Poética del espacio

Fotos: Gerardo Chávez-Maza / Retratos: Sandra Heraud

Siempre dice que es trujillano, aunque haya nacido en Lima. Y es que la casa de su padre, en las afueras de la ciudad norteña, es la memoria de infancia de Gerardo Chávez-Maza. Una casa decorada con el arte, los artefactos y los “objetos exquisitos” de Gerardo Chávez padre; una edificación que representa, en sus detalles e interiorismo, la larga vida de uno de los artistas más importantes del país, y que para el hijo que lleva su nombre, es el lugar donde mejor puede comprender a su padre. Una casa en la campiña de Trujillo, que lo entregaba a la naturaleza cada vez que la visitaba.

Estudió Arquitectura y trabajó en un estudio, pero al poco tiempo quiso explorar algo más. Hizo una maestría de Curadoría de arte contemporáneo en Londres. Tenía 25 años cuando llegó, y Londres fue la universidad, las fiestas, el underground; fue encontrarse con la diversidad y sus subculturas. La experiencia le encantó, si bien no desarrolló un vínculo tan especial con la ciudad como el que tiene con París, donde su padre tiene un taller desde hace más de cincuenta años, y donde viven su hermano y sus sobrinas. Trujillo es la raíz y París es la luz, si bien Gerardo reconoce que la ciudad que él ha vivido no es la más profunda, sino aquella de callecitas angostas, fachadas neoclásicas y grandes jardines. Siempre puede regresar.

¿Y Lima? Lima le encanta. Volvió a fines del 2017. Siempre supo que regresaría. Se declara “un fan” de Lima, aún mirándola en toda su complejidad, asumiendo el privilegio de moverse en un circuito que no representa la realidad de todos los habitantes de esta complicada capital. Lo sabe y por eso siempre quiso regresar y hacer algo desde su nicho. Algo que genere un impacto, aunque sea a su alrededor.

Vive en este departamento del malecón desde el 2018. El lugar ha ido cambiando y eso es lo que le gusta. “A veces uno piensa que para empezar a habitar un espacio, este tiene que estar lleno de todo lo que sueñas, pero para mí se va construyendo poco a poco. Yo me fui comprando mis cachivaches, algunas obras, me llevé algo de la casa de mi papá, y así se fue generando el espacio con el tiempo. Eso es lo que le da alma. Los objetos encuentran su lugar y dialogan. Para mí, incluso los muebles pueden ser como personas que van encontrándose y van conviviendo, y eso genera diferentes atmósferas dentro de una misma casa”.

Cuando hace unos años se pretendió derrumbar “La máquina de arcilla”, la gran escultura pública de Emilio Rodríguez Larraín, debido a la visita del Papa Francisco a Trujillo, Gerardo fue uno de los que se presentó en el lugar para protestar. Ya habían derrumbado algún fragmento del monumento, y el curador levantó una piedra caída. Hoy, esta ocupa un lugar principal en su departamento, entre un gran cianotipo del mexicano Jorge Rosano y un dibujo de Macarena Rojas, sobre un mueble art déco que encontró en la Cachinita de Surquillo.

Esa piedra protagónica no tiene un valor económico, no es una pieza de arte en sí misma, pero fue parte (¿sigue siéndolo?) de un conjunto escultórico al pie del mar de Huanchaquito, y sin duda tiene una energía propia. “Son cosas que aparecen en tu vida y uno les otorga esa dimensión poética”, dice el curador. Todos tenemos ese tipo de objetos en nuestra vida que valen mucho, no por ellos mismos, sino por lo que significan para nosotros. No siempre les damos el lugar que merecen.

Gerardo recolecta piedras, cuarzos y troncos de sus viajes, de playas en las que ha estado, o de la calle misma. Le recuerdan a un momento único, a una amistad o al amor; se vuelven como amuletos, y por sus formas únicas los llama esculturas de la naturaleza. En su amplio departamento tiene también arte de reconocidos maestros como Roberto Matta y Jorge Eduardo Eielson, y de artistas peruanos jóvenes como Ignacio Noguerol, Aileen Gavonel, Javier Bravo de Rueda y Raura Oblitas, entre muchos otros. Obviamente, tiene piezas de su padre, Gerardo Chávez. El curador asegura que no percibe todo esto como una colección sino como una recolección de anécdotas. No son piezas aisladas, sino parte de un mismo universo.

Es un ser de mar. La vista del depa es un plus, Gerardo no cree que el espacio hubiera tenido este espíritu si no estuviera frente al mar. Si no fuera por esa luz que entra todo el día y que es plana, uniforme. Esa luz limeña de la que todo el mundo se queja y que Gerardo tanto agradece. De noche, sus piezas se iluminan de manera distinta, específica. La atmósfera es otra.

Reconoce mucha influencia de la misma arquitectura que lo acoge: del edificio de los años sesenta que fue uno de los primeros levantados en el malecón. Es una época y un estilo que le atraen mucho.

En cuanto al mobiliario, tiene una silla sesentera que le regalaron unos amigos muy queridos para inaugurar su depa; está puesta junto a otra mucho más solemne, una silla de iglesia, de inicios de la República, que heredó de su abuelo. Considera que ambas conviven muy bien confrontados en el tiempo. En el comedor tiene unas sillas vienesas que estaban en casa de su madre. Piezas como estas funcionan fácilmente con otras como la mesita hecha de tronco, un regalo de una de sus mejores amigas, hecha de un árbol que antes vivía en una de las calles del barrio que compartían.

De su padre heredó el sentido de la estética y la pasión por las cosas bellas. De su madre, la sicoanalista Bibiana Maza, heredó la curiosidad intelectual, la posibilidad de preguntarse y de experimentar, y de encontrar puentes entre las letras, el arte y el espacio. Además, ella constituye un ejemplo muy importante: su madre es fundadora de La casa de la familia, un espacio de terapia que beneficia a muchos padres e hijos que lo necesitan. Gerardo está determinado a lograr esa contribución social, de alguna manera.

Acaba de irse a Trujillo, donde pasará una temporada tratando de encaminar un proyecto de residencias artísticas para creadores emergentes. La descentralización del arte contemporáneo es una gran meta en un país con la vista corta. Su depa en Lima no permanece cerrado, ya que lo comparte con la fotógrafa Sandra Heraud: con ella ha tomado muchas de las decisiones del departamento, juntos cuidan a dos gatos y es en buena parte gracias a ella que Gerardo puede llamar a este lugar, su hogar. Y hoy lo deja. Su arte, sus piedras, sus troncos apoyados en la pared. Todo eso se queda. Seguro irá y vendrá muy a menudo, pero de todas formas esta mudanza le genera cierta ansiedad. Cuando eso ocurre, se repite que, a veces, para avanzar se tiene dejar ciertas cosas atrás.

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