Fotos: Jimena Agois
En total fueron seis años los que Jimena Agois vivió en España mientras su novio, y hoy esposo, hacía la especialización de Medicina. Ella lo alcanzó en Oviedo, donde estuvieron un año, y luego se mudaron a Santander. En esa ciudad montañesa se quedaron el resto del tiempo. Jimena ya había pasado una temporada en España mientras hacía una maestría en Fotografía, pero entonces estaba de paso, como estudiante. Esto fue distinto. En el lapso de esos seis años se casó, tuvo a su hija Cayetana y salió embarazada de su segundo hijo, Sebastián. Ese periodo no solo es el recuerdo de su primer hogar propio: también significó el descubrimiento de una gran pasión, que hoy la define.
No fue fácil. Nunca lo es cuando se está lejos. Al comienzo colaboraba haciendo fotos para una agencia de publicidad, pero cuando la crisis económica golpeó a España, a partir de 2008, el trabajo bajó muchísimo. Al mudarse a Santander prácticamente dejó de trabajar. Cuando nació Cayetana y le tocó empezar a comer, Jimena inició un blog de recetas. Tenía tiempo por las mañanas para cocinar, luego fotografiar lo que había preparado, y subir todo a “Pizca d sal”, así le puso a su blog. Eso que hacía para entretenerse le abrió algunas puertas interesantes: hacia el final de su estadía en España, Jimena llevaba a cabo, a la distancia, campañas completas para marcas culinarias peruanas; cocinó y fotografió un coleccionable de comida para bebés, y una serie de encargos por el estilo que le hacían desde Lima. Todo lo resolvía en su casa: con su cocina, sus ollas y su cámara. Su blog, por cierto, sigue activo y es parte de la plataforma del diario Correo.


No es que ella fuera una gran cocinera. De hecho, antes de vivir en España se podía decir que ni siquiera le gustaba cocinar. Comer, en cambio, sí: su papá es un amante de la comida, un foodie que llevaba a sus hijos a restaurantes desde muy pequeños. Su abuela paterna y su bisabuela materna (a quien fue muy cercana) han sido grandes cocineras: Jimena se acuerda de verlas en la cocina y jugar alrededor de ellas, pero nunca se ofreció a ayudarlas y hoy piensa que debió haberlo hecho. Cuánto hubiera aprendido.
Empezó a cocinar porque a Alejandro, su esposo, le encanta. Cuando se mudaron juntos, él le enseñó todos los tips y recetas que tenía, y un poco por necesidad y otro poco por el interés de hacer algo nuevo –con ese entusiasmo que despiertan los proyectos–, Jimena empezó a revisar libros de cocina y a buscar entre las recetas de sus abuelas. Hoy siguen cocinando juntos, cada uno motivado por un interés distinto: Alejandro lee webs de cocina como Serious Eats y le interesa probar distintas técnicas para hacer un mismo plato hasta descubrir cuál es la mejor; Jimena elige la foto de un plato y se plantea el reto de cocinar algo que quede exactamente igual a la imagen.



Regresaron a Lima en 2012. Cayetana estaba por cumplir los 2 años y Jimena estaba embarazada de cinco meses de Sebastián. El primer año lo pasaron en un departamento que estaba abajo del depa de sus papás: las mudanzas emocionales siempre toman más tiempo. Luego alquilaron el departamento del cuñado de Jimena, y ahí vivieron hasta que decidieron que era hora de buscar algo propio. Había una casa en venta por la que siempre pasaban de camino al colegio: vieron cómo la tumbaron, y cómo fue apareciendo un edificio en su lugar. Les gustaba. Jimena lo fue a ver primero; Alejandro le dijo, riéndose: “No elijas por la cocina”. Jimena también se rió, pero lo que ella buscaba era luz y dormitorios espaciosos para sus hijos. Era el último flat que quedaba y se enamoró.
En sus anteriores departamentos tuvo que instalar su estudio fotográfico adaptando el comedor o ganando espacio a la sala. Pero antes de mudarse al depa nuevo ya había trasladado el estudio a un espacio chiquito que comparte con la diseñadora Paloma Nieri. Ahí tiene una cocina –que ella misma remodeló– en la que prepara los platos que luego fotografía. También guarda los cientos de piezas de las vajillas y los accesorios que usa para sus fotos, y que ocupaban demasiado espacio en su casa. Gran parte de esas piezas, así como sus libros de cocina, se los trajo desde España. La experiencia acumulada valía más que todos esos kilos extra que tuvieron que pagar al momento de volver.



Desde que empezó la cuarentena ha regresado a esos días en los que hacía todo en casa. Su equipo fotográfico lo guarda en la sala de estar y la mesa del comedor la comparte con los chicos, que la usan para tener sus clases virtuales. De por sí la rutina laboral de Jimena es fuerte, pero estos días, con todos en casa, han sido intensos. En muchos momentos Jimena se ha preguntado cómo hubiera sido su vida si se hubieran quedado en España. Seguramente, mucho más tranquila. La verdad es que a ella le encanta lo que hace, a pesar del nivel de estrés de su día a día.
Alejandro es neumólogo. Pertenece al comité COVID-19 de la clínica en la que trabaja. Desde que empezó la crisis sanitaria, va por las mañanas para recibir las emergencias que llegan y también monitorea a los pacientes internados. A sus pacientes crónicos los atiende con cita. Jimena lo ve estresado por la situación en general, preocupado por el sistema sanitario. A Cayetana y Sebastián les han explicado lo que está pasando, tanto en el colegio como en casa. Antes de la cuarentena, Alejandro salía a las siete de la mañana y volvía a las ocho de la noche; ahora, en cambio, está aprovechando las tardes para estar con sus hijos. Para estar todos juntos.


Jimena no escogió el depa por la cocina, pero sí que notó lo linda y espaciosa que era. Tiene una isla grande y la utilizan un montón. Ahora que la fotógrafa ha vuelto a trabajar en casa, se pasa buena parte del día en la cocina, y los chicos muchas veces llevan sus cuadernos y se sientan con ella para acompañarla. Ha sacado todo lo que generalmente está guardado: el procesador, la licuadora, las ollas de fierro fundido (las coleccionan en distintos colores). Ya no guarda nada en los cajones, todo se ha quedado afuera, a la mano.
Antes de irse a España, Jimena asistió al fotógrafo Miguel Etchepare en la realización del libro “El arte de la cocina peruana” de Tony Custer y Coque Ossio. Así descubrió cómo funcionaba el mundo de la gastronomía. Los blogs de cocina estaban apareciendo por esa época, así como estilistas, directores de arte y fotógrafos especializados. Estos últimos conseguían la imagen, pero no intervenían mucho en la definición del plato. Y eso es algo que a Jimena le encanta, y no solo por el factor creativo y por la posibilidad de poder llevar a cabo un proyecto en su totalidad. Cocinar le da un momento de concentración total. Piensa en lo que está haciendo, y no en lo que hará después, en lo que le tiene que pagar, terminar o entregar. Si se desconcentra, se puede quemar.


Lo mismo le sucede cuando corre. Esa es una actividad que acaba de descubrir. Jimena atravesaba un momento complicado: un amigo querido había muerto en un accidente y luego del duelo le quedó una sensación rara. Desasosiego. El recuerdo de otra pérdida dolorosa, la de su propio hermano, veinte años atrás. Jimena estaba en la playa y había empezado a hacer un poco de ejercicio, como para distraer el cuerpo, cuando su amiga Carla Medina (conocida como @peruchapromedio, bloguera y runner) le hizo una propuesta a ella y a un grupo de chicas: enseñarles a correr y hacer que lleguen a los 5 km en un mes. Jimena se apuntó. Llegaron a los 5 km y siguieron con los 10 km. Desde entonces no ha dejado de correr y ha logrado incluir esta actividad en su ya apretada agenda diaria. Lo hace muy temprano en la mañana, antes de que los chicos se vayan al colegio. Y cuando corre, se concentra en el momento. Y eso la ayuda con los problemas, con las tristezas, con la nostalgia. Este año se ha prometido participar en una carrera de 21 km. Apenas pueda volver a salir a la calle, seguirá con su entrenamiento.




En su depa tiene muchos cuadros que han sido un regalo de su tía, la artista Mariella Agois. En una repisa está la cámara Canon antigua que perteneció a su abuela materna, a quien no conoció pues murió muy joven, cuando su mamá tenía 18 años. En uno de sus cajones guarda un sweatshirt que era de Rodrigo, su hermano, con la tela supergastada, como amable huella de su uso. Sobre su mesa de noche, sin enmarcar, una foto que ella misma le tomó. Acaba de llegar a su sala la mesa de centro de su abuela paterna, la italiana, la que hacía “producciones masivas de comida”, que tenía la capacidad de hornear cientos de queques navideños para llevar al hospital, porque su esposo también era doctor. Su bisabuela por el otro lado de la familia era española y vivió la guerra civil, la guerra mundial. Vivió también la muerte de una hija. Era una mujer que no desperdiciaba nada en la cocina, para ella todo podía convertirse en una croqueta. Jimena piensa que sería increíble poder hablar con ella ahora e imagina esa conversación, justo en estos momentos en que hay tanto que replantearse sobre la forma en que vivimos. Algo que ha aprendido con los años, es que siempre es buen momento para aprender.