Fotos: Camila Borge
Cuando Camila Borge sueña sobre su infancia en Nicaragua, vuelve a la casa en la que creció. Más precisamente, vuelve al jardín de esa casa: inmenso, frondoso, tanto ocultaba leones, tigres, y otros secretos salvajes. Todo siempre es más grande en nuestros sueños, sobre todo cuando esos sueños se mezclan con recuerdos. Cuando la fotógrafa ha vuelto al que fue su hogar en Managua, se ha encontrado con una casa desocupada y con un jardín mucho más pequeño que el de sus sueños. Pero si entrecerraba los ojos, aún podía verlo. Lo mismo le sucede en este departamento de Lima.
Perteneció a su abuela. A finales del noventa, ella compró dos departamentos en el mismo edificio, uno para su hijo y otro para su hija, la madre de Camila, que vivía con su familia en Nicaragua. Así que la abuela ocupó ese departamento mientras tanto. Cuando Camila y su mamá regresaron definitivamente a Lima, lo pusieron en alquiler. Recién hace poco más de un año, cuando a Camila le faltaba un mes para dar a luz, vino a vivir aquí con su novio, el percusionista Fernando Catter. Hace trece meses se les unió Martín, el hijo de ambos.





Su abuela murió mucho antes, cuando Camila tenía 12 años y aún vivía en Managua. Se llamaba Marcela y era una artista. Pintaba, aunque no profesionalmente. Fue ella quien talló pequeños huecos en la madera de la mesa del comedor y de las mesitas de apoyo, para que se parezcan a las repisas con las que recibió el departamento; fue ella quien recolectó las decenas de botellas de colores que hoy Camila tiene repartidos por el departamento. Marcela dibujó flores en una silla que pintó de rosa para mandársela a su su nieta en Nicaragua; esa silla ha regresado para alegrar la sala que hoy es de Camila y de su familia.
“Este departamento lo habito pero a la vez ocupa mi memoria. Es una sensación muy acogedora la que tengo aquí: he vivido en muchos lugares pero este es en el que mejor me he sentido. El depa era totalmente distinto: la decoración era muy diferente cuando mi abuela vivía acá. A veces lo veo y me cuesta visualizar cómo era antes, pero al mismo tiempo tengo tantos recuerdos bonitos… Cuando recién me mudé, a un mes de dar a luz, pensé que me iba a costar adecuarme, pero inmediatamente me sentí a gusto y cómoda”.
A su abuela la enamoraron la pared de ladrillos, el techo falso de madera y la chimenea. Este es el únido departamento del edificio que la tiene. Esos mismos elementos encantan a Camila. No tenía un plan para la decoración, solo empezó con el sofá celeste, y las butacas morada y amarilla porque le gustaron; la combinación de pasteles es diferente, y contrasta con los materiales clásicos del depa. Le da un espíritu ligero, alegre y joven. Cuando puso el jarrón violeta en medio de la sala, Camila se dio cuenta que le fascinaba cómo se veía todo, y continuó por ahí.



Remodeló por completo la cocina y los baños, pero buscó acabados con cierta onda retro y que no tengan una apariencia demasiado contemporánea, y dejó detalles originales, como el cristal troquelado que las puertas de los baños y los dormitorios tienen, que genera luces tenues y bonitas.
Los muebles del comedor, las lámparas de vidrio (unas son de Cuba y alguna es del Medio Oriente), muchos de los adornos, pertenecieron a su abuela. De ella y de su madre heredó el gusto por el color, que incluso aparece en su trabajo fotográfico. Camila no lo había notado, pero muchos describían sus fotos como “coloridas”. También heredó de estas mujeres su amor por los objetos bonitos, solo que no sufre de ese miedo al vacío que antes ocupaba cada lugar libre del departamento. Por ejemplo, la pared del ingreso, que tiene una textura, estaba completamente llena de cuadros: hoy, tiene uno solo, la fotografía de un caballo que la propia Camila tomó. Eventualmente se animará a colgar más fotos suyas.


Camila se trajo su cama de dos plazas desde Nicaragua. Si en la sala y el comedor dejó que los objetos mismos la guiaran, en su dormitorio pensó bastante. Quería un cuarto rosa. Quería que sea lindo. Ni ella ni Fernando tenían planeado hacer colecho; es más, el cuarto de Martín ya estaba listo. Pero cuando nació, Camila sintió que era lo más natural del mundo que durmiera con ella: su instinto le dijo que eso era lo que tenía que hacer, que eso le pedía su pequeña tribu; por la lactancia lo tenía pegadito a ella siempre, y no quiso que se vaya de su lado. Así que se deshizo de su cama y más bien buscó un colchón más grande, para que entren los tres cómodos, y lo puso directamente en el piso, para que Martín no pueda caerse.
Apenas el pequeño aprendió a pararse sacaron las mesas de noche también, para que no pueda hacerse daño, y colgaron repisas altas. La cama está pegada a la ventana y entra una luz preciosa, sobre todo por la tarde. Es en este lugar donde Camila suele hacerles fotos a Fernando y Martín.



Su abuela no dormía en el cuarto principal, sino en el que tenía mejor vista: desde la ventana se veía el mar. Los años han pasado y hoy varios edificios tapan el horizonte, pero la habitación sigue siendo especial. Aquí han montado el cuarto de Martín. Camila quería crear un espacio de sueños para él. De suaves colores, alegre: hace poco le ha añadido un tipi y banderines. Aunque Martín no duerme en su cuna sí juega mucho en su habitación y le encanta estar ahí. Camila lo arrullaba en la misma mecedora en que su madre la arrullaba a ella.
“Tengo vista a la calle, lo cual ha sido bravazo en la cuarentena: ver la calle nos ayuda con la salud mental. En estos meses he pensado bastante en el increíble regalo que es este depa. He pensado que felizmente estamos aquí, y que además de tener una casa y comida, poder disfrutarla es obviamente un privilegio. Porque estoy en un lugar que de por sí me hace sentir bien. De mi vida en Nicaragua extraño mucho el jardín, la naturaleza, y pienso que es algo que me gustaría que Martín tenga. No me gusta la idea de que él crezca en Lima, es una ciudad que amo y que odio. Siempre hacemos planes de mudarnos, pero luego me da demasiada pena dejar este depa”.


Uno de los proyectos fotográficos personales de Camila tiene que ver con una nueva paternidad. Se propuso captar ese vínculo paterno, que para ella puede ser tan fuerte como el de la madre: Fernando encarna la figura de ese padre que no “ayuda” a la mamá, sino que participa en la crianza de su hijo. La cuarentena la ha ayudado a desarrollar ese proyecto, pero no se acaba aquí, ni ahora. Es un trabajo a largo plazo. Su cámara acompañará a Martín, a medida que crezca. Vivan donde vivan, esa será su herencia.