Un lugar para descubrirse

Fotos: Janice Bryson

Vive en este departamento hace un año. Sophia Lerner tomó la decisión de mudarse porque se dio cuenta que ya era momento de dejar de vivir con sus padres: “Necesitaba más libertad: estar con tus papás es bonito… pero es más bonito cuando estás viviendo sola y los vas a visitar”, se ríe. “Me llevo mucho mejor con mi familia ahora”.

La diseñadora de modas -directora de la marca que lleva su nombre- tiene 26 años y convive con Leo y Teo, dos gatitos que son como hermanos, en un depa que encontró en uno de esos edificios que tienen ya un par de décadas en pleno corazón de Miraflores. “Desde un comienzo supe que quería vivir sola, sin compañeros: me siento demasiado antisocial como para vivir con roommates; además, yo quería independencia y cuando compartes el espacio hay reglas de convivencia y compromiso… También he escuchado historias de roommates caóticos y de peleas entre amigos, y yo prefiero mantener una buena relación con mis amigos”.

Es la primera vez que vive sola, entonces. Y desde que ha llegado aquí se cuestiona muchas cosas. Está lo más básico, lo cotidiano: como que en casa de sus papás podía dejar algo sucio y aparecía limpio “mágicamente”; en cambio, aquí tiene que “estructurarse” para que las cosas funcionen. “Trato de mantener orden, sobre todo por los gatos, por ellos debo tener todo bien limpio. En mi trabajo soy supercaótica: mi oficina es un desastre y por eso necesito llegar a mi casa y que esté bien”, explica. 

Pero hay algo más. Se considera desarraigada desde pequeña. Nació en Frankfurt, en Alemania: sus padres son peruanos pero sus abuelos paternos son alemanes que llegaron al Perú escapando de la Segunda Guerra Mundial; sus papás, a su vez, se fueron de Perú huyendo de la crisis económica de los ochenta y es así como Sophia nació en el país europeo, donde vivió hasta que tuvo 3 años. El trabajo de su padre trasladó a toda la familia a Bogotá, en Colombia, y ahí nació su hermana menor. Venían mucho a Lima porque aquí estaba la familia de ambos lados. Entonces, cuando Sophia tenía 16 años y le faltaban dos para terminar el colegio, volvieron al Perú.

“Nunca había vivido aquí, pero sentía cierta familiaridad. Ahora que lo veo a la distancia, creo que fue un cambio interesante”, reflexiona Sophia. “En ese momento me emocionaba la idea de vivir en la misma ciudad que mi familia, que mis abuelos, pero no me di cuenta de la gravedad del asunto hasta que ya estaba en Lima y empezaba en un colegio nuevo. Todos tenían grupos de amigos, y yo no conocía a nadie. Siento que me llevaba bien con todo el mundo, pero no tenía un sentido profundo de amistad”.

Además de todos esos traslados de larga distancia, estaban esas otras pequeñas pero significativas mudanzas. La madre de Sophia siempre ha tenido “urgencia” de mudarse cada par de años: la diseñadora calcula que ha vivido al menos en unos quince departamentos distintos. Por eso, cuando le pregunto qué piensa sobre la figura de “la casa familiar”, Sophia responde que, sin importar el lugar, la ciudad o el país en el que ella viviera, la casa de sus abuelitos -esa donde su papá y sus tíos se criaron- siempre ha sido un núcleo muy fuerte para ella. Queda muy cerca de donde ella se ha mudado.

Le gusta el centro de Miraflores, le parece que tiene onda. Inconscientemente buscaba un edificio que tuviera cierta antigüedad, ya que considera que los edificios nuevos no tienen nada que le sea familiar, ni tienen encanto. Lo que sí buscaba con intención era el suficiente espacio para que entren sus cosas pero que el depa no sea demasiado grande ni excesivamente caro. A sus papás, en sus múltiples mudanzas, siempre les ha gustado llegar a edificios antiguos y remodelar el interior hasta dejarlo “recool”, así lo recuerda Sophia. Su familia le ayudó a conseguir este depa. Y su mamá le recomendó que pinte la pared del comedor de amarillo, lo que realmente hace todo el espacio. Le ha prometido que va a ayudarla con el interiorismo de todos sus futuros depas.

“Me gustan los sitios con buena luz, y necesito que haya cierta armonía. Hay lugares que transmiten mala vibra; me gusta que el sitio donde yo esté te invite. En el taller [donde produce las colecciones de su marca] todos somos amigos y hay respeto: sabemos que si trabajamos con buena onda eso se transmite en el resultado final”.

No tiene muchísima ropa. Lo que más tiene en su clóset son prendas básicas que luego combina con otras. No confecciona ropa especialmente para sí misma, pero usa todas sus muestras (así estén gastadísimas por haberlas prestado para sesiones de fotos): es la manera cómo se da cuenta del entalle y de la versatilidad de la ropa que diseña; hay prendas que funcionan solo en la foto o en la pasarela ya que son un statement, son arte. Pero lo demás sí que tiene que funcionar en los cuerpos, en la calle. Así que hace el ejercicio de ponerse su ropa y probarla ella misma. Sophia Lerner es una de esas marcas que no nacen de las tendencias, sino de lo que su creadora tenga que decir.

Minimalista; algo retro, pero a la vez vanguardista; preocupada por la sostenibilidad, por la comodidad sin género; y básicamente muy cool. Eso es Sophia Lerner. Pero la diseñadora detrás de la marca tiene también un lado distinto, que quizá solo se refleja a cabalidad en su departamento. Ahí están, por ejemplo, esos cojines en forma de corazón que tiene en su sala; o los peluches que adornan su cama y que son recuerdos tiernos que representan su “niña interior”, como ella misma dice, riendo quizás avergonzada. Conserva muchos objetos que son reliquias de familia, como el hermoso secretaire de sus bisabuelos. Aunque no es religiosa tiene el cuadro de una virgen que también fue heredado, y eso lo hace importante. “Sé que uno no es las cosas que tiene, pero tampoco puedo estar en un espacio en blanco”, explica.

Cuando se mudó empezó por los muebles y los artefactos; lo último que llegó fueron sus libros y durante dos semanas se sintió rara sin ellos. Su librero es el mismo que tenía en la casa de sus papás. Su pared amarilla está adornada con un sobrio pero alegre collage de cosas que le gustan o que le han regalado: posters de The Beatles, suvenires de viajes, papelitos que le dejaron sus amigos en su fiesta sorpresa de cumpleaños. Se quedó con el sofá de su hermana, que vive en Colombia. Y en una esquina de su comedor tiene su silla de montar caballo, una actividad que en Lima no practica, pero que amaba realizar en Bogotá. Quizás algún día la retome.

Ha colocado dos cuadros que ella pintó: están inconclusos, pero le parece interesante tenerlos expuestos, verlos. Una de las piezas más importantes para ella es una fotografía que pertenece a la artista colombiana Ana María Rueda, quien fue su profesora de arte -su mentora, así la llama Sophia- en Bogotá. Sophia vio el proceso de creación de la serie a la cual pertenece esta fotografía, en la que unas piedras pintadas hacen referencia al río de sangre que dejó el conflicto armado en Colombia; pero nunca pudo ver la obra terminada porque se mudó al Perú. Muchos años después, en una reciente feria de arte en Lima, se encontró con la pieza expuesta y eso la emocionó mucho. Hoy la tiene en su casa. Y siempre que viaja a Bogotá va a visitar a su maestra.

Leo y Teo gatos especialmente sociables. Como todos los gatos, eso sí, tienen rarezas y reacciones dignas ante el ridículo que a Sophia le causan mucha gracia. Ella tuvo una perrita desde los 7 años que la acompañó durante su mudanza a Lima; estuvo ahí en todas las transiciones de Sophia, incluyendo la última, la de la independencia. No pudo traérsela a este depa porque ya estaba muy mayor y hubiera sido muy difícil que se adapte a un nuevo hogar. Hace unos meses, su perrita falleció con más de 17 años. No se le ocurrió hacerse de otro perro porque casi no para aquí: entra y sale, y no podría sacarlo a pasear como corresponde. Sophia ama tanto a los animales que jamás tendría a un perro en esas condiciones. Le recomendaron adoptar a un gato. Primero llegó Teo y Leo vino unos meses después para que paren juntos y estén acompañados. “Jamás lo hubiera pensado, pero con ellos me di cuenta de que también soy una persona de gatos”, dice Sophia. Seguramente hay mucho más que seguirá descubriendo.

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