Fotos: Janice Bryson
Cuando vivía en la casa de sus papás, su cuarto tenía una pared roja y había llenado una esquina con postales y fotos de todo lo que le gustaba y de lo que quería. Era como una intensa wish list -una lista de deseos- y cada vez que Romina Guiulfo conseguía lo que quería le ponía un corazón de cartón recortado encima. Era un ritual bonito. En ese cuarto tenía todos sus libros y revistas, las paredes llenas de posters. Era una habitación bien ecléctica y probablemente un poco caótica, aunque ella siempre decía que tenía “su propio orden”. Llegó un día en el que el espacio, el color, se volvió demasiado y ya no la representaba. Romina lo recuerda ahora, cuando acaba de pintar -de un turquesa atractivo pero sobrio- la pared de su dormitorio en el depa donde vive con su novio, el primero que considera realmente suyo. “Creo que he encontrado un equilibrio”, dice. “Me gusta que no todo sea nuevo o de tendencia. Por supuesto que hemos comprado cosas modernas y prácticas… pero, sobre todo, me gusta que los objetos tengan algo que contar”.


Romina está con José Carlos Simpson hace 7 años. Se mudaron juntos en agosto del año pasado a un depa que él se compró en un momento en el que estaban en un break. Esa separación fue muy corta -duró apenas tres meses- y cuando se amistaron, decidieron volver con todo: así que Romina se pasó al depa de Jose. Ese mismo mes ella entró a trabajar como PR a una agencia de comunicaciones que quedaba a una hora en auto, y a él lo cambiaron de oficina a otro distrito, lejos. De pronto, sus viajes diarios eran de hora y media o dos horas. Como bromeando -porque, claro, en realidad se acababan de mudar- empezaron a pensar en voz alta en la posibilidad de buscar algo que hayan elegido juntos y que le diera más calidad de vida a sus rutinas.
Son distintos pero complementarios. Si Jose siente que necesita hacer algo, no lo piensa tanto; Romina, en cambio, no tiene apuro. Cuando él le mostró un departamento que había encontrado cerca a su chamba -en una zona que no le gustaba a Romina, con un metraje equivocado, sin luz y con otros problemas-, ella se dio cuenta que si no se ponía las pilas iban a acabar alquilando y mudándose a un lugar que no necesariamente iba a ser el ideal. Así que ella también se puso a buscar.
En diciembre va a ser un año desde que se mudaron a este depa. Está tan cerca de sus trabajos que pueden irse caminando. Solo gracias a eso, su calidad de vida es otra, mucho mayor. Pero no es el único motivo por el que están felices en este lugar.




Romina todavía tiene su board de Home en Pinterest, y en Instagram tiene mil carpetas guardadas con las fotos del dormitorio, la cocina o el comedor ideal. Estudió Diseño de Modas y luego se fue a París a hacer una maestría en Gestión de Modas, Lujo y Lifestyle. Ahí vivía en un piso de estudiante de 20m² que compartía con una amiga: era un edificio antiguo que había adaptado un estudio en el último nivel, que era como una buhardilla, con el techo inclinado que les reducía el espacio, pero lo hacía realmente encantador. No cabía nada más que sus camas, una mesa y un par de sillas, pero siempre estuvo lindo y muy cuidado.
En la casa de sus papás no podía hacer mucho y en el depa de Jose estuvieron muy poco tiempo como para decorarlo bien, o sea que en este depa es donde ha podido poner en práctica ideas de diseño que ha tenido desde siempre. Por ejemplo, su librero soñado. Romina fue coordinadora editorial de Vogue en el Perú durante 3 años, por lo tanto, su colección de revistas es gigante; por otro lado, tiene muchísimos libros. Hoy por fin puede lucir una selección en su sala, entre adornos y piezas de arte que han ido recolectando. “Desde que llegamos aquí hemos ido implementando el espacio. Todas las semanas hay algo nuevo”, cuenta.



José Carlos estudió Veterinaria, pero trabaja como bróker marítimo. Él es el organizado, Romina es la creativa. Pero desde que viven juntos él se ha dado cuenta de la diferencia que hace llegar a un espacio “que te encante y que sea totalmente tuyo”. Cuando terminaron y se mudó solo a ese departamento que compró, se reunió con una diseñadora de interiores que le hizo una propuesta. Pero apenas regresó con Romina y llegó a vivir con él, ella se opuso totalmente: “Qué rico es entrar a un espacio que tenga 100% tu esencia. Además, no me parecía necesario contratar a alguien, menos para un primer depa”. Para Romina, han logrado vivir en un lugar que los representa, que es “bien ellos” pero en una versión conjunta. ¿A qué se refiere? A que, si por ella fuera, la pared del comedor sería rosado millennial, a lo que Jose claramente respondió “no hay forma”. Así que el turquesa que eligieron es un punto de encuentro.
Jose también le ha ido agarrando el gusto a las artesanías y las antigüedades. Hace años se trajeron unas máscaras de Ayacucho que tenían guardadas, y aquí las han podido colgar en el librero; en La Cachina de Surquillo acaban de encontrar un bar antiguo que tiene una marquetería muy bonita. A Romina le encanta rescatar antigüedades y renovarlas, pero lo que más le gusta es encontrar esos objetos que hacen su casa diferente a otras.



Es directora de Vitamina M, una plataforma de contenidos relacionados a la mujer, pero con una mirada más “fresca y contemporánea”. Hace unos meses dejó su trabajo fijo para dedicarse 100% a hacer crecer este emprendimiento. Aunque ha alquilado una pequeña oficina cerca, ahora maneja más sus tiempos y también disfruta mucho más de su casa. Cuando trabajaba en Vogue y vivía en casa de sus papás, su cuarto era su oficina: a veces el día se le iba y no había salido de su habitación. Por eso ahora procura no trabajar nunca en su cuarto. “Y creo que también es por eso que quería crear un espacio que apenas abras la puerta digas ‘wow, qué lindo’”, dice Romina.



La mesa del comedor es en realidad una mesa que su mamá le mandó a fabricar para que pueda hacer patronaje cuando estudiaba Diseño. En el librero están las ediciones de las revistas Vogue en las que trabajó, también están los libros y discos de Bob Marley de Jose, y la fotografía de una bailarina de ballet que es muy especial porque la tomó Jose Luis Guiulfo, padre de Romina. Tienen una lámpara que perteneció a la casa de una pareja de refugiados europeos de la Segunda Guerra Mundial; tienen también las Cards Against Humanity, un juego que ilustra muy bien sus personalidades sarcásticas. Se han quedado con un caballito de madera, que fue lo primero que Jose compró para aquel depa “de soltero”, y juntos han comprado su primera obra de arte: un cuadro de Abel Bentín. “De alguna manera hemos logrado que aquí entre su mundo y mi mundo”, reflexiona Romina.



Ella por fin ha podido desenvolver ese juego chino de té que había sido de su abuela y que tanto le pidió a su madre que no regale, pues quería guardarlo para el día en que tuviera su propia casa. Ese día que finalmente llegó.