Fotos: Janice Bryson
Cuando era adolescente, la sala de la casa familiar de Macarena Belaúnde tenía las paredes mostaza y los muebles negros; había un biombo de espejos y muchos huacos que su padre coleccionaba. Era moderna pero étnica; era distinta, teatral, contaba una historia.
Se siente una enamorada de los objetos porque creció entre ellos y no les tiene miedo a los espacios con energía fuerte. Su abuela era Carola Aubry, y al explicar todo lo que ella hacía –todo lo que era— uno se queda corto: decoradora, anticuaria, diseñadora, cocinera, anfitriona, pintora… “Era una mujer renacentista”, la recuerda Macarena. Y como una mujer independiente y adelantada a su época la recuerda todo aquel que la conoció. El padre de Macarena, Fernando Belaúnde –hijo del expresidente–, coleccionaba arte precolombino, mientras que su mamá, Mónica Larson, entrenó con Carola, su suegra, el ojo para las antigüedades.



“Me acuerdo una Navidad que llegamos a la casa de Carola y había decorado toda su casa como un Belén en miniatura, usando y recortando cientos de cajas de tragos que le sobraban por todas las fiestas que hacía. Eso tenía ella: hacía arreglos de Navidad con alcachofas, se ponía un corsé lleno de luces a lo Madonna… Y cuando llegabas a su casa un fin de semana de pronto te encontrabas con que había organizado un almuerzo y había poetas, artistas y escritores; te encontrabas con gente como Susana Baca, como Mocha Graña, que por cierto a mis hermanas y a mí nos daba vestidos de los años cuarenta y los arreglábamos para ir a fiestas o a matris. Todo era abundante, barroco y dramático… yo soy mucho más minimalista que ella. Imagínate”.
La casa de su abuela y la de sus padres era muy diferente a las casas de sus amigos del colegio y de la universidad. Y por más que ha seguido ese ejemplo de exuberancia y de amor por el coleccionismo, y a pesar de que hoy tiene los mejores recuerdos de esos espacios creativos en los que le tocó crecer, Macarena admite que a veces deseaba que su casa fuera “más normal”. Por ejemplo, le encantaba ir a la casa de aquella amiga en la que tenían que sacarse los zapatos para entrar y pasar por la sala arrastrando franelas bajo los pies: era una casa ordenadísima, casi maniática… y Macarena se moría porque su mamá fuera así. Pero no: su madre, de gustos mas bien clásicos, siempre tuvo ambientes cargados y repletos de piezas que iban rotando. Es natural que cuando eres chico te llame la atención aquello que es diferente a lo que tienes. Pero luego suele pasar que creces, entiendes, aprecias y dices: “Wow, qué lujo era tener esto”.



Algo parecido le sucede a Maira, la hija de Macarena, una encantadora chica de 18 años que acaba de terminar el colegio y está llena de proyectos. Su dormitorio es el más despejado y minimalista (hasta donde cabe usar esa palabra) en todo el departamento. Durante un tiempo, cuando Maira aún era una niña pequeña, Macarena llenó el techo de su cuarto con mariposas hechas de plumas chinas que parecían de verdad, y que volaban de un lado al otro de la habitación; y le mandó a hacer una corona de velos para su cama… Ahora ya no le ha permitido decorar su cuarto. Maira lo prefiere así, sin tanta cosa y con colores tranquilos, de tal forma que lo que más resalta es el collage de imágenes que ella misma ha hecho en la pared sobre su escritorio. Eso sí: duerme en la antigua cama de bronce que también fue de Macarena.



“Tengo arte contemporáneo y me encanta mezclar; soy étnica, me gusta lo tribal, colecciono corales y conchas, también huesos y plumas. Hago tocados, pecheras y máscaras, de eso vivía en Chile. Lo mío es denso, con un sentido del humor, pero serio”, explica Macarena. “Nunca he dormido en una cama nueva en mi vida: siempre lo hice en camas de bronce, de fierro, antiguas… seguramente ha muerto mucha gente en esa cama, pero eso es algo en lo que jamás pensaba. Por el lado de mi mamá mi familia es chilena, y allá tienen una hacienda donde veraneábamos y en la que aprendí a caminar: un lugar que tiene 300 años, hecho de adobe y con una capilla. Allí todo es viejo y lindo, todo tiene energía, pero para mí eso es lo natural”.
Macarena llegó de Santiago a Lima hace 6 años. Estudió toda la carrera de Derecho en Santiago, trabajó un año en un estudio de abogados y se dio cuenta que no le gustaba. Empezó a trabajar como stylist y decoradora en la revista de diseño ED, y a la par vendía artesanía y arte peruano y hacía sus peculiares manualidades. En Santiago nació su hija Maira. Pero con lo que Macarena en verdad soñaba era con tener una tienda de decoración: viajar, recoger cosas distintas y montar una tienda. Con esa idea regresó a Lima en el 2013. Empezó a buscar socios: primero entre sus hermanas, luego entre sus amigas, pero nadie se animó. “Un día mi mamá me contó que había estado comiendo con mi tía, y que mi prima Augusta, arquitecta, acababa de volver de Argentina. ‘¿Por qué no la llamas?’, me dijo. Al día siguiente Augusta estaba sentada aquí mismo”.



Su primer viaje fue a China. Se fueron ellas dos solas. A través de un amigo que trabajaba allá había conseguido a una traductora, su nombre era Rainbow. Viajaron por China casi un mes, visitando fábrica tras fábrica, mercadillos y galpones. Fue toda una aventura. Inauguraron la tienda Primas en enero del 2015. Están a punto de cumplir 5 años.
“Augusta, que estudió Arquitectura, era más curada y ahora es más suelta. En ese primer viaje que hicimos había muchas más cosas que me gustaban a mí de lo que le podían gustar a ella, y ella tuvo que ceder. Pero poco a poco ha ido soltándose y apreciando los objetos, empezó a acompañarme a Tacora, por ejemplo. Y yo, gracias a ella, veo cosas que antes no veía. Las cosas contemporáneas yo antes las despreciaba: una lámpara, para mí, debía tener pantalla, jamás se me hubiera ocurrido tener una luminaria de esas muy minimal con el foco desnudo, y ahora las tengo en mi propia casa. Augusta me enseñó a incorporar toques más modernos. Nuestra estética ha cambiado, sí”.



Llegaron de Santiago directo a este departamento en San Isidro que la madre de Macarena ya se había encargado de encontrarles. En realidad, es la ampliación de una casa: solía ser la terraza en donde la dueña levantó unas habitaciones cuando sus hijos empezaron a crecer, hace más de un par de décadas. Lo lindo es que conservaba dos patios que eran ideales para los gatos y el perrito con el que Macarena se vino a Lima. Sin embargo, hubo mucho que tuvo que cambiar: tuvo que retirar todo el tapizón y reemplazarlo por un piso flotante; pintó a mano el parqué de madera maltratado; el techo y la cocina estaban pintados de marrón, lo cual oscurecía demasiado el lugar. Realmente, Macarena le dio una vuelta al lugar hasta lograr un hogar divertido, impactante, realmente único. Diferente, como esos hogares en los que ella creció. Sin embargo, le toca dejarlo.
La mudanza implica un trabajo grande por todos los objetos, muebles y adornos que tiene, pero Macarena no lo siente tan difícil. Ya estaba aburrida y necesitaba un cambio. Encontró un townhouse –un depa con aires de casita— en Chorrillos, en la subida de Huaylas. Y Maira, aprovechando la mudanza, le ha pedido a su mamá cambiar un poco el look de los ambientes. Macarena se lo ha prometido.


“Es que casi todo lo que tengo me gusta, es especial… Aunque sí hay cosas que quiero vender. Hay un par de sillas de mi abuela y la mesa de centro que ya no quiero, pero las voy a retapizar o guardar para cuando las vuelva a necesitar… Es que no podemos tratar a las cosas como si estuviéramos en un museo, pero a la vez, los objetos son parte de tu historia y no te deshaces de esas cosas. Te identifican y pueden ir rotando. Por último, le pueden servir a otra persona. Yo a veces hago trueques con mis amigos cachineros: es divertidísimo. Ellos vienen y se llevan cosas y yo al tiempo voy y uso mi crédito. Cada vez que regreso con algo nuevo para reemplazar lo que se fue, Maira me mira como diciendo: ¿no que no?”, Macarena y Maira se ríen mientras lo cuentan.
La casita en Chorrillos tiene más closets y armarios para guardar cosas. Tiene una despensa así que ya no va a tener que exhibir sus platos. Todo se va a ver más ordenado. La mesa de centro y la alfombra que mostraron en el espacio de Primas en Casa Cor se los ha comprado Macarena y los va a usar aquí. También va a poner un sofá color piedra de Primas. Esta nueva casa tiene un poco de vista al mar y tiene más luz. Macarena quiere que todo fluya de manera distinta. Necesita algo más zen. Es cuestión de reorganizarse.




“Primas no tiene un estilo, tiene una impronta. Yo siempre propuse la mezcla y Augusta, que tenía mas reglas, lo adoptó perfecto. Hoy, todo lo que nos gusta entra en Primas y todo va a quedar bien junto. Es lo que yo le digo a nuestros clientes: lo que heredaste de tu abuelita, el suvenir que te trajiste de viaje, el mueble supermoderno que compraste, todo va. Tu casa no tiene que quedar como una foto de catálogo, tienes que ser tu. Todos tus intereses. Si no, los espacios no tienen vida”.