su momento, porque en realidad ellas no tienen rutinas ni siquiera para comer. Thais sigue una estricta dieta keto, o sea que incluso su alimentación y compras son distintas. Por eso cuando una cocina para la otra, de vez en cuando, se vuelve todo un acontecimiento en la semana.

Giulia es una niña muy tranquila. Cuando pasa los fines de semana con ellas juegan Mindcraft y también pintan. Por supuesto, le encanta jugar con Oli. Cuando está Julia en casa se mentalizan mucho en que no pueden ser tan relajadas: tienen que prender la terma para que siempre haya agua caliente, tienen que sentarse a desayunar, almorzar y cenar juntas. Ponen la alarma para empezar a cocinar.

La llegada de Oli es toda una historia. Un criador la estaba poniendo a dormir porque no era perfecta: a través de la veterinaria, Thais aceptó adoptarla y convenció a Gaby, que estaba menos segura por la responsabilidad que tiene cuidar un animal. Thais tiene experiencia, ella ha tenido gatos, perros y todo tipo de bichos extraños, incluyendo a Froakie, el gecko que las acompaña desde su pecera en la cocina. Curiosamente, aunque es Thais quien la entrena (y quien ha conseguido que se porte tan bien), Oli es muy pegada a Gabriela. La acompaña todo el tiempo bajo el escritorio, y si Gaby se mueve al baño, cuando sale la encuentra esperando en la puerta.

Piensan que las expectativas son “matatodo”: es bueno tener anhelos y deseos (después de todo, ellas soñaban con un depa como este para poder vivir juntas), pero en lugar de tener expectativas solo disfrutan los momentos. Y también los crean. No necesitan que sea fin de semana para abrir un rico vino, tampoco necesitan una ocasión especial para usar la vajilla linda. Es más, ya solo tienen una vajilla linda. La verdad es que si en algo se parecen ambas, es que son muy torpes y ya han roto más de una copa fina, pero eso no les impide usarlas solo para ellas, porque las cosas están para disfrutarlas ahora, no mañana.

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