Fotos: Cindy Valdez
Hace diez años, Cindy Valdez cursaba el tercer semestre de Estudios Generales previos a la Facultad de Arte, cuando se despertó una mañana sacudida por un impulso: la necesidad de irse. Ese impulso la sacó de la cama, de la universidad y del país. En aquel momento no sabía adónde quería ir ni qué haría, y sus padres no podían pagarle la aventura. Cindy buscó alternativas y encontró la posibilidad de ir a Alemania contratada como au pair, una persona (generalmente una chica joven) que es alojada por una familia en el extranjero para cuidar a sus hijos. Se inscribió en un programa que encontró para ella una familia en Berlín: casualmente, ella tenía unos primos viviendo allá. Así que se fue.
Se llevó muy bien con la familia, sentía que los conocía de toda la vida. Es una pareja joven: la mamá es española y el papá, alemán, lo hablaba también. Ellos la incitaban a salir los fines de semana, a conocer la ciudad, a ir a bares. Cindy no sabía alemán, lo aprendió ese primer año (y siguió aprendiendo mucho tiempo después). En la calle todos pasaban de largo con cara de que no tenían tiempo para responder preguntas. Hace diez años no se usaban los smartphones, Cindy se movía con un mapa y se perdía un montón. Pero también se encontraba con calles y lugares especiales. Fue así como llegó a la hermosa fachada neobarroca de un edificio empezado en 1898 y terminado en 1902. Al entrar pensó que estaba en un museo. En realidad, se trataba de la Universidad de las Artes de Berlín, la UdK.



Entrar era complicadísimo, se lo advirtió la familia con la que vivía y todas las personas que había conocido. De mil postulantes ingresaban quince. Pero Cindy no escuchó las advertencias ni las cifras: a veces es bueno ser terca. Había cumplido un año como au pair y estaba lista para seguir adelante. Se mudó a un piso compartido con unos amigos, consiguió un trabajo como mesera en un hotel y por las tardes estudiaba alemán. Por las noches, ya en casa, preparaba un portafolio artístico, algo que nunca había hecho. Se preparó por seis meses. El día de la revisión de portafolio, Cindy rogaba para que no le pregunten sobre teoría, estilos o diseñadores: ella no sabía de historia del arte y durante seis meses de intenso trabajo no había tenido tiempo de investigar más o de encontrar a alguien que la guía. Ella hacía lo que le gustaba, lo que entendía, seguía su intuición. Durante el examen, los profesores se interesaron mucho por su trabajo, por sus referencias y por su vida. Ingresó a la carrera de Diseño Industrial.
“Es una universidad muy libre, tú haces lo que quieres hacer: experimentas con formas y materiales, lo que tiene sentido porque es con lo que vas a trabajar. A mí me gustó que los profesores no estén detrás de ti, porque siempre me ha gustado hacer lo que quiero sin dar mayores explicaciones”. Cindy se ríe.
La carrera dura cuatro años, al cabo de los cuales entró a practicar a Cucula, una asociación para refugiados que trabajaba con jóvenes africanos a quienes enseñaban diseño con madera. El programa contemplaba que los chicos beneficiados estudiaran este oficio, que al hacerlo se integraran mejor a la sociedad, y luego tuvieran una herramienta que les diera calidad de vida. Para Cindy esta fue una experiencia alucinante. Se dio cuenta que no sabía nada, y se dispuso a aprender. Hizo de todo: desde ayudar a organizar crowdfunding, o la recolección de los fondos, hasta acompañar a los jóvenes migrantes al doctor, o ayudarlos con el idioma y con la nueva idiosincrasia. Las piezas que hacían eran muy bonitas y también se entrenó en diseño, pero la parte humana, lo que compartían en el taller y en las comidas juntos, la movió mucho. Entender que el diseño no solo genera un objeto, sino que alimenta una vida, hizo que viera el quehacer con otros ojos. Se prometió que sea lo que sea que hiciera en adelante, debía tener un sentido.



Hasta ese momento, Cindy perseguía la libertad creativa, movida por un ánimo inquieto y por una valentía que la había llevado adonde estaba. Pero luego de su trabajo con los refugiados y de otras experiencias, como practicar en el estudio de Sebastián Herkner (Diseñador Revelación de 2011 en Alemania, y Diseñador del Año en Maison & Objet de 2019), comprendió que sus creaciones debían responder a algo más que un capricho, las ganas o el simple gusto.
Postuló a un máster en la Escuela de Arte Weissesse para especializarse en cerámica. La escuela pone a disposición espacios de trabajo, pero ella sentía que necesitaba algo propio, no un lugar compartido por tantos estudiantes que entraban, salían y conversaban a su alrededor. Siguiendo un anuncio, llegó en diciembre pasado a un espacio en alquiler en una antigua fábrica de cerveza que hoy albergaba ateliers, boutiques y oficinas. Cindy se maravilló ante el hermoso edificio de 1863 que había resistido dos guerras mundiales, y ante la posibilidad de ocupar un pedacito de un lugar que es patrimonio cultural de la ciudad, en medio del animado y multicultural barrio de Kreuzberg, con sus cafés, tienditas y parques. ¿Realmente podía tener tanta suerte?




Cindy se instaló de a pocos y fue apareciendo una casa taller. Aunque ella vive con su novio en un depa que está a quince minutos en bicicleta, trajo un sofá cama aquí pues muchas veces se queda hasta la madrugada trabajando. Al principio fue un poco raro, pero rápidamente superó el miedo a quedarse sola: el taller tiene un lindo ambiente, la luz es apacible y hay unos pajaritos que han hecho su nido entre las vigas de la antigua construcción, así que Cindy se levanta con sus cantos. Tiene un perchero y algunas piezas de ropa además de su pijama, y en la pequeña cocina procura que haya siempre mucha comida, porque nunca se sabe. Cuando empieza a trabajar, no quiere salir de ahí.
Se iba a graduar en abril, pero la ceremonia se ha trasladado a octubre. Apenas empezó la crisis todo se detuvo: la universidad, las exposiciones, los proyectos laborales. Y ella con este espacio alquilado. Se asustó. Pero después de un par de semanas el clima empezó a cambiar en Berlín, salió el sol. Y Cindy se dijo: “No estás perdida, no estas en nada, muévete”. Mirando a su alrededor, se repetía: “Esto es lo que tienes, hay que seguir adelante”. Su plan inmediato es terminar la tesis, la investigación de barro e impresión 3d y la obra que le falta, para octubre. A la par está empezando a diseñar una línea más comercial, pensando en vender. Antes solo imaginaba objetos artísticos, pero sabe que los tiempos han cambiado. Ahora le toca imaginarse a sus piezas fuera del taller y dentro de las casas de otras personas.




Los primeros años, luego de dejar Perú, estuvo muy desconectada de su país porque tenía demasiadas cosas nuevas que aprender. Recién volvió de visita a Lima cinco años después de haberse ido. Muchos de los amigos del colegio, de la universidad y de la vida también habían partido, o estaban en otra. En los años sucesivos fue incorporando su bagaje cultural y experiencia como peruana en su práctica artística, sobre todo desde que emprendió la cerámica, una manifestación tan conectada con la tierra peruana. En 2018 viajó a Perú nuevamente para conocer de cerca el trabajo del chef Virgilio Martínez y Central en Mater Iniciativa, en Cusco, un proyecto que relaciona el conocimiento de alimentos, naturaleza, sabuduría ancestral y paisaje. Estuvo algo más de un mes viviendo en una comunidad en Maras. Su tesis se basa en la biodiversidad peruana.




Tiene dos buenos amigos turcos en Berlín, el arquitecto Yelta Kom y la brand designer Elif Çak, que también necesitaban un lugar para trabajar, así que les propuso compartir el estudio con ella. Ellos no suelen quedarse a dormir, solo usan el espacio como oficina, pero se han acompañado mucho en estas semanas, sobre todo ante la incertidumbre del futuro. Por eso han decidido unirse oficialmente y formar un estudio. Quieren hacer diferentes cosas sin que los encasillen, tener una aproximación multidisciplinaria, complementarse. Por eso el nombre: Studio No Frame. Y van a mantenerse en la casa taller el mayor tiempo posible, se ha vuelto parte de sus planes. El contenido siempre será más importante que la forma porque todo puede trasladarse, adaptarse, y la flexibilidad es una lección que todos vamos aprendiendo. Pero un espacio físico también puede volverse parte de un proyecto, de una visión. Y eso es lo que ha sucedido. Ante la crisis, la casa le hizo sentir a Cindy que tenía un piso bajo los pies. Le dijo: “No tengas miedo de arriesgarte, este es tu camino”.