Fotos: Meche Tomotaki
Imaginemos cómo ve un niño el mundo. Hay cosas que no alcanza, lo que está en las repisas altas sobre todo; cajones que no debe abrir, habitaciones en las que no puede jugar. El mundo de los adultos es grande, es inmenso. Pero también hay cosas que están más a su alcance que de nadie en casa. El niño está cerca del suelo, de la tierra: observa aquello que los adultos pasan de largo cuando caminan apurados, se encuentra con bichitos, mira los detalles porque en los detalles está la curiosidad y el descubrimiento. Todo es nuevo en el mundo diminuto.
Lo que Meche Tomotaki hace está ligado a la nostalgia por su niñez. La forma de dibujar las caras cuando hace sus máscaras, los objetos que elige moldear en arcilla: todo es una manera de evocar las manualidades que hacía con su abuelo Isamu durante las largas horas que pasó con él, que la cuidaba mientras sus papás trabajaban: jugaban, paraban juntos, él le cantaba en japonés; también le hacía grullas en origami y todas las noches le contaba el mismo cuento hasta que ella se lo aprendió. Isamu no hablaba más que tres palabras en castellano y Meche no sabía japonés, pero eran inseparables, se entendían a través de señas y de los objetos que juntos creaban. Ambos prestaban atención.


No extraña que a Meche le sea más fácil comunicarse de manera visual. Estudió Diseño gráfico y a eso se dedicó de manera fija. Diminuto Objeto nació como un proyecto personal y artístico de miniaturas en arcilla: una plataforma para explorar su fascinación por lo pequeño y lo hecho a mano. Hasta antes de la pandemia, le había dedicado su tiempo libre (por ejemplo, usó sus vacaciones para preparar las dos exposiciones que hasta el momento ha tenido); hoy, que está trabajando como diseñadora freelance, puede dedicarle más tiempo a Diminuto y siente que ha crecido en estos meses.
Ella vivía en su departamento y Juan Carlos Yanaura, su novio, en el suyo, aunque muchas veces se quedaban a dormir. El de Meche era muy pequeño, le funcionaba como cuarto taller. Por eso, cuando empezó la cuarentena, decidieron mudarse juntos al depa de él, ya que no sabían cuánto tiempo duraría el confinamiento. Meche se sentía un tanto ajena en un inicio, pero traer sus cosas e instalarlas, encontrarles un lugar, sacar de casa lo que ya no usaban para hacer espacio para los nuevos objetos que usarían juntos… todo ese proceso la hizo sentirse bienvenida.
Es un departamento de dos dormitorios. Felizmente a Juan Carlos, que es artista audiovisual, nunca le gustó trabajar en un cuarto cerrado, siempre prefirió hacerlo mirando hacia la ventana que da a la calle. Entonces, en el segundo dormitorio que solo se usaba como depósito, Meche instaló su taller. Tiene dos mesas: una para la computadora y otra para hacer cosas manuales. Adicionalmente tiene otra mesita de apoyo que usa para armar, pintar y empaquetar sus piezas. También ha instalado un aparador en el que guarda sus materiales: las cosas con las que trabaja no ocupan mucho espacio. De hecho, ella se considera “cachivachera” pero, extrañamente, es una acumuladora ordenada, que también colecciona variedad de organizadores y muebles para guardar cosas.



Los objetos que colecciona suelen ser cosas muy pequeñas: adornitos, muñecos en miniatura de animales, tacitas, libros, lápices. Cosas que son fáciles de trasladar. Antes que Diminuto Objeto, Meche tuvo otro proyecto, una marca de accesorios que se llamó Sugar Town, en las que todas las joyas eran dulces diminutos que ella hacía a mano. Esa es su medida: todo lo que entre en su manos es lo que más le acomoda. Las miniaturas son el contraste con el mundo real, son esas piezas que no te imaginarías jamás ver tan pequeñas en un contexto tan grande. Es replicar un poco lo que sintió cuando viajó a Japón en el 2016 y descubrió que las miniaturas son muy apreciadas allá. Meche sentía que entendía ese interés por los detalles. Como entendía el canto de su abuelo, como lo entendía con solo observarlo. Después de ese viaje, Diminuto tomó forma.
Sus máscaras (como la del Kitsune, el zorro que es un personaje mágico del folklore japonés), sus manos haciendo distintas mudras (gestos sagrados del budismo e hinduismo); macetas, tazas, alguna pieza de ropa, todo eso conforma el miniuniverso de Diminuto. Meche nunca hace moldes, no le gusta hacer series, todo su proceso es manual. Quiere que así como son pequeños, sus objetos sean únicos.



Lo que posee generalmente está ligado al recuerdo de algo, las pinturas que usa las tiene hace tiempo y no las quiere renovar. Entre sus discos de vinilo, su favorito es un álbum de John Lennon y Yoko Ono, no tanto por la música (“los gritos de Yoko hacia el mundo”), sino porque su historia como pareja poco convencional le produce fascinación. Le sorprende esa capacidad de algunas personas de crear un mundo distinto alrededor. Tiene un peluche del japonés Yoshitomo Nara, su artista contemporáneo favorito, cuyo trabajo gira en torno a la niñez. Meche tiene muchas fotos de su familia que pega en las paredes, a su alrededor, para que la acompañen. Su abuelo está al costado de su compu. Siempre juntos.
Mirarse la manos, así, tan de cerca, es casi un ritual. Es como empieza todo: tocando el material, haciendo con sus dedos las posturas que pasará a la arcilla. Las manos para Meche son sanadoras, creadoras, protectoras… Pueden hacer pequeñas grandes cosas.