El lenguaje del color

Fotos: Sandra Weil

Lleva catorce años viviendo fuera de Lima. Suena casi increíble. Casi, porque si lo piensa bien, Sandra Weil no puede sorprenderse tanto: ella no estaba segura de que volvería a Perú cuando se fue a Barcelona a estudiar. Se había graduado en Diseño gráfico y viajó para especializarse en Moda y Alta costura: se fue con la mente abierta, dispuesta a abrazar lo que el camino dispusiera. Siempre le ha entusiasmado el cambio. No tenía ideas concretas de lo que quería lograr, ni planes que la hubieran mantenido en una sola ruta; por el contrario, su espíritu aventurero se propuso fluir. En Barcelona se enamoró del arquitecto mexicano Santiago Rionda, hicieron planes para vivir en Nueva York, y acabaron aterrizando en Ciudad de México, donde Sandra ha pasado los últimos doce años.

La recibió un México ecléctico. Con una arquitectura modernista y de los años sesenta; con casas coloniales en zonas más antiguas y también paisajes de rascacielos y edificios corporativos. Encontró un poco de todo, en un lugar cuya historia está repartida por toda la ciudad. Sin embargo, hace una década la industria del diseño no era lo que Sandra esperaba. La ropa, la decoración y el diseño industrial seguían mirando mucho lo que se hacía en Estados Unidos. Así que ella se enorgullece de pertenecer a esa generación de diseñadores que trabajaron para que el público consuma creatividad local, con la certeza de que había calidad, y con las ganas no solo de hacer productos sino también de hacer empresa. Hoy, la peruana es una de las favoritas de la Mercedes Benz Fashion Week Mexico City.

Creció en una casa que alentaba la creatividad y la belleza. Su abuela, Sima Napadenschi, tenía un taller de alta costura en San Isidro. Sandra recuerda las tardes en su atelier, jugando a vestirse con las telas que llegaban de Brasil, Italia y Argentina, y con la ropa que su abuela diseñaba. También recuerda escuchar algún ruido por la noche y ver a su madre, Jessica Weil, arquitecta e interiorista, moviendo un sofá de un lado al otro del salón. Cada cierto tiempo su casa cambiaba. Sus cuartos de niña y adolescente siempre tenían colores inesperados; su casa se veía muy distinta a otras, no se parecía a lo que todos relacionaban con elegante o apropiado, más bien era única. Y esa relación con la forma y el color como expresión de libertad, Sandra la entendió muy bien y muy pronto.

En CDMX se instalaron en la colonia Polanco, donde podían hacer vida de barrio y caminar a la librería, a la lavandería, al café, y donde muchos expatriados como Sandra vivían. Aquel depa era chiquito y oscuro, pero estaba en un pasaje en el centro mismo del barrio. Cuando pudieron, se mudaron a un depa más grande pero dentro de Polanco. Su primer taller, Sandra lo instaló en el dormitorio de servicio; luego se juntó con unas amigas para abrir un showroom juntas a pocas calles. Finalmente, en el 2014 abrió su emblemática tienda de Polanco. Todo había encajado perfectamente para Sandra y ella sintió que no iba a querer moverse de ahí nunca. Pero sus hijos llegaron para recordarle que la evolución está en su naturaleza.

Ya con Luca (hoy de 6) y Nina (de 4), estiraron el depa lo más que pudieron: era un edificio lindo de los años sesenta, pero no tenía ascensor, ni lavandería, y cada vez les faltaba más espacio. A Sandra le costó irse de Polanzo porque no quería perder ese estilo de vida, pero un poco más allá, en colonia Virreyes, a pocas cuadras del bosque de Chapultepec, encontraron una casita antigua. La construcción de los años cincuenta estaba muy maltratada, pero la zona es “céntrica y bendecida”, dice Sandra: “tienes un poquito de todo lo que al menos para nosotros es importante, comercios, barrio. No nos podríamos ir a un suburbio nunca”. Vieron la casa «con ojos de amor» y con ganas de remodelarla de a pocos.

“No la íbamos a tirar y a hacer toda de nuevo, y la remodelación es un proyecto que aún no se ha podido realizar. Entonces hemos querido arreglarla de manera inteligente, con los recursos más básicos, para darle la vuelta a la casa y pimpearla. Por eso la hemos pensado en colores, la llenamos de plantas, y claro, haciéndola más divertida con la decoración. Yo soy la más aventada con los colores y también la que está mas pendiente, pero a Santiago le encanta opinar, es muy estético y con opiniones fijas de lo que le gusta y lo que no. Entonces a veces nos la hemos pasado en discusiones eternas tratando de convencernos el uno al otro”.

Llegaron con algunos de los muebles y otros son piezas vintage que les encanta comprar. La mesa de mármol del comedor, por ejemplo, es restaurada y en el mismo ambiente han colocado una una credenza de Van Beuren. Sobre ella, cuelga una obra de Adriana Ciudad, pintora peruana que vive en Bogotá. De hecho, muchas de las piezas que tienen en casa son de artistas peruanos, como Diego Lama y Ana Cecilia Farah.

La sala es el corazón vibrante de la casa. Compraron un sofá antiguo en un mercado de pulgas, lo rescataron y retapizaron con terciopelo verde; el mueble rosa lo mandaron a hacer, junto con los cojines redondos de estilo retro. Las alfombras de Medio Oriente y los kilim los han ido juntando. Sandra es atrevida pero se da la oportunidad de recular, como le pasó con el color rosa pálido con el que había pintado inicialmente el salón, que luego se convirtió en un melón que ha encendido el ambiente. Como el techo es bajo y por momentos no entra mucha luz, pusieron el espejo grande para que maximice todo. La mesa de centro es de una sola pieza de madera y la diseñó Santiago. Hace mucho frío aquí abajo porque el ambiente de al patio, pero la chimenea funciona y en el invierno la viven mucho. Por las noches, poner la leña y sentarse en las butacas frente al fuego es un plansazo.

Sandra considera mucho lo que Luca y Nina quieren para sus espacios. La cuarentena le ha hecho notar que es momento de actualizar sus habitaciones y hacerlas más de niños y no tan de bebés. Le encanta ver cómo juegan y las decisiones que toman: de pronto deciden mudarse los dos a un mismo cuarto y van mudando y organizando sus cosas. Salen y regresan del patio y juegan bajo la sombra del maravilloso árbol. Nina es muy sensible y no podía dormir bien hasta que no probaron acomodando su cama de distintas maneras… Y es que la casa es determinante en las dinámicas de la familia; Sandra no sabía cuánto hasta que empezó la cuarentena y, sin poder salir, se vio absolutamente reflejada en este lugar.

“La cuarentena en México ha sido sugerida, pero con mi familia y mi oficina la hemos hecho rigurosa. Y me he hallado aquí, en la casa. Decorarla ha sido un proceso más largo de lo que yo había querido, porque yo quería tronar los dedos y que todo esté fantástico, y no ha sido así. La hemos ido armando según como hemos podido económicamente y también de acuerdo a lo que nos hemos encontrado. No es cuestión de ir a una tienda y ahí comprar todo, porque nos interesan los objetos que nos vayan hablando. Hemos querido darle calor a través de colores y mezclas, y mira: llegado este momento la he visto bastante completa. Y me siento afortunada y agradecida. Me encuentro pensando que es una maravilla, una suerte haber encontrado esta casita”.

Estas semanas ha trabajado desde casa. Ha filmado un video sobre la marca con ayuda de Santiago, y en lugar de hacer fotos con modelos decidió probarse ella misma su última colección para tener material que subir a redes. Su equipo quería que haga TikToks, “pero como no entendí un pepino de cómo funcionaba, me dijeron bueno no importa, tómate fotos”, se ríe Sandra. El vestidor es amplio y ha podido colgar sus colecciones de sombreros y accesorios que en otros depas se guardaban en cajones. Estas semanas ha sido como jugar nuevamente a vestirse frente a los espejos del atelier de su abuela. Y la propia diseñadora ha descubierto nuevas formas de combinar sus piezas. Nuevas formas de seguir expresándose, porque la libertad también es un estado mental que, en el caso de Sandra, se siente como una explosión de color.

A %d blogueros les gusta esto: