Fotos: Valeria Chávez
Todos tenemos esa imagen. Si cerramos los ojos y volvemos a ella, nos vemos en ese lugar soñado, basado en aquello que quizá nos hizo falta, en un ideal, en una fantasía. En el caso de la fotógrafa Valeria Chávez, esa imagen era una casita antigua en Barranco. Se veía en ella, pero nunca había vivido en ese distrito, ni había crecido con “vida de barrio”: de hecho, la mayoría de sus amigos vivían lejísimos de ella, que estuvo en La Molina hasta casarse. Luego de eso, Valeria buscó tímidamente cada cierto tiempo, una casa que se pareciera a la de sus sueños, pero no encontró muchas opciones y las que existían eran impagables.
Nadie puede quedarse estancado en un deseo, al menos no Valeria: años después, ella y su esposo, el fotógrafo Joshua Day, vivían con sus dos hijas en un departamento frente a un parque y estaban contentos. Entonces, se enteraron que una familia amiga se iba de Perú y dejaba su maravillosa casita barranquina: para ese momento ya no estaba entre sus planes mudarse, pero Valeria no pudo evitar recordar que cada vez que llegaba de visita se decía: “Wow, esta es la casa de mis sueños”, aunque nunca lo hizo en voz alta, por vergüenza.
Había mucha gente detrás de esa casa, pero finalmente Valeria y Joshua se quedaron con ella. El cariño que sintieron desde un inicio no fue solo debido al antiguo anhelo cumplido: también a la bonita relación con la familia que la traspasaba y a la energía que dejaron. Tomar posesión de la casa fue un proceso muy especial para todos.



Llegaron con sus muebles, pero de la casa antigua pidieron quedarse con el comedor –un robusto tablero con bancas como las de parque, en madera wash–, que es hoy el punto de encuentro y el corazón de la vida cotidiana. Otra herencia muy importante es la frondosa vegetación que recibieron. Ellos agregaron algunas macetas para el interior, pero se han ocupado con el mismo esmero de los árboles y plantas de hojas grandes que ya habitaban las terrazas y los distintos ambientes. Valeria siente que, al hacerlo, al tomar con agradecimiento la posta, se han hecho parte de la historia de la casa. La vida sigue a través de ellos.
La construcción original es de comienzos de 1900 y fue remodelada por el arquitecto Emilio Soyer, uno de los principales defensores del Barranco tradicional. No existen planos de luz ni agua, y cuando han necesitado una intervención la han hecho a ciegas. Sin embargo, lo que sí se ve con gran claridad desde la terraza del tercer piso, es el paisaje de balneario antiguo que tanto alucina a Valeria. Adentro, la casa está llena de detalles que la hacen única, como el piso de terrazo con diseño de rombos, y los árboles que enmarcan la mampara de vidrio que saluda a quien cruza el portón.





Valeria y Joshua corren tabla y tienen una relación importante con el mar. Desde que se mudaron a Barranco su rutina ha cambiado: ahora Joshua se pone el wetsuit en la casa, baja a pie cargando su tabla, y luego regresa mojado directo a la ducha. Una tarde cualquiera de esas que tienen luz bonita, se va con sus hijas Amelie y Naomi por la Bajada de Baños para ver el mar. Ni siquiera agarra el carro. No lo pensaron antes de llegar, pero aquí se han dado cuenta que, por primera vez, la playa ha podido ser parte de su estilo de vida todo el año.
El espacio en sí no es tan grande, pero tiene tres plantas, y buena altura de piso a techo. En la sala, Valeria ha puesto un par de butacas que fueron de su abuela (afuera, en el patio, están las sillas de estilo colonial que también heredó de ella y que tienen más de cien años). Consiguieron un aparador para la sala que al final se ha convertido en el librero de Joshua, que es muy aficionado a la lectura. Valeria también aprecia los libros como objetos decorativos, porque hacen más cálido cualquier ambiente.
Solo tienen una pieza de arte suya: es la gran foto circular que está colgada en el ingreso. Es parte de la serie “Perspectivas planetarias” que Joshua tomó y Valeria editó. No tienen más en casa porque no les gusta “ser tan empalagosos” con sus propias fotos.





Desde hace años toman fotos de eventos como la dupla Valeria + Joshua. Siempre les preguntan cómo hacen para superar los retos de trabajar y vivir juntos. Por supuesto, no fue fácil y menos al inicio. Para Valeria es esencial no repetir en el trabajo los roles de la casa. Los dos tienden a querer liderar los proyectos y eso se traslada a cada aspecto de su vida en común: ella se acuerda con risa (ahora, porque en su momento no fue tan gracioso) que tenía mil planes para decorar el primer depa en el que vivieron, y se encontró con que Joshua también quería participar en el diseño del interiorismo, algo con lo que Valeria no contaba. Desde un inicio, aprendieron a convivir con sus gustos y estilos, y han debido tomar decisiones juntos: sobre el hogar, sobre sus hijas, sobre el estudio fotográfico. Armar una casa en equipo les ha ayudado a trabajar juntos, eso sin duda.
La pandemia ha sido fuerte. Cambió su perspectiva laboral de la noche a la mañana. Les estaba yendo muy bien, se sentían muy agradecidos por todos los encargos y surgían oportunidades sorprendentes, ¡como ser los fotógrafos de la boda de Oreja Flores! Antes habían hecho mucha foto comercial y de moda, pero pronto los matrimonios llenaron su agenda del año. Se dieron cuenta de que era el trabajo más gratificante que habían tenido. Y de pronto, el tren se frenó. Los primeros dos meses de la cuarentena se sintieron muy decaídos. Pero trataron de apelar a la creatividad: Valeria decidió regresar a sus raíces en el Diseño gráfico y la Publicidad y fundó Trinidad digital, una agencia de contenido para redes orientada a emprendedores. Su casa le ha servido como escenario para varias sesiones fotográficas en las últimas semanas.



“Siempre me faltaba tiempo para estar más en casa. Estábamos enamorados de ella, pero nunca estábamos en ella. Durante la cuarentena la hemos valorado muchísimo: esta casa es un oasis y estamos 100% agradecidos. Hemos aprovechado para repensar algunos ambientes. No quería usar el comedor para trabajar porque me encanta que sea para comer y para cocinar: aquí hacemos pizzas y galletas. Así que, en el espacio de mi dormitorio que uso para meditar y hacer yoga, estoy poniendo un escritorio: voy a poder abrir el balcón y trabajar con esa vista. Joshua se ha montado una especie de cuarto de estudio, ha estado haciendo un diplomado online de Filosofía en Oxford, le encanta estudiar. La terraza del tercer piso no está completamente implementada, pero la hemos vivido mucho: compramos una piscina inflable y ha sido buenazo; acá nos la pasamos los cuatro, y nuestras perritas Luna y Lulú, que son superimportantes en la dinámica familiar. Fue el escape dentro de la casa”.
El sueño de Valeria no siempre fue el mismo. En un inicio tenía esa imagen romántica y lejana de una casita luminosa en un barrio pintoresco. Pero cuando ya estaban Amelie y Naomi, la imagen se amplió mucho más, y tenía que ver con la constitución de una vida simple, con amigos del barrio, con las tiendas y los personajes de la cuadra; una vida con muchas caminatas, rodeadas de personas y estímulos diversos, de música y de arte. Valeria se va con sus hijas al Puente de los Suspiros; por las mañanas esperan con ansias la llamada del frutero, que pasa en su carretilla. Y el mar cerca, que les ha abierto el horizonte. Son pequeños detalles que se han vuelto parte de su vida aquí y que, simplemente, los hacen más felices. Esta casa es más de lo que pudieron soñar.