Por fin en casa

Fotos: Hilda Melissa Holguín

Lleva años en un continuo viaje. Maud Gurunlian empezó en la televisión con «Check In» en el 2013 y luego empalmó con su proyecto propio: «Buen Viaje», su plataforma digital, que ha cumplido ya seis años. Y en todo este tiempo de hacer contenido sobre viajes y turismo, de andar por mar, cielo y tierra (literalmente), su relación con el concepto de hogar cambió y mucho. Durante años, Maud casi nunca estaba en Lima: su casa se convirtió en un lugar momentáneo, de paso; un espacio que debía ser cómodo para ella, para guardar sus cosas, para organizarse los días que estuviera entre un viaje y otro, y punto. El lugar no estaba preparado para recibir gente (ni tenía mucho tiempo para invitados). Su mochila siempre estaba lista, esperando en la entrada de la casa. Eso cambió un poco cuando se mudó con Guillermo, su ahora esposo. Y cambió definitivamente cuando nació Leo, su hijo.

Con Guille vivían en un depa pequeño, de dos ambientes, cuando se enteraron de que Leo estaba en camino. Entonces se mudaron a un lugar más grande. Maud se dio cuenta de que quería que fuese un espacio más lindo, por su hijo, y porque por fin, después de tanto, iba a tener que pasar mucho tiempo en casa cuando él naciera. Realmente necesitaba un entorno que le dé paz y tranquilidad, y en el que se sintiera cómoda. Ella, que ha viajado de todas las maneras posibles; que ha dormido en carpas, hoteles hermosos y hostales pequeños; que se ha acomodado en lugares tan extraños, como plataformas en lo alto de los árboles amazónicos o cápsulas que cuelgan sobre el valle de Urubamba… Estar cómoda en un solo lugar era algo en lo que no había pensado en años.

Se empezó a involucrar en todo lo que tenía que ver con la casa. Trajo plantas. Quiso llenarla de detalles. Jamás en la vida se le había ocurrido comprar cosas como individuales: siempre asumió que era el tipo de compras que solo hacen las mamás… hasta que se convirtió en una y se veía eligiendo una jarra para la limonada y vasos chéveres para que sienten todos juntos en la mesa.

“Me pasó que no tenía un estilo definido. Es decir, siempre me ha gustado la decoración, y de hecho intenté estudiar eso en algún momento, pero habían pasado años luz desde que había vivido en un lugar que me interesase decorar. Cuando nos mudamos al primer depa los tres, empecé a comprar todo lo que me gustaba… pero que no necesariamente combinaba. Tenía muchas cosas lindas, pero no había una hilación. Al final, no lo sentía mío, no estaba tan bien acomodado. Así que, cuando llegó el momento de mudarse a este nuevo depa ya con Leo más grande, me puse la meta de que todos los ambientes se sientan conectados y como parte de una misma casa”.

Para Maud, tener un estilo de decoración toma tiempo. Es como lograr un estilo al vestir: es cuestión de probar. Antes de ser influencer de viajes, fue bloguera de modas con «Le blog de Maud». Confiesa riendo que a veces ve sus looks antiguos y dice ‘¡ala miércoles!’, aunque en ese momento se sentía “regia”. Con los espacios es igual: “por más que tengas gusto y trates de ser lo más auténtico posible, hay un tema de prueba y error en el camino”, opina. Por eso, cree que su departamento actual ha sido su ejercicio final. Aquí ha logrado sentirse cómoda por completo. Sentirse ella, por completo.

Podría pensarse que, por tener un papá suizo, Maud vivió desde pequeña entre dos casas y dos mundos. Pero, en realidad, ella tuvo ese hogar definido –el hogar de su infancia–, y fue siempre al lado de su mami. Primero, en un departamento en el que vivieron solas. Por aquella época, su mamá se iba a Tacora para comprar muebles antiguos muy baratos y restaurarlos. Era su pasión y era muy capa haciéndolo. Si algo sabe Maud de decoración se lo debe a su madre, a quien recuerda como una “superdecoradora”. La casa grande adonde se mudaron, y en la que nacieron sus hermanos menores, para Maud es una de las casas más bonitas que ha visto en la vida. Y todo se debió, siempre, a su mamá. Recuerda que no tuvieron sofá en la sala durante años, porque ella no encontraba el indicado: un día entraron a una tienda y vio una cama china y era justo lo que quería. Ya mayor, estudió restauración: puso su taller y trabajaba muebles de madera. Maud no se ha quedado con muchas de las cosas que eran de su mami después de que esta murió, pero sí guarda algunos objetos especiales y los tiene cerca. Como los bowls en madera tallada que están repartidos por distintos ambientes del depa. O la caja de mayólicas cusqueñas pintadas a mano, hermosas, que su mami compró pensando en una futura casa de campo. Maud las usará algún día. Su mami fue su maestra.

Estudió Arquitectura cuatro años, pero se salió de la carrera antes de terminar porque sinceramente no era lo suyo. Estudió Producción de modas en Argentina y ahí aprendió sobre dirección de arte, sobre estética y diseño visual. Regresó a Lima y se metió a la carrera de Decoración de interiores para mayores, que estudiaba por las noches. Pero a mitad de ciclo le avisaron que había pasado el casting para «Check In»: su viaje empezaba.

La convivencia con Guille le enseñó varias cosas sobre armar un hogar. Por ejemplo, que no basta con poner los sueños y los ideales de ambos en un mismo lugar, a la vez, y que eso mágicamente funcione. Prueba de ello es el sofá del depa anterior, el primer mueble que mandaron a hacer juntos, una especie de Frankestein de los muebles o, como le llama Maud, “el sofá más arroz con mango que has visto”: deforme y gigante, que no pasaba por ninguna puesta. Obviamente, no cabía en el nuevo depa. Maud tomó el mando de la decoración, pero le prometió a Guille que siempre iba a tener en cuenta sus gustos y la manera en que le gusta vivir. Siente que lo ha logrado.

Las sogas de Guille (a quien le gusta bucear y pescar), conchas y elementos de mar que él había recolectado, se han convertido en cuadros y adornos. Unos amigos les regalaron unos troncos cortados: eso sonó increíble, pero de pronto tenían estos pedazotes de árbol, incluso llenos de bichitos. Les recomendaron trabajar con el estudio de diseño Matteria, y convirtieron el regalo en las mesas de centro de la sala y en las bancas del comedor.

“Es importante visualizar todo. No solo pensar en el sofá que te gusta, sino verlo con el mueble de la tele, con el vinil, con los colores alrededor. Para mí, mientras menos contraste haya es mejor para mantener los ambientes calmados”.  

Durante la cuarentena, su casa se ha convertido en su gran locación. Tiene todos sus lugares dispuestos para tomar las fotos y grabar los videos que sigue compartiendo en su página. La pandemia ha parado los viajes, y por eso Maud ha abierto su contenido hacia el lifestyle: cocina, maternidad, deco, moda… “¡Dame cualquier tema y te lo blogueo!”, bromea. Si bien lamenta mucho el duro tiempo que pasa el sector turismo (y piensa en todas aquellas personas y aquellos proyectos que le ha tocado conocer por «Buen Viaje»), siente que ha podido compartir un buen contenido y se siente bien con su trabajo. No es la primera vez que ha tenido que parar. Cuando Leo llegó no estaba preparada para bajar la marcha, y ahora agradece haber pasado por ese momento porque la preparó emocionalmente para estos meses. Agradece, además, que esta sea la casa que los está acompañando.

Quizá lo más difícil de ser influencer es evitar que su trabajo (y su exposición) acaben invadiendo las dinámicas de su familia. Admite que le llegó a pasar, pero se dieron cuenta y lo corrigió. Guille aparece de vez en cuando en la página y de refilón; a Leo lo graba de manera natural, pero trata en lo posible de tener horarios con él sin teléfono cerca. Incluso, ha llegado a pensar que, de tanto ser consciente de esto, ¡ahora lo graba y le toma fotos menos que cualquier mamá! “Es que es lindo tomarle fotos a tu hijo”, confiesa Maud. “Pero los hijos quieren nuestra atención, nos quieren a nosotros”. Por eso, detrás de la pantalla, para Maud siempre estará “la vida real”. Su familia, su casa. Incluso si eventualmente la cambia, o se mudan. Ya sabe cuál es el hogar al cual siempre llegar.

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