Fotos: Diogo Mendoza
Cuando Kike Patiño Bottino fundó su estudio Arte Sagrado en 1998, en el Perú existían muchos prejuicios alrededor del tatuaje y pocos tatuadores. Hoy es fácil comprar online un kit completo para tatuar: antes uno aprendía a la mala, así lo recuerda Kike. Él empezó practicando en su propio cuerpo, tatuándose el brazo izquierdo: no se arrepiente, aunque la tinta no era de la mejor calidad. No todos sus tatuajes tienen significado, hay algunos que se los hizo sin pensarlo mucho; hay otros que lleva con especial orgullo, como el nombre de su hijo, que le dejó tatuar al propio niño cuando tenía solo 6 años, en su pierna. No quedó bien, por supuesto que no, pero es uno de sus tatuajes más importantes.
Hace 5 años Kike se mudó a esta casona en Barranco y aquí instaló también Arte Sagrado. Es una casa construida en 1912 que pertenece a su familia desde que la compró su bisabuelo Bottino, un italiano que llegó al Perú hacia 1890 a hacer negocios (Kike sabe que tuvo una pulpería). Cuando adquirió la casa en Barranco, en esa segunda década del siglo pasado, el distrito era un balneario al que se llegaba en tranvía desde el Centro de Lima, donde Bottino vivía en el Jirón Moquegua. Décadas después, la madre de Kike llegó a disfrutar el lugar como casa de veraneo: ella era niña y veía pasar gente a caballo por las chacras que se extendían por todo Barranco.



La edificación eventualmente se partió en dos, como sucedió con otras casonas grandes de Lima, y por mucho tiempo se alquilaron ambos espacios. Nunca fue parte de la infancia de Kike, no era “la casa del abuelo”, sabía que existía —sobre todo por las anécdotas que alguna vez le contó su mamá—, pero que se usaba como negocio. Hace 5 años, la madre de Kike vendió una de las dos casas. Entonces él vino a ver la que quedaba: estaba en mal estado, gastada por los últimos inquilinos que habían sido una familia grande, y maltratada también por los años de soledad, en los que había quedado vacía, sin alquilar. Kike decidió tomarla.
Tuvo que reforzar las estructuras y las paredes de adobe. También cambió los mosaicos originales que estaban irrecuperables, y puso en toda la casa un piso nuevo y más funcional. Arte Sagrado ocupa el área social y se gana con la increíble luz que entra por la teatina. El área privada está delimitada por el pasadizo que antes llevaba al jardín: Kike tuvo que eliminarlo porque necesitaba hacer una nueva cocina (ya que la cocina original la convirtió en el baño de visitas del estudio) y un minidepa donde sus hijos se quedan cuando lo visitan. Pero como le encanta la naturaleza, ha hecho en el corredor una instalación con troncos de árboles que recogió en la calle, a manera de esculturas de ramas secas que tienen a sus pies una colección de cactus vivos, envueltos en incienso.




Ha querido decorar el estudio con una temática mística. Ha llenado todas las paredes, muebles y rincones posibles con piezas de sus múltiples colecciones: Kike se recuerda como coleccionista desde niño. Tiene prints, juguetes, calaveras y bichos, “casi todo relacionado con la temática del tatuaje”, explica. Aumenta sus colecciones comprando por internet o cada vez que viaja; incluso hay gente que le propone trueques e intercambian tatuajes por objetos.
También le gusta hacer cosas. Desde que era chico dibujaba y pintaba: eso le viene por el lado de su padre, que fue un artista aficionado. Kike dedica buena parte de su tiempo a hacer objetos, piezas escultóricas que se basan en el reciclaje de diversas cosas y de materiales, a los cuales transforma. Ha hecho una réplica en gran formato de una máquina de tatuajes con botellas de gaseosa, el parante de un ventilador y cajas de pizza pintadas a mano. Y su árbol de Navidad es un cactus gigante en base a tubos, con luces y todo.
“La temática del tatuaje en su momento tuvo bastante mística, por eso le puse Arte Sagrado al estudio: yo veo el tatuaje como un puente entre lo físico y lo espiritual. Antes los tatuajes tenían más significado; en muchas culturas son realizados en rituales y algunos de los antiguos tatuadores eran como chamanes. Ahora el tema es más comercial, se ha vuelto una industria. Pero es válida”.




Mientras conversamos, en el televisor está pasando videos de un concierto en vivo de Dead Can Dance. La tele está a un lado del librero donde tiene buena parte de su colección de libros y revistas que usa como referencia para su trabajo. Muchos son específicamente sobre tatuajes y tatuadores, pero también tiene libros de arte, como el de Escher. En ese mismo mueble ha puesto un cuadro firmado en 1922 por su tía abuela Rosa Bottino, su colección de botellas de pisco y la de insectos disecados, que están en cajitas que él mismo armó cuando era niño, y en las que apuntó a mano la información entomológica de cada insecto.
“Yo siempre he sido una persona aislada, no he hecho mucha amistad con mis vecinos. Ahora vivo solo, me gusta estar haciendo mis cosas. Cuando Arte Sagrado quedaba en el centro de Miraflores yo tenía siempre dos personas trabajando y la gente iba cayendo en cualquier momento. Pero desde que regresé de Canadá he buscado manejar un estudio privado, y eso es lo que he conseguido ahora: trabajar tranquilo sin que me toquen la puerta; ahora que todo se mueve por redes, las citas se sacan por Instagram, la gente viene a su hora exacta, y nadie entra y sale. Lo prefiero así. Y entre citas me quedo aquí haciendo mi arte, mis cosas”.




Kike estuvo en Canadá del 2005 al 2010, contratado por un estudio en Alberta. Fue difícil irse solo y encontrarse con una cultura y una forma de trabajar completamente diferentes. Con el tiempo las asimiló. “No fui a hacer turismo, yo fui a trabajar, a aprender”, dice. En aquel momento el tatuaje estaba más desarrollado afuera del Perú; hoy Kike asegura que ya estamos al mismo nivel, que estamos parejos. En Canadá trabajaba todo el día. Podría haberse quedado, pero apenas cumplió su meta de los 5 años se regresó. Acá lo esperaban sus dos hijos.
Los mayores ya tienen 13 y 16 años. Además, tiene una tercera hija de 6, a cuya actuación de cierre de año del colegio tiene que ir después de terminar estas fotos, por cierto. Piensa que ellos podrían vivir en esta casa eventualmente, si así lo quieren. Mientras tanto, aprovecha la amplitud para trabajar libremente. Ahora mismo está interviniendo una cabecera de cama que encontró en la calle, está viendo en qué la va a convertir. Y sobre el espacio, advierte que va a ser aún más saturado: quiere crear varias esculturas más y colgarlas en los techos, en la parte alta de las paredes. Ha pensado en hacer unos grafitis. Quiere expandir su arte, quiere llenarlo todo y hacer su propia versión de un espacio sagrado.