Fotos: Edson Chacón Huari
Siempre veía pintar a su papá. En su casa, los fines de semana, y en su taller que quedaba en el centro de Cusco. Edson Chacón Huari creció en una familia muy dedicada al turismo: su padre es un paisajista –un muy buen paisajista, recalca el hijo–, que hacía cuadros sobre todo con el fin de venderlos a turistas. Verlo pintar se volvió parte de la rutina de Edson, sus óleos y materiales estuvieron en su día a día durante muchos años. Fue por eso que, cuando estaba en cuarto o quinto de secundaria y llegó el momento de preguntarse qué haría después, estudiar arte le pareció algo natural.
Irónicamente, sus papás se opusieron. Aunque, pensándolo bien, no hay ironía en temer que tu hijo pase por dificultades que has sufrido en carne propia. No, sus papás querían una vida más segura, más tranquila para Edson. Así que lo animaron a postular a la facultad de Administración. Duró un año antes de retirarse e inscribirse en talleres libres de arte. Se dio tres meses para probar y definir si esa podía ser su vida, o si volvía a la facultad. A inicios del 2009 postuló a la escuela de Bellas Artes en Cusco, e ingresó en el primer lugar.



Edson ha vuelto a la casa de sus padres. Ha pasado toda la cuarentena con ellos y con su novia. La joven pareja tiene un departamento, pero está vacío y aún tienen que implementarlo: mudarse solos por el momento es imposible. En estos meses, más bien, han debido hacerse un lugar en la casa familiar que queda en el barrio de Villa María. Aquí pasó Edson toda su infancia y juventud.
En la primera planta de la casa tenían una gran habitación que usaban como depósito: Edson limpió el lugar; sus padres aprovecharon para deshacerse de lo que ya no les servía, y el artista incluso se quedó con algunos objetos para intervenirlos. En este ambiente ha montado su taller de pintura, aquí es donde hace sus óleos en mediano y gran formato. Para pintar, Edson necesita alejarse mentalmente de su entorno: prende la música, se pone audífonos, y se pierde en esos escenarios surrealistas, oníricos, que tanto persigue con su pincel.


En la segunda planta de la casa está su estudio, el mismo que usaba cuando era estudiante. En ese entonces, pegaba dibujos y pinturas en las paredes, muchas veces con grapas. Ese mismo cuarto le sirve ahora como escritorio para investigar y dibujar, y también como rincón de lectura. La ventana mira desde arriba el centro de la ciudad, la vista es impresionante, sobre todo mientras amanece. Muchas veces Edson garabatea frente al cristal, otras veces solo observa.
Tiene una colección de arte y juguetes artísticos que ha armado con obras de amigos y piezas que ha encontrado en viajes. Le gusta cualquier tipo de arte, incluso el que se aleja de su propio estilo: abstractos, realistas, lo que le importa es que le atraiga y tener un tiempo para conversar con su autor, que le explique sobre su trabajo y le cuente cómo logra vivir del arte. A Edson le consta que es difícil, sus papás ya se lo habían advertido.
Si le preguntan por sus referentes, mencionará a Luis Palao, incluso a Caravaggio, pero empezará siempre por su padre, Miguel Chacón. Desde que terminó la carrera artística y fue participando en concursos y exponiendo (a comienzos de marzo pasado inauguró una muestra en Bangkok, Tailandia, por ejemplo), sus padres han ido tranquilizando sus preocupaciones. Su papá sigue pintando. Como su taller estaba fuera de la casa, renegaba mucho cuando comenzó la cuarentena porque no podría pintar todos los días, como es su costumbre: Edson lo ayudó a instalar un taller provisional, y así los dos se han acompañado (cada uno desde su espacio) durante el confinamiento.




Edson también mantiene un espacio fuera de casa, una especie de pequeña galería de arte que está a cuadra y media de la Plaza de Armas. Quiso que sea un lugar distinto, y funciona como un workshop en el que él va trabajando y la gente puede verlo pintar, y acercarse a otra obra expuesta. También recibe la obra de otros artistas emergentes cusqueños. Entiende la riqueza de compartir los espacios.