Energía femenina

Fotos: Celia D. Luna

Se llama Celia Daria Sánchez, pero sus proyectos artísticos los firma como Celia D. Luna. Siempre le pareció un nombre lindo y por eso, cuando tuvo a su hija, le puso así también. Luna. El nombre va con Celia porque remite a esa energía femenina, mística, emotiva, que envuelve al volcánico satélite de la Tierra; una energía que ella quiere convocar con sus fotografías y con su forma de vivir.

Celia nació en Ayacucho y ahí vivió 14 años. Su mamá era soltera y fueron siempre las dos para todo y contra todo. A comienzos de los noventa su madre perdió el trabajo y decidió migrar a Estados Unidos con su hija adolescente. Antes de viajar a Miami, su próximo destino, Celia estaba entusiasmada por aprender inglés, y se imaginaba solo lo que había visto en las películas: palmeras y playas. Pero también estaba triste por dejar a sus amigos, su familia y su hogar.

Su llegada fue un shock. Todo era diferente. Hasta el olor de la ciudad tenía una mezcla picante y dulzona que Celia identificó con el olor de los Doritos, la primera vez que los probó. Fue difícil tener 14 años en un país nuevo, en una realidad tan distinta, sin saber el idioma, y justo en una edad en la que solo quieres encajar. Celia se angustiaba por el qué dirán, se preguntaba qué hacía ahí y muchas veces quiso volver a Perú. Otra chica peruana que iba a su colegio se burló cuando Celia explicó que era de Ayacucho, y desde entonces sintió vergüenza de contar de dónde era. Hoy, más de veinte años después, es comprensiva con la adolescente insegura que fue. Sus raíces tienen mucho que ver con su trabajo; en sus fotografías, los colores de su infancia se encuentran con los colores de su vida en una Miami diversa y multicultural. Ambos son lugares muy vibrantes, de diferente manera.

“Mi recuerdo de Ayacucho es muy, muy feliz. Vivíamos solas, mi mamá y yo, y yo siempre estaba con ella. Mi mamá trabajaba muchísimo para darme lo que quería y quizás yo no lo apreciaba lo suficiente. Ella trabajaba en una institución de turismo, así que me llevaba a muchos pueblitos y me encantaba viajar con ella. Vi los paisajes y conocí cómo vivía la gente. Cuando llegamos aquí, partimos de cero: tenía unas tías aquí y vivimos con ellas un tiempo. Fue difícil ver a mi mamá volviendo a empezar, después de haber llegado a ser jefa en Ayacucho, aquí en Miami trabajaba cuidando bebés. Fue mucho lo que tuvimos que batallar las dos”.

Cuando Celia tenía 17, su mamá fue diagnosticada con cáncer de mama. Acompañarla en su proceso de recuperación fue impactante. Algún tiempo después, su abuela murió en Perú y no pudieron viajar a despedirse porque sus papeles no estaban listos. Estar lejos nunca fue fácil. Celia fue a la universidad y estudió Diseño Gráfico. Le encantaba lo que hacía, pero empezó a sentirse estancada en la agencia en la que trabajaba. La crisis económica del 2008 la dejó sin empleo. Empezar de cero era algo que Celia sabía hacer. Fue entonces que descubrió la fotografía.

Llegó junto a su esposo y su pequeña hija, hace seis años, a una encantadora casita de los años treinta en el barrio Little Havana. Querían empezar una nueva vida, tener un lugar donde pudieran estar juntos los tres y crecer. Celia y su esposo trabajaban desde casa, así que necesitaban un lugar cómodo y acogedor. Los planes no siempre salen como uno los imagina: cuando se divorciaron, Celia y su hija se quedaron solas en esa casa que habían imaginado para ser una familia. Entonces, la madre de Celia se mudó con ellas para completar el círculo. Celia se dio cuenta de que esa era su oportunidad para renovarse de verdad. Para ser ella misma. Rehízo la casa: ella y su hija cambiaron de dormitorios, para sentir que empezaban un nuevo capítulo. Y desde entonces, se dedicó de lleno a la fotografía.

“Queremos mucho a nuestra casita de la Little Havana. Este es un lugar muy peculiar en Miami. Este barrio de verdad es una pequeña Habana, tiene mucha influencia de la isla, pero también de México… Hay gallos caminando por todos lados, es muy colorida; hay bares abiertos con mucha música… Me encanta caminar por aquí. Y estoy a media cuadra de toda la acción”.

Hay un camino que se debe transitar para encontrarse uno mismo. Muchas veces ese viaje es literal, como en el caso de tantas personas que buscan mejores horizontes. Casi siempre es un recorrido interno de dudas, de vivencias, de años. A Celia, el color de su infancia no la ha dejado. Estar rodeada de color es importante para ella, y las paletas responden a su intuición. La colección de objetos que tiene en su casa la armó con el tiempo. En sus viajes de visita a Perú ha encontrado chullos, sombreros típicos, cortinas con pompones, telas y espejos, con los que adorna su casa y le da un sentido único a su forma de habitarla. Cuando estás fuera de Perú lo extrañas mucho, asegura, y todas esas artesanías le recuerdan momentos felices. En su último viaje, en enero pasado, halló un retablo de un estilo nuevo que nunca había visto y se enamoró. Fue en este viaje que se reencontró con su padre y han vuelto a tener una relación, después de tantos años.

Todos le dicen que su casa tiene buena energía. A ella le sorprende gratamente que sus visitas entren, se saquen los zapatos y se recuesten en el sofá con confianza. Le da gusto que se sientan tan cómodos. Tiene algunas piezas vintage y otras de aires retro, como la mesa de centro de la sala que les dejó el dueño anterior, y que han llenado con libros e instrumentos musicales.

El comedor, que es minimal y sencillo, tiene unas sillas de líneas sutiles que son plegables y por eso muy prácticas, ya que Celia desarma el comedor y baja los rollos de backings que tiene montados, cuando necesita un estudio en casa. Las cortinas hacen una luz muy bonita, que refleja a través de los bordados de la tela. Le encanta los detalles: aprendió a notarlos gracias a los viajes que hacía con su madre, en los que conoció a muchos artesanos y al valor de su trabajo a mano. No sabe quién hizo la foto que corona el comedor, pero le gustó la suavidad de la imagen. Sobre la chimenea, en cambio, tiene una pieza cuya autoría es muy especial: es una foto de unas mujeres en la India, y se la regaló la fotógrafa y maestra de yoga y meditación Noelia Madiedo, espontáneamente, apenas Celia le dijo que le encantaba. Es un símbolo de generosidad.

Su espacio de meditación ha sido su último proyecto en casa. Lo ha armado en el patio, sobre el pequeño porche. Esta lleno de flores y tiene un tul que la protege de los mosquitos mientras cierra los ojos y se concentra. Hace unos años no hubiera considerado necesario tener este espacio; para ella, significa una evolución.

Siempre se ha sentido muy inspirada por las mujeres y preguntarse cómo mostrarlas es importante en su fotografía. Sus proyectos artísticos hablan de diversidad, de naturaleza y del poder femenino. En su trabajo comercial, trata de asociarse con marcas que sean sostenibles y socialmente conscientes, y “tiene la dicha” de trabajar con mujeres que piensan así. Retratar el camino que está detrás de cada mujer (esos distintos lugares desde donde han llegado), es muy importante para Celia.

Luna ya tiene 15 años. Hasta hace un tiempo, dejaba que su mamá decore su dormitorio con luces, colores y adornos. Hasta que llegó el momento en que quiso hacerlo como quería. Luna es más minimalista, solo necesita un proyector para ver películas, un lugar para su skate y pegar en la pared todo aquello que le interesa. Es curioso, con apenas 15 años, Luna ha viajado a Perú más que la propia Celia: va con su abuela, a la que siempre quiere acompañar. Una de las tías que la alojaron cuando llegó a Miami es profesora de bailes folclóricos peruanos y Luna es parte de su agrupación. Baila marinera y huaylas, y a veces pasa zapateando por la casa. Celia se muere de la risa al verla.

Piensa en su aprendizaje por haber crecido con una mamá soltera: su visión sobre feminidad y fortaleza tienen todo que ver con esa experiencia. Su madre hizo todo sola, y la engrió a más no poder. Celia quiso que Luna sea más independiente, que desde un inicio se valga por sí misma. Y que encuentre, desde niña, su voz y su mirada como mujer en esta casa y en este mundo.

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